Por Gastón Rodríguez @soyelpapadeleon / Tiempo Argentino
Bariloche, 12 de septiembre de 1989. Un periodista veinteañero entra a la biblioteca del colegio Primo Capraro de la Asociación Cultural Germano-Argentina para entrevistar a su presidente. “Aquel día –recuerda desde París Esteban Buch–, yo fui a ver Erich Priebke porque era un dirigente de la comunidad alemana. Había oído rumores de que había sido nazi, pero no sabía nada concreto sobre su historia personal. Recuerdo haberme sentido bastante tenso en aquel momento, pero sin darme cuenta del significado cabal de lo que estaba oyendo”.
Lo que Buch escuchó de boca del propio Priebke –por entonces un vecino “notorio” que prefería omitir su pasado como capitán de las fuerzas de choque SS y miembro de la Gestapo– y que tiempo después sirvió de material probatorio para su extradición a Italia y posterior condena a prisión perpetua fue la confesión espontánea de su participación en la Masacre de las Fosas Ardeatinas, la penosamente famosa represalia nazi que dejó un saldo de 335 víctimas civiles, entre ellas 75 judíos, cometida en las afueras de Roma durante la Segunda Guerra Mundial.
Julio, 2022. Buch, ya profesor de historia de la música en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París y autor de varios libros y artículos académicos, reflexiona con Tiempo acerca del alcance histórico de aquella entrevista a propósito de la publicación en la revista Estudios sobre Genocidios de su más reciente ensayo donde recrea la historia de El pintor de la Suiza argentina, un debut literario que se ocupó, ni más ni menos, de los nazis afincados en Bariloche (ver recuadro).
“No puedo recordar un momento preciso en que me haya enterado de la existencia de nazis en la ciudad. La historia de mi familia (el libro está dedicado a su tío abuelo víctima de la cámara de gas de Auschwitz) me volvía sensible al tema, pero tampoco recuerdo que se haya discutido en casa. En general creo que era algo que en Bariloche alguna gente sabía o imaginaba, pero no había discusiones públicas ni nada parecido. El pacto de silencio del que hablo en el libro consistía precisamente en eso, una idea tácita y difusa de que era mejor no hablar de ciertas cosas”, reflexiona Buch citando la canción de Sumo en clara muestra de una argentinidad intacta.
–En tu ensayo hablás de que en Bariloche estaban acostumbrados a “barrer la mugre debajo de la alfombra”, pero también rescatás los aportes de las personas que hicieron posible la publicación de tu libro. ¿Podrías describir esa tensión social?
–Creo que la exasperación ante la impunidad de los nazis de ese centenar de personas de Bariloche que ayudaron a publicar mi libro era indisociable del contexto político, simbolizado a nivel nacional por las leyes de impunidad (en referencia a Punto Final y Obediencia Debida, promulgadas por el entonces presidente Raúl Alfonsín), pero también relacionado con la historia local. Bariloche fue uno de los poquísimos lugares del país en donde el intendente de la dictadura, Osmar Barberis, un gendarme retirado, fue propuesto en 1977 a los militares por las ´fuerzas vivas´, es decir, las cámaras empresariales. Y si aquellas personas apoyaron mi trabajo fue sobre todo porque me conocían por Juan, como si nada hubiera sucedido, la película de Carlos Echeverría que en 1987 había denunciado las complicidades locales ante la desaparición de Juan Marcos Herman en ese mismo año 1977.
–¿Cómo relacionas aquel contexto político con la confesión de Priebke?
–Ese mismo ambiente de impunidad le daba tranquilidad a Priebke, no solo para seguir con su vida de “buen vecino” sino incluso para largarse a decir que “la idea (del nazismo) era buena” aun si “el final era terrible”, una frase que pronunció en aquella misma entrevista. Él tal vez creía que decir eso del final terrible era dar muestras de espíritu crítico, pero en realidad no era más que el discurso de un nazi convencido, lamentando la derrota. Además, su arrogancia reflejaba su estatus social, el de un dirigente acostumbrado a ser tratado con respeto y honores por gobiernos militares y civiles.
–¿Creés que Argentina tiene una deuda en el reconocimiento al cobijo que dio a nazis prófugos?
–No sé si hay que razonar en términos de deuda, pero creo que esa presencia de los nazis en Argentina fue, y en cierto modo sigue siendo, una herida duradera para todas las víctimas reales o potenciales del nazismo. Empezando por la comunidad judía, pasando por quienes adherimos al pensamiento crítico antinazi, que es uno de los grandes legados intelectuales y morales del siglo veinte, e incluyendo en principio a toda la nación. Desde el punto de vista de la historia argentina, creo que la actitud de Perón (Juan Domingo) ante los nazis, con sus repercusiones en la trayectoria de la derecha peronista y sus convergencias con militares golpistas, nunca fue saldada del todo, especialmente en los sectores progresistas. Además del desprestigio internacional duradero del país, y en particular de Bariloche como “cueva de nazis”, esa herida fue un desafío para el afianzamiento del consenso democrático, que por cierto pone en juego cosas que van más allá del peronismo. La democracia es un valor no negociable, sea donde sea. «
EL LIBRO QUE LO DENUNCIÓ
El pintor de la Suiza argentina de Esteban Buch (Editorial Sudamericana, 1991) cuenta la historia de Toon Maes, un colaboracionista nazi de alto rango que se instaló en Bariloche en 1952, y que se fue convirtiendo en un reconocido artista local.
La obra contiene, además, la primera denuncia pública de la presencia de Erich Priebke en el sur de nuestro país, fuente directa del reportaje que en 1994 le realizaría la cadena estadounidense ABC y que provocaría el pedido de extradición de la justicia italiana y la condena a prisión perpetua por crímenes de guerra. Por su edad, se le otorgó prisión domiciliaria que cumplió hasta su muerte en Roma en 2013. En las afueras de la capital italiana ocurrió la Masacre de las Fosas Ardeatinas, durante la Segunda Guerra Mundial, de la que él admitió ante Buch haber sido parte.
«Aún si aquella edición de mil ejemplares se agotó hace mucho tiempo, es un texto que treinta años después de su publicación en cierto modo sigue existiendo», escribió Buch sobre su libro.