Florencia Cosumano, Santiago Rojas y Federico Vázquez (*)
El extractivismo es un patrón de desarrollo que se enmarca dentro de los modelos primario-exportadores, y se caracteriza principalmente por la explotación intensiva de los recursos naturales –tanto renovables como no renovables– la cual constituye el motor de la economía de los países que poseen estos recursos.
Con la llegada en América latina de los denominados gobiernos del “giro a la izquierda” al modelo económico del extractivismo se lo pasó a llamar “neoextractivismo”. Este término “neo” es indicador de una característica común atribuible a estos nuevos gobiernos, que consiste en la puesta en práctica de políticas de mayor intervención y regulación por parte del Estado en los procesos de extracción de los recursos, su nacionalización y una búsqueda de mayor captación de los beneficios de esas actividades para políticas sociales, con la impronta de mejorar la distribución de la riqueza en las distintos sectores de la sociedad. Estos modelos, a diferencia del extractivismo clásico, conllevan “Estados compensadores” que despliegan políticas redistributivas más activas, pero sin cortar con el modelo de explotación y exportación de recursos naturales (mineros, petroleros y monocultivos intensivos). Bolivia, Ecuador y Venezuela son los casos más emblemáticos de este fenómeno. Esta matriz de inserción internacional se profundizó como consecuencia del boom de los precios internacionales promediando la primera década del siglo XXI, que llevó a que estos países terminaran primarizando aún más sus economías en detrimento del desarrollo de la estructura productiva con procesamiento interno de los productos.
Venezuela se ha insertado en la economía internacional como proveedor mundial de petróleo crudo en grandes cantidades. Actualmente, debido a la caída de su precio (el cual descendió hasta los 27 dólares por barril en 2016) sumado a las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y diversos países de la región alineados con Washington, hoy la economía atraviesa la peor crisis económica, política y social de su historia. Es por ello que luego de haber convocado a la Asamblea Constituyente en 2017, en Venezuela se ha profundizado la idea de “diversificar la re-primarización”. Un ejemplo de esto es la iniciativa AMO (Arco Minero del Orinoco). Una megaexplotación minera en la zona del río Orinoco, una zona que posee una superficie que corresponde al 12,4% del territorio nacional, siendo mayor que los territorios de Costa Rica, Suiza o Cuba. Zona con grandes cantidades de recursos naturales como son el oro, diamantes, coltán, hierro, bauxita, entre otros. Para esto el gobierno ha permitido la explotación privada de la zona, con alrededor de 150 empresas de 35 países distintos incluyendo a grandes grupos, como por ejemplo Barrick Gold o Gold Reserves.
En el caso de Bolivia, los logros de este país no sólo se deben a la estabilidad en los precios de las materias primas, sino también al aporte del sector productivo y a la política de nacionalización que se implementó para recuperar los recursos naturales y las empresas estratégicas del país. Fundamentalmente han sido los programas políticos-sociales instaurados por el Estado Plurinacional los que han posibilitado estos adelantos, ya que se ha reducido enormemente la tasa de analfabetismo y más ciudadanos están capacitados para trabajos en el sector productivo. Aún así, el país extractivista sufre la dificultad de separar la continuación de las políticas sociales del propio boom económico derivado del precio de las materias primas por el hecho de que su economía se beneficia del viento de cola derivado de los altos precios de los hidrocarburos y otros minerales; alrededor de 80% de las exportaciones están representadas por el gas, otros productos de la minería y la soja.
Ecuador es, dentro de los tres casos de análisis, un país con algunos rasgos que lo distinguen de los otros dos. Debido, principalmente, a que tiene una actividad manufacturera relativamente más importante, aunque se trata de productos de poco valor agregado y que se destinan mayormente al consumo interno. Y es una de las economías de América latina más cerradas al comercio internacional, al tiempo que recibe relativamente escasa inversiones extranjeras, y tiene su economía dolarizada, lo que le quita una política macroeconómica fundamental. No obstante durante el gobierno de Rafael Correa se llevaron a cabo grandes políticas de inversión en infraestructura para mejorar las actividades productivas controladas o intervenidas por el Estado, al tiempo que se llevó a cabo una gran política de distribución de riquezas e inclusión social. Sin embargo, el modelo está nuevamente en crisis y depende de una nueva época de bonanza de los precios de los commodities. Debido a que sus principales fuentes de ingresos de dólares a la economía son la actividad petrolera y agrícola.
La principal desventaja del neo-extractivismo es la debilidad y fragilidad que conlleva para la estructura económica de los países productores y exportadores de bienes primarios. Al hacerlos extremadamente dependientes de los recursos financieros provenientes en gran medida de esas actividades extractivas, que en muchos casos se concentran en un alto porcentaje sobre un único recurso que termina constituyéndose en el principal pilar sobre el cual se sostiene la economía. Por ello, cualquier cambio en el contexto del sistema internacional altera sobremanera su estabilidad económica. Aunque la abundancia de estos recursos estratégicos genera grandes inyecciones de dólares a sus economías –sobre todo cuando el precio de los commodities llegan a picos muy altos– lejos está de generar un estímulo para desarrollar una estructura productiva más diversificada e industrializada. Lo que resulta un modelo con una frágil y primitiva estructura productiva, una economía altamente sensible a la fluctuación del precio de los commodities y, en los momentos de bruscos descensos de los precios de tales productos, quedan a merced del contexto del sector financiero privado internacional. Por lo dicho hasta aquí se puede concluir que a largo plazo el modelo neo-extractivista debe ir acompañado de políticas de Estado tendientes al aprovechamiento de las ganancias provenientes de la explotación de estos recursos para desarrollar una estructura productiva más sólida y diversificada. Ya que el círculo vicioso del extractivismo que lleva a un incremento de la inestabilidad macroeconómica, a un estancamiento en la condición de subdesarrollo de los países latinoamericanos, y al incremento de su dependencia respecto a la demanda y a las condiciones de las potencias económicas, con su consecuente reducción progresiva de su autonomía.
(*) Estudiantes de relaciones internacionales de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UNR)