La decisión del líder del Ejército Nacional Libio (LNA) y hombre fuerte del país Jalifa Hafter de abandonar las negociaciones en Moscú para alcanzar un alto el fuego duradero en el conflicto en Libia –país que se debate en la anarquía y las guerras intestinas desde el derrocamiento y muerte de Muamar Gadaffi en octubre de 2011–, generó amenazas belicistas de Turquía y provocó la convocatoria por parte de Europa a una cumbre multilateral para intentar destrabar el conflicto.
La repentina retirada de Hafter de la mesa de negociaciones promovida por Rusia y Turquía, donde se esperaba que el militar rebelde y el jefe del Gobierno Nacional (GNA) libio Fayez al Sarrajen firmaran un alto el fuego permanente, provocó preocupación por la posibilidad de que la crisis en Libia se agrave con una intervención militar abierta de Ankara.
«El mariscal Hafter se marchó de Moscú. No firmó el acuerdo», dijo una fuente extraoficial libia a la agencia oficial rusa de noticias RIA Novosti.
De esa manera se conoció este martes el naufragio de las negociaciones celebradas en Moscú para acercar posiciones entre los dos principales focos de poder de Libia, pese a que Al Sarraj, jefe de Gobierno reconocido por la ONU, había accedido a firmar el documento de «alto el fuego permanente».
La primera reacción de la diplomacia rusa fue insistir en que «continuarán los esfuerzos en ese sentido» pero reconociendo que «de momento no se ha alcanzado un resultado definitivo», según señaló el canciller Serguei Lavrov.
En contraste con el pedido de paciencia de Moscú, el presidente turco, Recep Ayyip Erdogan, agitó los fantasma de una intervención total sobre el país africano advirtiendo que «si Hafter sigue con sus ataques, no retrocederemos en darle la lección que se merece».
«Hay hermanos árabes que no están con Hafter, y Hafter quiere eliminarlos. Hafter busca una limpieza étnica» denunció el mandatario turco, y anticipó que no le dará la espalda a «nuestros hermanos libios que quieren nuestra ayuda».
Las declaraciones de Erdogan reavivaron los temores de una injerencia turca en favor de al Sarrajem, en momentos en los que medios turcos informaron que Ankara estaría reclutando combatientes de diversas milicias sirias para llevarlos a Libia.
El 7 de enero, Hafter, hombre fuerte del país que controla la mayor parte del territorio libio, incluidos los sectores petroleros, anunció el inicio de una ofensiva sobre la ciudad costera de Sirtre, considerada la última barrera para avanzar hacia Trípoli, la capital del país y localidad en la que está asentado el GNA.
La ofensiva disparó la preocupación de las potencias europeas que reconocen a Al Sarraj como única autoridad libia.
De hecho, la canciller alemana Ángela Merkel anunció este martes que la convocatoria a una conferencia internacional sobre Libia para el próximo domingo en Berlín, a la que fueron invitados ambos líderes.
Según el comunicado oficial, la conferencia fue llamada en acuerdo con el secretario general de la ONU, António Guterres y participarán representantes de Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, Turquía, la Liga Árabe, la Unión Africana, Argelia, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, entre otros países y organizaciones.
El gobierno alemán lleva semanas preparando esta reunión, que estaba supeditada a cómo se resolviera la cumbre de Moscú, de la que Hafter se retiró sin hacer declaraciones.
Merkel lanzó la convocatoria al no lograrse los resultados esperados en la reunión de la capital rusa, destinada a firmar un documento en el que ambos sectores libios se comprometían a garantizar un «respeto incondicional» del cese de las hostilidades decretado el 12 de enero.
La diplomacia rusa, afín a LNA, aseguró que el jefe militar tenía una valoración positiva del proyecto de declaración, una posición que le fue adjudicada al propio Hafter que, sin embargo, aún no sentó una posición pública.
«El comandante del LNA, Jalifa Hafter, valoró positivamente la declaración final (de cese del fuego), pero antes de firmarla se tomó dos días para discutir el documento con los líderes de las tribus que le apoyan», señaló el comunicado difundido por el Ministerio de Defensa ruso.
«El principal resultado del encuentro fue el principio de acuerdo entre las partes en conflicto para apoyar y mantener de manera indefinida el régimen de cese de las hostilidades», destaca la nota oficial.
Según Moscú, «esto crea una atmósfera más favorable para la celebración de la Conferencia de Berlín para Libia».
De mano derecha de Gaddafi a su peor enemigo
El mariscal de campo Hafter dice que su objetivo es restaurar la seguridad y erradicar a los grupos radicalizados de la gran ciudad. Pero lo cierto es que, desde que liberó a Bengasi en julio de 2017, se propuso extender su presencia a todo el país y unificar al gobierno bajo su mando, poniendo fin a ocho años de anarquía y guerra civil.
Hafter nació en 1943 en Ajdabiya, una ciudad ubicada en el noroeste de Libia. Se inscribió en la academia militar a los 21 años y profundizó su entrenamiento en la Unión Soviética y en Egipto. Siendo un joven oficial, se sumó al golpe militar del 1 de septiembre de 1969, liderado por el coronel Muammar Gaddafi, que puso fin a la monarquía de Idris I.
Con el correr de los años, fue escalando posiciones en el nuevo régimen, acercándose cada vez más al entorno del «líder fraternal», como se hacía llamar Gaddafi. En los 80, Hafter ya era uno de los generales en los que más confiaba.
En 1986 lo puso a cargo de las tropas libias que intervinieron en la Guerra de los Toyota, por el control del norte de Chad. Esa misión desencadenó el mayor vuelco en la vida de Hafter. En 1987 fue capturado por soldados chadianos, que expulsaron a los libios del país tras muchos años de intervención.
Después de la derrota, Gaddafi, que había negado tener personal militar en el país vecino, desconoció a su fiel servidor. Hafter no soportó la traición. Desde ese momento, empezó a trabajar para derrocar a quien había sido su mentor.
Desde Chad, planeó una invasión a Libia que contó con el apoyo de Estados Unidos y de otras potencias occidentales, que veían con preocupación el alineamiento de Gaddafi con la Unión Soviética. Pero la operación fue un fiasco y Haftar tuvo que ser evacuado del país por un helicóptero de la CIA, según cuenta John Lee Anderson, que lo entrevistó para un artículo publicado en The New Yorker.
Haftar obtuvo la ciudadanía estadounidense y se radicó en Virginia. Si bien siguió relacionado por un tiempo a la central de inteligencia, y participó de otros intentos fallidos de desestabilizar a Gaddafi, el reconocido periodista sostiene que cortó sus vínculos hace muchos años.
Haftar estaba prácticamente retirado de la vida pública en 2011. Sin embargo, una inesperada ola de revueltas populares cambió drásticamente la historia de muchos países del norte de África y de Medio Oriente. La «Primavera Árabe» —que terminó siendo un infierno más que una primavera— puso en jaque al gobierno de Gaddafi, que reaccionó con una represión brutal.
El mariscal vio entonces una oportunidad para regresar a su país en busca de revancha. Estuvo al frente de un pequeño grupo que le asestó algunos golpes al régimen, aunque no fue decisivo para su caída. El 20 de octubre de 2011, milicianos encontraron a Gaddafi escondido en un tubo de drenaje y lo mataron. Todo quedó registrado en videos que recorrieron el mundo.
En julio de 2012, Libia celebró elecciones por primera vez en 60 años, para conformar al flamante Congreso General de la Nación (CGN), que eligió como primer ministro al moderado Alí Zeidan, abogado de derechos humanos. Pero la ilusión de estabilidad democrática se desvaneció en pocos meses. El CGN no llegó nunca a hacer pie y en todo el territorio nacional comenzaron a proliferar grupos armados, muchos de ellos de orientación islamista.
El caos se acentuó después del 11 de septiembre de 2012, cuando un grupo extremista entró al predio del consulado estadounidense en Bengasi y lo prendió fuego. El embajador Christopher Stevens y otros tres ciudadanos fueron asesinados.
El atentado fue perpetrado con la intención de apurar la retirada de Washington, que había sido determinante en la derrota de Gaddafi a través de una campaña aérea propiciada por la Otán. El objetivo se cumplió, porque el gobierno de Barack Obama ordenó poco después la salida de casi todo el personal civil y militar.
Bengasi cayó casi de inmediato en manos de organizaciones terroristas vinculadas a ISIS. Libia se convirtió en un estado fallido, en un compendio de poderes locales precarios y enfrentados entre sí, que imponen su autoridad exclusivamente a través de las armas. Además de los miles de muertos, millones de personas fueron desplazadas de sus casas o abandonaron el país.
Por sus fronteras porosas, la ausencia de un orden centralizado y su ubicación geográfica estratégica, se transformó en el paso predilecto para los contrabandistas de personas, que llevan a cientos de miles de migrantes a cruzar el Mediterráneo en embarcaciones precarias para llegar a Europa. Muchos mueren en el camino.
En ese momento de confusión generalizada, Haftar, que había quedado en un segundo plano tras la caída de Gaddafi, protagonizó su segunda resurrección. En mayo de 2014 lanzó la Operación Dignidad, para erradicar a los grupos islamistas del país. Gracias a los triunfos que obtuvo en sus primeras campañas, fue declarado comandante del Ejército Nacional Libio y mariscal de campo por la Cámara de Representantes de Libia (CRL), creada para reemplazar al desprestigiado CGN.