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Néstor Kirchner o la célula heroica, mutante y breve

Néstor Kirchner fue un momento, breve capaz, en la vida de nuestra Argentina, que también es un momento breve en la todavía más larga vida de nuestra América. Fue un momento, menos de una década, pero marcó ese cuerpo, esas células, esas almas, para siempre. Y ojo que no es metáfora.

Marcos Mizzi

 

Néstor Carlos Kirchner fue un subidón de endorfina en el marchito sistema nervioso de la Argentina. Un buen vaso de buena cerveza en la mañana de resaca. Sí. Fue eso. Un mojarse la remera, ponersela de turbante y sentarse a la sombra un mediodía de verano. Pero también fue el agua, el algodón y la brisa. Fue acción y también fue accionado: una alquimia inédita que le dio nueva vida a un pueblo. Lo que se dice, un héroe.

Pero, ¿qué es un héroe? Básicamente, un gil. Alguien que podría estar tranquilo en su casa pero que sin embargo siente la llamada y tiene que actuar. Héctor podría haberse fugado de Troya, total, ya estaban perdidos. Irse a una isla en el Egeo con Andrómaca, engordar juntos, criar caballos, enseñarle esgrima a sus nietos. Roky podría haber dicho ya fue, me quedo tranqui apretando gente en los puertos, con suerte en unos años con Adrian compramos la tienda de mascotas y listo. Néstor podría haberse quedado con la gobernación, vivir en su amado Sur con la familia, a lo sumo buscar una banca en el Senado, influir en la política nacional sin jugarse el cuero. Pero en esa vida casera hay algo al héroe no lo convence. Un héroe nunca puede decir llegué. Ojo, un héroe no es inocente. No es desinteresado. Aspira a la Gloria, o a la Justicia, o a lo que fuera: ve un hueco en la Historia y sabe que puede y puede saber meterse. No, un héroe no es un santo. Carga con todos los defectos de su medio, incluso, como todo en él es desmesurado, es casi seguro que cargue con más. Lo que diferencia a un héroe del resto es que tiene el deseo colocado en un lugar distinto. Lo guarda fuera de sí. Y por eso, para la lógica del mundo, es un boludo.

Macri, en ese sentido, es un héroe también. Dejó su vida de lujo para embarrarse en la política, como a algunos les gusta decir. También es en ese sentido un gil. Lo que nos permite diferenciar a un héroe de un villano es, sabemos, ínfimo. Apenas una intención, ciertos gestos. Y, nunca hay que desestimar esto, una cuestión de olfato. Miles de años de carga genética nos han dado instintos. Uno de ellos es fundamental para la supervivencia de un grupo: saber identificar a simple vista al héroe y al villano. No es obligatorio seguir los instintos. Voy por la calle, algo me dice que no pase por delante de ese perro, no le hago caso y paso igual, y ese perro me mordió. Pero los pelitos de la nuca cuando se erizan nunca fallan.

Nunca nunca fallan. Yo era muy chico al principio. Para mis 12 años, Kirchner era sólo un tipo parecido a Tristán que había asumido sin ganar elecciones. Después empecé a escuchar más cosas, y la figura heroica de Néstor crecía al mismo tiempo que mi cabeza. Lo de los cuadros y lo del ALCA me fascinaron tanto como a cualquier adolescente de la época: todavía no estaba de moda ser rebelde siendo anarcocapitalista. Para 2007, había empezado a participar en la UES, pero al presidente lo bancaba críticamente. El tipo era un político y yo era un rockero de 16 años, qué sé yo. Lo que me enamoró de Néstor definitivamente fue un discurso de 2008, durante la crisis del campo. Ni me acuerdo cual, ni me acuerdo lo que dijo. Me acuerdo sí que un rato después habló Cristina. Lo que me enamoró de Néstor ese día y para siempre no fueron los conceptos políticos, ni la claridad expositiva. Fueron los pelos de la nuca, erizándose. Agarre la bici y me fui al local del Evita, que en esa época estaba por Pellegrini, a ver qué hacíamos para recuperar la calle.

Un poco más de 2 años después de ese discurso (¡2 años nomás!) saqué esta foto. Fue el 28 de octubre de 2010. Creo que esa es calle Reconquista. Nos habíamos echado ahí no sé por qué. Algunos hacían la cola para entrar a la Rosada y capaz habíamos puesto ese lugar como punto de encuentro. No sé. Se me entrevera todo. Incluso llegué a dudar de esta foto. Si la había sacado o la había soñado o la había encontrado en internet. Lo único concreto que me acuerdo del momento en que disparé la cámara es el sonido que me rodeaba. Un murmullo parecido al de las playas de Mar del Plata en noviembre, o al de los autos que pasan por avenida San Martín a la madrugada. Una respiración, lenta, constante, triste, pero tranquila.

Un pueblo es el cuerpo de una Nación. Así como un cuerpo humano es un ecosistema de células, el cuerpo nacional es un ecosistema álmico. A lo largo de una vida humana, ese ecosistema, cambia muchas veces. Lo mismo pasa en la vida de un país. Néstor Kirchner fue una un momento, una célula heroica, mutante y breve, en la vida de nuestra Argentina, que también es un momento breve en la más larga vida de nuestra América. Fue un momento, menos de una década, pero marcó a ese cuerpo, a sus otras células, a esas almas, para siempre. Y ojo que no es metáfora. Me di cuenta por primera vez ese 28 de octubre en Plaza de Mayo, sacando esta foto. Capaz era por el paragua que venía fumando desde la mañana, capaz por haber dormido menos de 4 horas en dos días, o capaz fue verdaderamente la Gracia descendiendo en mí. No sé, no importa, como fuera, esa fue la primera vez que aprehendí que los pueblos son un ser orgánico. Y que no es metáfora. Un pueblo es un ser vivo: tiene cuerpo, mente y alma. Siente. Se duele. Se alegra. Se marca. Recuerda. Respira.

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