La Asociación de Psiquiatría de Rosario, en colaboración con la Facultad de Medicina, acaba de concretar un congreso, el primero en su tipo, bajo el título: “Neurociencias, Epigenética y Salud Mental. Impacto y Convergencias en el ciclo vital”.
A la hora de definir la neurociencia, el presidente de la entidad, Christian Lupo, afirma que “es una disciplina que se nutre de muchas ciencias” al mismo tiempo.
En Rosario no es común que este tipo de congresos se lleven a cabo en la Facultad de Medicina. “Elegimos este ámbito porque quienes estamos en la Asociación de Psiquiatría ejercemos la docencia en ella, tanto del pre como del postgrado; somos formadores de especialistas en psiquiatría y la consideramos nuestra casa”, expresa la profesional.
Lupo destaca que el decano de la Facultad de Medina de la UNR, Ricardo Nidd, les abrió sus puertas. Reconoce que “además el alto nivel de participación, y la interacción entre disertantes y público, compuesto en gran mayoría por profesionales jóvenes, confirmó que la facultad, nuestra facultad, era el lugar”.
—Neurociencias es una palabra instalada en el imaginario colectivo, ¿podría contextualizarla?
—La neurociencia es una disciplina que se nutre de muchas ciencias que se ocupan del conocimiento, de la organización estructural del cerebro y de su funcionalidad. De cómo esto repercute en el comportamiento y en las funciones, considerábamos que era importante reunir a profesionales de todas las ciencias de las que se nutre para seguir construyendo un conocimiento sobre por qué somos como somos y qué es lo que impacta sobre nuestra salud emocional, física y social.
—¿Qué vínculos habría entre aquella psiquiatría tradicional y las neurociencias?
—Se trata de un continuum. Recordemos las primeras investigaciones de Ramón y Cajal, por las cuales recibió el Nobel en 1906, hasta los descubrimientos de la neuroplasticidad que mereció su Nobel entrando a los 2000, referidos a los tipos de memoria descriptos por (Eric) Kandel, pasando por los aportes tempranos de Freud que muchos años después esas investigaciones no hicieron sino confirmar. Este continuum es una forma de ir agregando mayor conocimiento a este enigma que es el cerebro. Y sobre todo cómo funciona. Lo que se está haciendo en estos momentos de descubrimientos es encontrar respuestas biológicas a las hipótesis creativas de quienes, con escasos elementos, fueron acercándonos, tentándonos hacia el encuentro que este tipo de conocimiento nos permite.
—¿Qué aportan las neurociencias al diagnóstico y al tratamiento de las enfermedades psiquiátricas?
—Por ejemplo, conocer cómo funciona el cerebro. Para eso uno de los grandes avances lo aportan las neuroimágenes, que también nos permiten ver en funcionamiento el cerebro y poder observar qué áreas se activan o desactivan ante determinados estímulos. Si las vinculamos a la genética y a la epigenética, comienza a abrirse el desarrollo de posibles tratamientos. El auge de esta visión lo tiene la oncología, a partir del conocimiento de los factores que alteran la información genética, lo que ha permitido trabajar con moléculas que puedan ser eficientes para tratar diferentes patologías cancerígenas. Otro tanto ocurre en el campo de la inmunología y en el avance que esto significa.
—¿Epigenética? ¿Podría acercarnos a este concepto?
—Debemos partir de la genética. No hace muchos años que se pudo realizar la secuenciación del genoma humano. Se creyó que habíamos descubierto el libro de la vida. Ya teníamos una codificación genética. Teníamos un ADN y con él la información de lo que nosotros somos. Pero este libro de la vida genético también va a estar incidido por el tipo de vida que decidamos tener, porque va a producir cambios en la circulación de la información de ese ADN. Son los llamados procesos de metilación que van a modificar la información. Nuestras experiencias cotidianas, la alimentación que escojamos, los hábitos culturales, el tabaquismo, la falta de actividad física, los conflictos no resueltos, las inhibiciones a actuar en determinados momentos de nuestras vidas, el alcoholismo, las adicciones a sustancias tóxicas. Todo esto afecta nuestro organismo y sobre todo a nuestro cerebro, y por eso mismo a nuestras decisiones, elecciones y conductas, lo que también provocará nuestro enfermar. Podemos nacer con una predisposición genética a hacer una determinada enfermedad pero no necesariamente la vamos a contraer. Va a depender de todos los demás factores que enumeramos, que hacen, por ejemplo, que dos gemelos homocigóticos tengan desarrollos diferentes pese a que arrancaron con el mismo código genético. Teníamos la información y ella permanecería a lo largo de la vida con un criterio determinista. Pero a partir de un sinnúmero de investigaciones se comienza a visualizar la influencia de aquello que rodea al individuo, más allá de su carga genética, ejerciendo decisiva influencia sobre él. Incluso cuestiones internas del propio individuo: el factor emocional.
—¿Por eso lo de “epi”?
—Tanto el ambiente como las cuestiones internas de cada individuo van “modelando” el genotipo haciendo emerger un fenotipo enriquecido por factores que no habían sido tenidos en cuenta. “Epi” representaría lo que rodea al gen, protagonizado por distintos cambios químicos que impactan en la información genética que trae el ser humano desde su gestación. Dentro y fuera del ser humano. Por ejemplo, desde adentro la ansiedad persistente en un individuo que aumenta la producción de una hormona, el cortisol, necesario para el estado de alerta del ser humano, el que tiende a bajar si la amenaza desaparece; pero si su segregación persiste más allá de lo necesario y se prolonga en el tiempo ese estado de ansiedad hace que el sistema esté siempre en alza, más allá de las necesidades, lo que aumenta la circulación en ese organismo de sustancias tóxicas que afectan factores de crecimiento neuronal. Con el tiempo trae un deterioro en las interconexiones neuronales, en las sinapsis.
—¿Y esas experiencias dejan marcas?
—Exactamente. Pasa otro tanto desde lo externo del ser humano. Los acontecimientos vitales de cada individuo también dejan marcas. Si son positivos aumentan nuestro neurotrofismo y si son negativos afectan el sistema. Traumas de todo tipo, experiencias vividas con una fuerte carga negativa como la desnutrición y el maltrato, pérdidas, etc. afectan nuestra información genética y repercutirán en distintas partes del organismo, afectándolo. Todas las experiencias humanas son marcas que se transmiten. Estamos aquí en presencia del epigenoma.
—Si usted tuviera que graficarlo, ¿a qué imagen recurriría?
—Siempre pienso que es como si comparáramos al ser humano con un instrumento: el genoma estaría compuesto por cuatro notas. Las notas son siempre las mismas, de sus diferentes combinaciones nacerán nuevas melodías. Dependerá de su combinación y del arreglo o desarreglo que cada uno haga a partir de esas combinaciones particulares. Esa melodía alterada la podemos transmitir a nuestra descendencia.
—¿Es esa combinación la que genera un nuevo fenotipo?
—Exactamente. También serán marcas. Y si persistimos en las experiencias o si las cambiamos repercutirán positiva o negativamente sobre nuestro organismo.
—¿Cómo intervienen las neurociencias en los trastornos emocionales?
—La neurociencia aporta información. En este caso información valiosa. Hemos accedido a ella a través de la biología molecular, de conocer nuevos receptores cerebrales. En realidad, no son nuevos, siempre estuvieron, sólo que se les ha empezado a prestar atención. Se describen a partir de ese “descubrimiento” sus funciones asociadas a los distintos trastornos emocionales y a la síntesis de nuevos fármacos que pueden actuar en esos procesos con acciones precisas. Por ese tiempo se inició la gran etapa de la farmacología. Hoy con el aporte de la ingeniería genética y la biología molecular se diseñan fármacos precisos y efectivos. Por otra parte, está el aporte de las neuroimágenes que nos permiten ver el cerebro funcionando y nos acercan a la precisión diagnóstica. Incluso a prácticas terapéuticas efectivas y precisas ya que vemos el funcionamiento en las distintas áreas involucradas.
Lupo se explaya y aclara que durante el congreso “se ha discutido sobre el alcance de los nuevos instrumentos para diagnóstico y de su utilidad”. Y concluye: “Aunque para mí la herramienta más efectiva sigue siendo la clínica; es decir, la escucha, la observación”.
Un viejo aforismo médico sostiene que “la clínica es soberana”.
Sólo se trata de ocupaciones humanas. De lo que cada hombre o mujer decide ser, como un náufrago conminado a sobrevivir. Existen los imponderables, variables imposibles de dominar. Y algo de azar. Sin embargo, “el hombre es un animal condenado a elegir”. Y, al elegir, va narrando en presente la historia que contará conjugando el pasado. Las ocupaciones humanas exigen competencias, algo de talento, humildad y mucha pasión y voracidad por aprender.