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«Ni en la dictadura…»

Por Carlos Duclos

Es tanto el dislate que es dable observar y de tal magnitud la desvergüenza, el inescrúpulo, la degradación de valores, la ausencia de virtudes y los actos de corrupción, que cuando estamos a punto de asumir que nada queda ya que nos pueda asombrar, algo surge, algo lamentable sucede. Es entonces cuando advertimos que, infelizmente para nosotros, para nuestros hijos y para los que vienen, éste es un escenario, en buena parte dramático, en donde siempre hay un monstruo más. Ello preocupa, y mucho.

Muy lejos de mi ánimo, claro, está el ser o parecer corporativista, el exigir justicia de orden estrictamente personal o sectorial, el protestar por la ofensa, la humillación y la agresión que se haga contra el periodismo y contra los periodistas. Pero es menester, ante la agresión física y moral sufrida por el fotógrafo de este diario Alejandro Guerrero por parte de policías, expresar ciertas cosas:

Si esto le ocurre a un periodista, ¿qué no le podrá suceder a un ciudadano común? Este interrogante de ningún modo supone, como se dijo, un acto de reacción mezquino por haber sufrido el periodismo en carne propia la violencia policial, ni pretender que el periodista goza de derechos extra, sino que invita a reflexionar sobre que nadie está salvo en esta sociedad, que el vecino anónimo, desconocido y muchas veces desprotegido, sin posibilidad de recurrir al reclamo público, corre riesgos serios.

De hecho, los vecinos comunes de esta ciudad son agredidos permanentemente por uniformados de una u otra forma. No es nueva la coima o el incumplimiento con el debido accionar de proteger al ciudadano de una horda de delincuentes que lo tiene a maltraer. Hace unas madrugadas, un joven trabajador, literalmente un esforzado emprendedor que quiere sobrevivir en esta sociedad plagada de injusticias sociales, se trasladaba en un furgón con un trailer para cargar mercadería. Fue obligado a detenerse en la intersección de calle Magallanes y Córdoba por un patrullero que pretendió incautarle el vehículo por no tener el seguro del trailer. El muchacho sospechó de qué se trataba aquello y se puso firme. Mi pregunta es: ¿para tal menester está la Policía? ¿Para pegarle a un fotógrafo o reclamar papeles de seguros a los conductores? Es muy probable que a pocas cuadras de esa esquina de barrio Belgrano se estuviera concretando exitosamente un robo, pero estos señores estaban “en otra cosa”.

Hace pocos días, hablando con un ex policía retirado, honesto (porque en la Policía también hay funcionarios honestos y talentosos, esto hay que decirlo para ser justos) él me decía que probablemente haya “zonas liberadas”. No puedo afirmar que sea así, pero no me explico cómo es posible que en calles céntricas, donde era impensable que ocurrieran ciertos crímenes, se sucedan despojos hasta en departamentos horizontales con preocupante asiduidad. ¡Cómo no han de vivir con el corazón en la boca los vecinos de los barrios y hasta las buenas personas de los asentamientos más precarios! (Porque en esas llamadas villas miserias vive mucha gente honesta, trabajadora o con deseos de trabajar, pero desamparada por los líderes a la sazón gobernantes). Fue detenido, incomunicado, golpeado y amenazado de muerte un periodista en que debe verse reflejada la sociedad. Si esto no es un hecho gravísimo, ¿cuál lo es? Sin embargo, las medidas adoptadas no fueron las aguardadas y ceñidas de estricta justicia. Ayer un empresario expresó: “Como en la dictadura. Es decir –añadió–, comparativamente hablando, porque estamos en democracia. Ni en la dictadura”.

Es claro, ¿cómo se puede imaginar que golpizas, amenazas de muerte, las profieran agentes de seguridad contra ciudadanos honestos después de 27 años de régimen democrático? Bueno, después de todo hasta muertos hubo. Y es preocupante.

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