La importancia de los clásicos es tan obvia que ni siquiera merece ser discutida. Todo Rosario sabe qué se pone en juego cada vez que se cruzan Newell’s y Central. Honor, orgullo y gloria, básicamente. Sin embargo, la Lepra hoy tiene ante sí la chance de reencontrarse y de reparar las fisuras claras que se perciben.
Hay diferencias evidentes entre las cuatro patas que componen al club: dirigentes, cuerpo técnico, jugadores e hinchas. Ya ni siquiera se hacen esfuerzos para disimularlas. La excesiva responsabilidad que Lucas Bernardi le endilgó a la figura de Maxi Rodríguez para este partido suena a un retruque tras los dichos del capitán leproso hace un par de semanas.
Los resultados que tantas veces enmascaran la realidad no aparecen. El juego del equipo no invita a la ilusión y algunas llamativas decisiones del cuerpo técnico no colaboran en absoluto. ¿En dónde debe apoyarse el hincha, entonces, para pensar que se puede ganar en Arroyito? En las individualidades y el amor propio de los futbolistas.
Nadie puede negar que la Lepra tiene jugadores de jerarquía. Es cierto que en San Juan no hizo un gran partido y que se esperaba más del equipo, pero también es verdad que generó bastante y que con mejor suerte y puntería bien pudo haberse llevado otro resultado.
Los resultados de los últimos clásicos son una carga negativa que este plantel quiere sacarse de encima. Si logra transformar eso en motivación, si entiende que con un triunfo cortará la racha adversa y reiniciar el “cuentaclásicos”, saldrá a la cancha con otra determinación. A esta altura, a nadie le importan las formas que tanto tiempo se defendieron, rozando el fundamentalismo.
Ganar el Clásico será una bendición, un salvavidas. Perderlo significará tocar fondo, un martirio. Y seguramente traiga coletazos.