Hace unos pocos días moría un baterista argentino de esos siempre no tan conocidos pero que para quien lo escuchaba una sola vez, no resistía seguir su derrotero o enterarse con quién había tocado antes. Ese batero era Néstor Astarita, para algunos conocido por su extensa participación en los proyectos de Litto Nebbia, entre ellos la grabación de los discos Muerte en la catedral (1973), uno de los mejores de la vasta producción del ex Los Gatos, y Melopea (1974), y también por tocar con el guitarrista Oscar Alemán, a quien conoció a fines de la década del 50 del siglo anterior; con el brasileño Hermeto Pascoal; con el saxofonista rosarino Gato Barbieri y con el icónico trompetista norteamericano Dizzy Gillespie. Basta bucear en diversas grabaciones de jazz argentino para encontrar su sustanciosa percusión, siempre integrada a cada expresión, pero a la vez libre e imaginativa como surge de la escucha de discos de The Georgians Jazz Band, Hernán Oliva, Jorge López Ruiz, el legendario Enrique “Mono” Villegas, Horacio “Chivo” Borraro, los insignes bandoneonistas Dino Saluzzi y Rodolfo Mederos, entre otros.
Para Astarita, quien decía que sus principales influencias habían sido Piazzolla y Miles Davis, nada menos, todo residía en seguir tocando cada vez que pudiera, y si no era con un grupo, lo hacía en soledad, probando timbres, ejecutando tambores y platillos para encontrar tonos, y hasta sopesando un poco la velocidad de los pies sobre los pedales, casi tanteando lo que el paso del tiempo puede obrar sobre el timing que se consigue sobre un instrumento. Por eso Astarita insistía en tocar con formaciones diversas, era como encontraba el modo de mantenerse en forma y así se sostuvo hasta sus últimos años. Y, todos coincidían, cada vez parecía tocar mejor.
En 2018, para celebrar sus 80 años, su amigo Nebbia quiso homenajearlo y a través de su sello Melopea lanzó un disco con algunos de sus mejores registros históricos. Allí aparecía tocando con Enrico Rava, el mencionado «Mono» Villegas, Baby López Furst, Jorge Anders y el mismo Nebbia, y puede apreciarse en esa variedad la precisa calidad de sus intervenciones. El relato del mismo Astarita contando sus comienzos percusivos cuando a los diez años tocaba con las agujas de tejer de su madre, simboliza su apego a los “palos”, que no abandonaría jamás.
A mediados de los años 60, Astarita fundó el ya mítico Jazz & Pop, en el barrio de San Telmo, un espacio famoso por sus jams, por donde pasaron encumbradas figuras del jazz como Lionel Hampton, Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Coleman Hawkins, Harry James y Stan Getz, entre otros. El lugar terminó integrando el paisaje nocturno y musical de Buenos Aires y los músicos mencionados, luego de sus actuaciones “oficiales”, en teatros o salas, buscaban acercarse al Jazz & Pop, que ya había traspasado las fronteras argentinas y era considerado el espacio ideal para improvisar, quién sabe junto a quién, puesto que las jam solían tener, muchas veces, un carácter sorpresa. Como la vez que apareció el gran Chick Corea bajándose de un taxi, casi como un habitué, luego de tocar en el Gran Rex, en 2012, ansioso por conocer el local del que le habían hablado muchos otros músicos que habían aterrizado para despuntar el vicio del jazz.
Las sesiones solían comenzar pasadas las diez de la noche y se prolongaban hasta el amanecer. ¿Quién iba a querer perdérselo? A veces, durante las cuatro noches que funcionaba cada semana, no cabía un alfiler y la gente hasta elegía permanecer parada para escuchar esas exquisitas performances. Jazz & Pop también albergó músicos como Rubén Rada, Walter Malosetti, Bernardo Baraj, Gustavo Bergalli, Leo Sujatovich, Larry Coryell y Gilberto Gil, es decir un espectro amplio de propuestas y según recordó Nebbia una vez, era el reducto a donde los músicos iban a parar en los últimos años de dictadura, porque todavía se hacía difícil caminar por la calle portando instrumentos.
Su biógrafa Ana María Iglesias, destaca la singular sensibilidad de Astarita en Vivir al ritmo del jazz, como se titula el libro (escrito cuando el batero tenía 83 años) donde va trazando un perfil de un músico que jamás se detuvo. Dice allí: “Tiene una sensibilidad exquisita para la música y los afectos. La evolución, el cambio y el interés por innovar es una constante. Un hombre impaciente por ese deseo de avanzar rápido por la vida, para no perder tiempo. Sus 83 años de vida, y 60 de trayectoria, se conjugan para conocer el aporte que le da a la cultura porque sigue con sus presentaciones y pensando en las futuras. Su vida implica más su vida como músico…De sus maestros tomó las herramientas necesarias para desarrollarse técnicamente y buscar horizontes más creativos. Así nace la agrupación Buenos Aires Jazz Fusión, donde tocó con Bernardo Baraj en saxo tenor y flauta; Alejandro Kalinoski en piano; Bucky Arcella en bajo y Pocho Porteño en percusión”.
Loss comienzos de Astarita son lejanos y una de las formaciones que integró más tiempo fue el trío de Baby López Furst, una de las más emblemáticas en la escena del jazz argento y la que parió uno de los discos señeros del género ejecutado por un trío, el llamado Jazz argentino (1964). Todo indica que López Furst fue al mismo tiempo una influencia. En una entrevista, Astarita lo recordaba así: “Baby nunca equivocó una nota. Jamás tocó mal. Ni el piano, ni la guitarra ni el contrabajo. Era perfecto, y quizá por eso un día le explotó la cabeza. A mí me parecía un músico extraordinario”.
Astarita siempre fue preciso en sus definiciones y solía distinguir entre el “baterista que toca la batería” del “baterista que toca la música”, porque para él, el contraste aludía al placer que da la música y el interés por la melodía, aunque a veces, remarcaba, “la melodía me lleva al carajo”. “Todo el elogio técnico y creativo que podamos hacerle está registrado en su larga y variada discografía, siempre tocando con grandes del jazz, como Gato Barbieri, Baby López Furst, Enrico Rava o el legendario Enrique “Mono” Villegas, pero más significativo resulta su participación como compañero grupal. Un ser humano cariñoso, de una lealtad inquebrantable…”, dijo su amigo Nebbia después de enterarse de su muerte. Fue también Nebbia quien mezclaría el último disco del Gato Barbieri, grabado en New Jersey en 2010 y titulado Nueva York Meeting junto al baterista. “Mientras lo mezclamos, Astarita no para de contarnos afectivas y jocosas situaciones ocurridas durante la grabación. Cosas de músicos. Cosas del corazón hechas para el corazón”, se lee en la información que acompaña el cedé de ese disco escrita por el autor de “Solo se trata de vivir”.
Por todo lo enunciado hasta aquí, no cuesta mucho pensar en Néstor Astarita como un músico apasionado y comprometido con la batería y sus posibilidades que, para él, resultaron infinitas; una evidencia que se hace palpable en aquellos animados por un espíritu que los identifica como músicos completos, más allá incluso de los instrumentos con que se desenvuelven.