Por Gustavo Sarmiento – Tiempo Argentino
R. Es la letra clave para entender la pandemia que tiene en vilo a, literalmente, todo el mundo. A falta de vacunas y tratamiento, su contención depende de manera esencial del inicio precoz de un aislamiento poblacional. Los países que lo han retrasado (Italia, España) o aquellos en los que los presidentes directamente negaron esa estrategia (Estados Unidos y Brasil), hubo una aceleración exponencial de los contagios y se saturó tempranamente el sistema de salud, con el consiguiente aumento de los fallecidos, en general mayores de 60 años o con factores de riesgo previos. Buscar que cada persona contagiada infecte a la menor cantidad de gente posible (eso es R, el factor de contagio) es primordial.
El genoma de los virus ARN (que usan ácido ribonucleico como material genético o para replicarse) tiene una elevada tasa de mutación, pero la transmisión que deben hacer para sobrevivir no siempre es eficaz. El error que suelen tener al momento de intentar replicarse es lo que le permite a los virus generar variantes que puedan eludir el sistema inmune del huésped y, cuando se les presenta la oportunidad, dar el salto de especie, como ocurrió con el coronavirus, que entre noviembre y diciembre del año pasado pasó de murciélagos a humanos.
Los virus necesitan encontrar rápidamente un huésped para sobrevivir. Y utilizan sus células para replicarse. «Matar al hospedador les juega en contra, pero es un efecto colateral. La adaptación a cada cuerpo les lleva un tiempo», destaca el virólogo Diego Flichman, investigador del Conicet en el Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y Sida. A tal punto mutan que a Italia llegaron cepas diferentes a las chinas, con distinto grado de mortalidad, más allá de las diferencias de población, capacidad de los sistemas de salud, y retardo en las medidas que tomaron ambos países, que inciden en los distintos números de contagios y muertos.
«El problema –reflexiona Flichman– es que no podés vivir haciendo cuarentena, porque te destruye la economía. Y cuando la levantemos, posiblemente la cantidad de personas que puedan contagiarse vuelva a subir, sobre todo si otros países de la región, como Brasil o Estados Unidos, siguen con muchos casos, y porque la cadena de trasmisión fue mayormente impedida todo este tiempo». Y remarca que hasta el momento la única manera de controlarla es aislar a la gente infectada, en un mundo globalizado: «Pensemos que hace un siglo una persona infectada en otro país se moría camino al suyo. Hoy llega a destino antes de tener síntomas».
El iceberg
A diferencia de la viruela, el coronavirus puede tardar varios días en generar síntomas. La media es entre 4 y 5, aunque hubo casos que tardaron hasta dos semanas en manifestarse. Los niños suelen ser asintomáticos, lo cual por un lado es beneficioso por tratarse de una población de alto riesgo, pero dificulta la política de erradicación ya que los chicos no tienen síntomas pero sí pueden contagiar. «El as de espadas del virus es transmitirse sin darse a conocer, ser invisible al sistema”, señala Flichman.
La falta de síntomas complica la detección temprana, fundamental para aislarlos y evitar la propagación. Un equipo de investigadores de China y Estados Unidos estudió los datos clínicos de miles de casos confirmados en Wuhan: para el 18 de febrero, había 37.400 personas infectadas sin detectar. «Nuestra estimación más conservadora es que al menos el 59% de los infectados estuvieron haciendo vida normal, sin hacerse el test y potencialmente contagiando a otros», dijo Wu Tangchun, de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong.
Saber cuántos se enferman, y cuántos de ellos fallecen, es esencial para planificar recursos. Si el 25% de la población de Estados Unidos se contagia, y el índice de letalidad es 1%, habría un millón de muertes.
Para Flichman, es imposible hacer testeos masivos durante la pandemia: «Todo es costo-beneficio, y necesitarías millones de muestras. Por eso todas las estrategias hoy tienen que apuntar a no saturar el sistema de salud, con cuarentena general, esa es la diferencia con España o Italia, donde no actuaron a tiempo».
Leda Guzzi, especialista de la Sociedad Argentina de Infectología (Sadi), señala que «en Italia se presentó con una mortalidad que es el doble de la que se observó en China. Las causas pueden ir desde el promedio de edad mayor de la población hasta un sistema de salud saturado, algo que no ocurre por ejemplo en Alemania, con menos mortalidad, o la falta de medidas o el acatamiento a esas medidas. Si el diagnóstico es escaso, la tasa de mortalidad está sobreestimada y uno está viendo sólo la punta del iceberg».
La batalla
Achatar la curva epidemiológica permitirá también que el sistema de salud pueda hacer frente a todos los contagios, sobre todo los de mayor riesgo. Esta semana, el Ministerio de Sanidad de España informó que el 67% de los fallecidos tienen más de 80 años, frente al 14,7% de China, lo que demuestra la diferencia de mortalidad en los países que implementaron más rápidamente las medidas sociales de restricción.
Evitar que el sistema de salud colapse es el objetivo máximo, según esgrimen las autoridades sanitarias argentinas, asumiendo que los casos seguirán apareciendo. Especialmente si se aceleran los test gracias a la descentralización de los laboratorios: «Lo que buscamos es atender miles de casos, y no cientos de miles. Y ganar tiempo para cuando llegue el pico (calculado para fines de abril o principios de mayo). Desde adquirir y fabricar insumos hasta reclutar gente y terminar hospitales. Como si fuera una guerra».
En esa batalla, el miércoles fue un punto de quiebre, cuando emergió con fuerza la transmisión comunitaria: de los 117 casos de ese día, casi la mitad no fueron ni importados ni por contacto estrecho.
«El comienzo de la circulación viral autóctona implica que el virus circula libremente de persona a persona y puede desencadenar un aumento exponencial en el número de casos. Por esto resulta fundamental el aislamiento obligatorio que evita y corta (literalmente) la cadena de transmisión. Porque cualquier persona, de cualquier edad es capaz de portar el virus y transmitirlo a otra persona, incluso estando asintomático», afirma Guzzi. Y completa: «Es el famoso aplanamiento de la curva epidémica. Si nosotros como ciudadanos fallamos, la estrategia no va a funcionar y las consecuencias pueden ser muy penosas para nuestro país».
La oportunidad
Este lunes, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, anunció que los médicos neoyorquinos serían los primeros en probar suero de personas que se han recuperado del Covid–19 en aquellos que estén seriamente enfermos. La inmunización de los contagiados de este coronavirus es aún una incógnita que estudian diferentes científicos del mundo (otros coronavirus como el Mers o Sars, tuvieron diferentes plazos de inmunizaciones entre sí) y hay gobiernos que ya contemplan la posibilidad de que los inmunizados salgan de sus domicilios para sumarse a la fuerza de trabajo. Sostienen que el aumento de la inmunidad en la sociedad será la clave para que el coronavirus pierda fuerza.
Flichman concluye que «los virus pandémicos al año siguiente casi desaparecen, porque ya infectaron a gran parte de la población. Así pasó con el H1N1. Se les termina el nicho y luego se abre el lugar para otros cientos de virus que están esperando que llegue su oportunidad. Todo el tiempo van probando».