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Nafta: ¿barajar y dar de nuevo?

Una renegociación del Tratado de Libre comercio de América del Norte puede significar una oportunidad para la Argentina.

A partir de mediados de los años 80 la élite política mexicana del Partido Revolucionario Institucional, que gobernaba el país desde la década del treinta, hizo una apuesta fuerte por la globalización, apertura comercial del país y la adopción del modelo económico neoliberal. El hito de esta decisión política fue el inicio de negociaciones entre Estados Unidos y México en 1991 para la firma de un acuerdo bilateral de libre comercio, mesa a la que decidió sumarse Canadá, dando así origen al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan, o Nafta por sus siglas en inglés), que entró en vigor el 1º de enero de 1994.

Durante 23 años el Tlcan implicó para México un notable incremento del flujo comercial y de inversiones extranjeras directas (IED): el 66% del comercio total de México con el mundo se da con Estados Unidos y Canadá. A su vez, del total de IED, el 46% proviene de los Estados Unidos, mientras sólo el 6% es de origen Canadiense. El Tlcan permitió a México que el comercio con los Estados Unidos se haya quintuplicado y la balanza comercial se volviera progresivamente superavitaria. Los sectores ganadores fueron los manufactureros (México dejó de depender de las exportaciones de petróleo y minerales como en las décadas anteriores), mientras que el campo mexicano ha sido el gran perdedor del acuerdo.

Si bien no se puede afirmar que México haya apostado a pleno a la integración con los Estados Unidos, ya que también ha firmado Acuerdos de Libre Comercio con la Unión Europea, Japón, Centroamérica, Israel, Panamá –entre otros países– y es uno de los impulsores de la última iniciativa de integración comercial latinoamericana, la Alianza del Pacífico junto a Chile, Colombia y Perú; sin dudas la dependencia del sector exportador mexicano del mercado norteamericano elevó su vulnerabilidad ante los cambios en la política comercial de su vecino del norte.

Los signos de alerta comenzaron a ser evidentes durante la campaña de las primarias para la presidencia en los Estados Unidos en 2016, a medida que el magnate inmobiliario Donald Trump crecía en intención de voto dentro del Partido Republicano. Donald Trump hizo de México su enemigo regional, culpando a los inmigrantes mexicanos (sin distinguir entre legales e ilegales) de la delincuencia en el país y al Nafta de la pérdida de empleos industriales, presionando y amenazando incluso a las empresas que decidan relocalizar sus plantas al sur de la frontera. El electorado republicano respondió positivamente a este discurso antiglobalización, y lo convirtió en el 45º presidente, con un fuerte peso electoral de los Estados ubicados en el “cinturón de óxido”, otrora caracterizado por el proletariado industrial y donde hoy el desempleo es mayor a dos dígitos.

Trump había afirmado que el Tlcan era el peor acuerdo comercial en la historia de los Estados Unidos, y que si llegaba a la presidencia haría algo al respecto. Su promesa de campaña se cumplió el 18 de mayo de este año, cuando el representante comercial de Estados Unidos, Robert Lighthizer, envió al Congreso la notificación formal de su intención de iniciar el proceso de negociaciones para “modernizar” el Tratado.

Frente a esta decisión unilateral, y en un clima de creciente tensión en la relación con México por las declaraciones públicas que el presidente Trump realizó sobre la construcción de un muro fronterizo, y la constante vinculación que en sus discursos hace sobre migraciones ilegales y criminalidad en la comunidad mexicana que vive en los Estados Unidos, los tres países deciden reunirse en una mesa de negociaciones para redefinir los términos del Tratado.

No caben dudas que en esta mesa México y Canadá se encuentran en una posición defensiva, ya que la relación comercial bilateral entre estos socios es menos importante en términos de volumen, pero es también menos conflictiva y más fluida. Además de los temas de agenda negativa mencionados más arriba (migraciones, seguridad) que caracterizaron la relación Estados Unidos-México, un tema que separó a la administración de Justin Trudeau en Canadá con su vecino Trump, fue la política de acogida a los refugiados que huyen de la guerra civil en Siria. Estos factores delinearon un panorama de expectativa e incertidumbre sobre el futuro de la relación económica regional.

Antes de comenzar las rondas de negociaciones para la modernización del Nafta (la primera tuvo lugar en agosto en Washington y la segunda en septiembre en la ciudad de México), las tres partes publicaron sendos documentos donde manifiestan sus prioridades y objetivos. A pesar de la inflamable retórica de Trump en la campaña, el documento presentado por el gobierno norteamericano no desentona con el diagnóstico que también hicieran los otros socios, que luego de 23 años el Tratado debe ser actualizado, pero no tirado por la borda.

Finalmente, cabe mencionarse que la renegociación del Nafta parece una oportunidad para la Argentina, ya que desde el gobierno mexicano se planteó como estrategia en la primera ronda de negociaciones la posibilidad de abrir las importaciones de soja y maíz a la Argentina y Brasil en reemplazo de los Estados Unidos. Asimismo, desde la visita del presidente mexicano Enrique Peña Nieto al país en julio de 2016, se están llevando a cabo rondas de negociaciones para ampliar el acuerdo comercial bilateral vigente. Frente al cierre comercial en el norte, México parece haber encontrado nuevos socios en el sur del continente dispuestos a continuar apostando por la globalización.

(*) Lic. en Relaciones Internacionales. Profesora de la Cátedra de Política internacional Latinoamericana

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