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Naw-Rúz floreció en la zona sur

La comunidad Baha’i celebró el viernes el Año Nuevo iraní. Fue en la sede local de quienes profesan esta religión, que en Rosario tiene unos 120 fieles. Allí montaron la mesa ritual con ajo, manzana y trigo, algunos de sus aportes a la humanidad.

Francia al 3700: en un rincón de Rosario, y del mundo, unas treinta personas se encuentran para celebrar Naw-Rúz, el año nuevo iraní. Las reuniones se repiten simultáneamente en unos 230 países. Son casi las 22.30 del 20 de marzo y la comunidad local Baha’i empieza a orar. “Alabado seas Tú, oh mi Dios, por haber ordenado Naw-Rúz como festividad”. Algunos tienen los ojos cerrados, otros los dejan abiertos: miran a la mujer que está leyendo, a su alrededor o al vacío. Terminan de orar y llega el silencio.

Luego cantan. Primero los más chicos, luego se suma el resto: “Dios es suficiente para mí, él es en verdad quien todo lo satisface”. Cual ciclo, vuelve el silencio y luego a cantar: “Dejad que vuestro corazón se encienda con amorosa bondad hacia todos los que se crucen en vuestro camino”. La tercera pausa se rompe al grito de “¡A comer sandwichitos!”, seguido por un suspiro general y de alivio. La mayoría de los presentes lleva 19 días de ayuno diurno.

La fiesta de Naw-Rúz es, para los ajenos –como quien suscribe– la puerta de entrada a la comunidad Baha’i. Escribir sobre esta religión es casi imposible. Para los de afuera, al menos. Para una página de diario también e incluso debe serlo para sus creyentes, muchos de los cuales afirman continuar investigándola. Es una religión moderna. Su profeta Bahá’u-lláh nació y murió en el siglo XIX, y dejó expresada una forma de organización para que el Baha’i continúe discutiéndose, modernizándose y adaptándose a las realidades según pasan los años.

El motor de Naw-Rúz, sin embargo, es fácil de dilucidar: es el encuentro. La celebración no tiene música típica, ni comida, ni colores, ni vestimenta. Apenas se vislumbra el Haftsin: una mesa con siete materiales que, en persa, empiezan con S. “Son elementos para la prosperidad humana”, explica Shala, una de los 120 miembros de la comunidad local. Y señala: pasto brotado, vinagre, manzana, monedas, germen de trigo, ajo y pescaditos de colores. Dicen que en el momento exacto del equinoccio, cuando comienza Naw-Rúz, los peces se ponen de forma de vertical, “para orar a Dios”. Shala confirma la leyenda: el año pasado la familia se juntó para verlo. Sobre la mesa también hay huevos pintados por los chicos. Son regalos a familiares y amigos. La tradición permite que hasta el que menos tiene pueda dar algo a sus seres queridos.

“El Naw-Rúz se establece para esta fecha porque coincide con el equinoccio de primavera en las tierras donde nació Bahá’u’llah”, explica Ramin, quien fue designado como orador principal de la fiesta. “Estamos en una noche de renovación, de primavera física y espiritual. Es una celebración comunitaria para tejer y fortalecer amistad”.

Ramin empezó la celebración leyendo un fragmento del Génesis y luego reflexionando sobre el tiempo, sobre cómo cada pueblo lo mide de distintas maneras. Cuenta que el calendario Baha’i es una combinación de calendario secuencial –como el cristiano– y cíclico –como el maya–. El calendario de esta comunidad tiene 19 meses de 19 días cada uno. Este número significa para ellos “algo nuevo”. Los meses del Baha’i se llaman según distintos atributos divinos. Ramin eligió algunos para enumerar: esplendor, gloria, belleza, luz, voluntad. “De esta manera tenemos conciencia de que somos espirituales y que la experiencia material es sólo un tramo”.

El último mes significa Sublimidad. Es del 2 al 20 de marzo y es un mes de ayuno diurno. Los Baha’i se levantan para comer antes del amanecer y aguantan hasta que cae el sol sin ni siquiera tomar agua o un mate. En Naw-Rúz comen con alegría sandwiches de miga, empanadas, sandwiches de pollo. Toman coca-cola. Y luego preparan una muy tentadora mesa dulce que dura poco tiempo servida.

En Francia al 3700, un rincón más de los cientos de rincones que están celebrando, se respira un aire distinto, que ni siquiera es religioso. Es el espíritu que mueve a estos creyentes: una mezcla de bondad, amabilidad y alegría que no están forzadas, que son llamativamente sinceras y naturales. En Naw-Rúz, al sur de la ciudad, hay chicos corriendo, explotando globos, andando en bici en la calle. Hay jóvenes. Hay tatuajes, plataformas, lentes de pasta, zapatillas deportivas. Está Gema, una niña fanática de las letras que enumera todo lo que leyó y que es prima del compositor de la cumbia de Yeimar Pastor. Está Tahereh, que tiene 84 años y llegó a Argentina hace 47, desde Irán.

La mujer es un libro abierto, relata la historia de la antigua Persia en su español trabado – “sin verbos”, dice ella – y cuenta más de una vez que llegó al país con sus seis hijos. Y que ahora tiene 14 nietos y dos bisnietos y una nuera de Indonesia. Tahereh es fanática de la Coca-Cola y deja apoyar los vasos en la mesa de Haftsin. “No es sagrada”, dice riéndose. Cuenta con sonrisa cómplice que no ayunó nunca: embarazos, lactancia y problemas de salud. Se le pregunta si en Naw-Rúz extraña Irán. Pide que le repregunten y no se sabrá a ciencia cierta si entiende, pero responde con énfasis: “¡No! ¡La tierra es un solo país!”.

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