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Nelson Mandela y los 27 años de prisión que no torcieron ideales

Por: Liliana Nartallo

Hace pocos días, exactamente el 11 de febrero, se cumplieron veinte años de la liberación de Nelson Mandela, Maliba, como lo llaman sus allegados. No era un joven cuando volvió a ver la luz de la libertad, estaba próximo a cumplir 72 años. Nos permitimos reflexionar sobre este detalle significativo, porque Mandela transcurrió los años más importantes de la vida reflexiva de una persona, esa edad en la que detrás del pensamiento que va madurando está la palabra e incluso la acción responsable, en el medio de la “Casa Muerta”, como diría Dostoievsky.

Sin embargo, lo embargaba un propósito que había aumentado durante sus años de cautiverio, terminar con la discriminación y el “apartheid” que sufrían sus hermanos sudafricanos.

Fue el prisionero número 466/64 y a pesar de pasar todos esos años en una situación denigrante y penosa, no cuestiona a sus verdugos sino que los sorprende otorgándoles el perdón. No está demás expresar que tal sublime hecho sólo los grandes espíritus son capaces de concretarlos.

Su afán de superación hizo que mientras soportaba los años de encierro estudiara por correspondencia y obtuviera el título de Licenciado en Derecho.

A este hombre soñador, idealista, pero lleno de una fe inquebrantable que lo llevó a ver cristalizados sus anhelos, la vida lo golpeó desde muy joven. Perdió primero a una hija en edad de lactancia; años más tarde muere su primer hijo varón en un accidente automovilístico y en el año 2005, como si no bastaran esas desgracias, Mandela ve extinguirse la vida de su segundo hijo varón, abogado y hombre de negocios que a los 54 años fallece en Johannesburgo víctima de sida.

¿Quién hubiera podido resistir semejante tragedia? Sólo el espíritu dispuesto y luchador de Mandela, espíritu que soporta todos esos golpes y continúa con su lucha para obtener el derecho de su pueblo a no ser discriminado, derecho que es su propio anhelo. Podría decirse que este hombre descubre en ese pueblo sudafricano tan amado, una sombría Casa Muerta que lo somete (como a él la cárcel injusta), y en la misma muerte de su sangre, la muerte de los derechos de sus compatriotas de color.

Corría el año 1994 y por primera vez los ciudadanos sudafricanos de color tienen derecho a expresarse en las urnas. Como no podía ser de otra manera, eligieron presidente al hombre que los había defendido, que había luchado infatigablemente por su inclusión y que expresaba el sentir de toda una sociedad que había sido avasallada durante años. ¡Mandela es presidente!

Esas elecciones marcaron el nacimiento de la democracia en un país donde la violencia, la persecución racial y todo tipo de injusticia se habían instalado y dominado a la sociedad de color de manera brutal.

Mandela, que ya contaba con 75 años, se había transformado en un líder y un referente respetable ante los ojos del mundo. Su objetivo era «una nueva Sudáfrica donde todos fueran iguales, donde todos los sudafricanos trabajaran juntos para conseguir la seguridad, la paz y la democracia de su país».

Al asumir su cargo, sobre sus espaldas pesaba la expectativa de miles de sudafricanos que vivían en condiciones de pobreza y precariedad. La mayoría no tenía ni electricidad, ni agua corriente y la mitad de la población no había podido acceder a la educación y era analfabeta. El ochenta por ciento de la tierra cultivable había sido apropiada por los blancos y ahora esperaban su restitución. Un difícil reto para un hombre que venía de sufrir tantos tormentos. Sin embargo, con mucha serenidad y un auténtico sentido de la verdad les expresó a sus conciudadanos “no esperen que hagamos milagros”. Las cosas por solucionar eran demasiadas y había que planificar muy bien los pasos a seguir.

Sin embargo, el hecho de que esta otra alma grande (la otra entiéndase fue hindú) llegara al poder ya se podía considerar como una gracia de la vida, para muchos sudafricanos fue un verdadero milagro. El milagro de dejar de ser maltratados y comenzar a ser considerados seres humanos. ¡Sí, un verdadero milagro en esa Sudáfrica sufrida y llorosa!

En el año 1999 Nelson Mandela anunció que no se iba a presentar a la reelección y hoy, a los 91 años, es reconocido como el gran líder sudafricano cuya luz se reflejó en el mundo. Su huella permanecerá en el corazón de muchos, sus palabras acompañarán como música a toda una humanidad deseosa de derechos satisfechos.

La ausencia de libertad inmerecida durante 27 años no logró quebrar su voluntad y su propósito, su inteligencia hizo que sus enemigos se transformaran en sus compañeros y hasta algunos de ellos llegaran a admirarlo.

Nelson Mandela, un hombre que soportó todas las adversidades y que una vez expresó: “Tu pequeñez no le sirve al mundo. No hay nada iluminado en disminuirse para que otra gente no se sienta insegura a tu alrededor. Has nacido para manifestar la gloria divina que existe en nuestro interior. Esa gloria no está solamente en algunos de nosotros; está en cada uno. Y cuando permitimos que nuestra luz brille, subconscientemente le damos permiso a otra gente para hacer lo mismo. Al ser liberados de nuestro miedo, nuestra presencia automáticamente libera a otros”.

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