Por Milena Heinrich / Télam
Tan delictivas como desopilantes, las noticias recientes de museos, obras de arte y objetos dan cuenta del enorme negocio que existe detrás del tráfico ilícito de bienes culturales, como robos y falsificaciones que estafan tanto a coleccionistas como a museos, pero al mismo tiempo alumbran los puntos de fuga de las instituciones: el tortazo que recibió La Gioconda o el saco que una mujer tomó “prestado” en una instalación en el Museo Picasso permean la vulnerabilidad de los espacios de exhibición y filtran hechos preocupantes que atentan contra los patrimonios, como la investigación internacional sobre tráfico antigüedades que afecta al Louvre de Abu Dabi o la desaparición de piezas del Museo de Arte Decorativo, en nuestro país.
Estafas, falsificaciones, robos, desapariciones, acusaciones, saqueos, en el último tiempo los bienes culturales y obras de artes estuvieron en la mira, tanto afuera como acá. Por su valor económico y también por su dimensión simbólica, identitaria. En esa arena entra, por ejemplo, un caso actual que está sacudiendo reputaciones: la investigación internacional sobre tráfico de antigüedades que involucra al Louvre de Abu Dabi y ha confiscado piezas al Museo Metropolitano de Nueva York para su investigación. La sospecha supone el delito de saqueos en los conflictos conocidos como Primavera Árabe y tiene bajo la lupa a Jean-Luc Martínez, exdirector del Louvre de París, acusado de firmar papeles no autentificados en su gestión para inventar los orígenes de objetos robados ilegalmente en Medio Oriente, caso curioso si se tiene en cuenta que el funcionario ha dedicado mucho de su trabajo a patrimonio y conflictos armados.
“Estas cosas siempre existieron”, dice a Télam María José Herrera, historiadora del arte, curadora y exdirectora del Museo de Arte de Tigre. Se refiere, entre otros, a “los saqueos de tumbas egipcias o precolombinas en nuestro caso, y el ingreso de esas piezas al mercado de arte. La fascinación por el lujo y la novedad lleva a esas prácticas, sin dudas. Pero es siempre a partir de que se identifica que algo es patrimonio que se lo empieza a cuidar. Nuestras obras precolombinas hasta no hace mucho eran cacharros de indígenas. Especialmente en Europa y Estados Unidos los museos forman parte del mercado y se premia a los curadores por lo que consiguen o les donan. Por eso existen esos casos…”.
Para Daniel Schávelzon, arquitecto, restaurador, arqueólogo, la denuncia contra el exdirector del Louvre es diferente según quién la cuente. “Es cierto que está involucrado pero la responsabilidad es de los que la vendieron con papeles falsos (no fue él quien los hizo, sino los comerciantes). Es posible acusarlo de no haberse dado cuenta –él o sus expertos-, quizás de ‘haber mirado para el otro lado’ para poder tener esos objetos (que finalmente eran para el Louvre de Abu Dabi, es decir que volvieron a Medio Oriente), pero ni él está metido en tráfico y menos en falsificar, o ni siquiera figura en la acusación”, sostiene y aclara: “Siempre un superior es responsable, pero no es actor. Si no, no quedaría un político argentino. Es decir: es más vendible que una figura mundial como él sea acusada, que mandar presos a los ladrones y los traficantes, aunque si se le prueba alguna culpa tendrá que pagarla”.
En nuestro país, tres hechos recientes tomaron estado público y son representativos de las muchas formas que adopta el mercado ilegal de bienes y obras, a veces estafando a individuos, otros robando a museos y colecciones que son patrimonio de un país: la demanda que presentó el periodista Jorge Lanata por la compra de tres obras adjudicadas al artista Juan Melé que resultaron falsas; la investigación judicial sobre el robo de objetos en el Museo de Arte Decorativo; y la repatriación de cuadros de Ernesto Deira tras estar retenidos en Chile por 50 años.
El más resonante por su valoración patrimonial es el robo de once piezas de la colección del Museo de Arte Decorativo, que se conoció a partir de una denuncia que realizó el entonces director de la institución, Martín Marcos, quien ahora se encuentra suspendido de su cargo, reemplazado por la directora nacional de Museos, María Isabel Baldasarre, hasta concluir el relevamiento y la investigación. Más allá de las acusaciones y particularidades del caso ¿deben pensarse estos hechos indefectiblemente como malversación de una gestión o lo que exponen quizá sean agujeros negros, puntos de fuga, de las instituciones?.
“Agujeros negros los hay en todas partes”, dice Schávelzon, especialista en temas de conservación, patrimonio y tráfico ilícito . En su opinión, “nuestro país ha servido para recibir y reenviar arte robado desde la Segunda Guerra Mundial, somos expertos en tener fronteras y una aduana perforada de agujeros. Si se pasan la cosecha de soja, autos, armas, droga, si hay tráfico de personas ¿no va a haber tráfico de arte? Nuestro país es famoso por recibir y reenviar contenedores de arte de todo el mundo. Que no sea noticia porque tenemos otras historias peores es otra cosa, pero lo sabemos desde hace muchos años”.
Tráfico ilícito de bienes culturales, el tercer delito detrás de las armas y el narcotráfico
Según la ONU, anualmente el tráfico ilícito de bienes culturales representa entre 4500 y 6000 millones de dólares a nivel mundial. En esa categoría entran obras de arte robadas, falsificadas; libros, fósiles, bienes arqueológicos y otras piezas de gran valor patrimonial, como fueron los huevos de dinosaurio o el reloj de Manuel Belgrano, robados en Argentina. Hay mucha legislación, normativa y convenciones internacionales -como la de Unesco en la década del 70- que promueven la protección de bienes culturales y buscan prevenir este delito, al cual ubican detrás de las armas y las drogas.
Desde el año 2002, funciona en Argentina el Departamento de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol, que depende de la Dirección General de Coordinación Internacional de la Policía Federal Argentina. Al frente de esa dirección está el comisario Marcelo El Haibe, quien resalta dos pilares claves para una gestión contra este crimen que afecta al patrimonio cultural, la identidad y la memoria simbólica y material de los pueblos: la investigación y la prevención.
Un paso importante, explica a Télam, es “sensibilizar a la población” para que reconozca este delito, el otro “investigar sobre hechos denunciados”, como ocurrió con la denuncia de los familiares del artista Ernesto Deira por siete obras que estaban retenidas en Chile ya que se creían destruidas por la dictadura de Augusto Pinochet. “Tenemos un contacto permanente con la familia de Deira, porque siempre aparecen nuevas obras”, grafica El Haibe sobre estos vínculos que le permiten seguir trayectorias y prevenir. Sin embargo, algo muy importante en este trabajo es “compartir información” para hacer redes en todo el mundo, porque si algo tiene el tráfico de bienes culturales es su circulación global. No es poco casual que entre las diplomacias de los países estén las devoluciones y restituciones como garantías de soberanía y reparación, sobre todo en aquellas zonas que han sido víctimas del colonialismo, conflictos armados o catástrofes naturales.
Otro capítulo en este crimen es la falsificación, como de la que ha sido víctima Lanata en un hecho que se dio a conocer hace poco días y que el periodista dio por finalizado tras presentar una demanda. Más allá de la resolución de esa historia, lo que revela esa noticia es el negocio de la falsificación. Tal es así, que en nuestro país están pensando en armar un museo con todas las obras de arte falsificadas que confiscaron, unas 500 según el responsable del área de la PFA dedicada a este delito. “La falsificación es una práctica que existe desde que existe el arte”, sostiene El Haibe, titular de un área de prestigio internacional que él define como “vanguardia” porque “a nivel mundial somos considerados el mejor servicio para luchar contra este flagelo”.
El año pasado se estrenó el film “Made You Look” que instaló el debate sobre la falsificación ¿puede considerarse arte o también es delito? Por estos días, el foco lo ha tenido el cotizado artista norteamericano Michel Basquiat, dado que el FBI sospecha sobre la autenticidad de una veintena de obras que se exhiben en el Museo de Arte Contemporáneo de Orlando. “Falsificaciones como las de Basquiat sí las hay, siempre las han habido, así como se falsifica marcas de ropa, carteras o zapatillas. Nada nuevo, tema habitual en el mundo, pero más noticia cuando hay nombres famosos”, despeja Schávelzon.
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