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Ni Slavoj Žižek ni Byung-Chul Han, la mejor filosofía es la de Sarah Connor

Filósofos contemporáneos tejen hipótesis acerca de cuál puede ser el nuevo orden mundial luego de la pandemia del Covid-19 pero más allá de lo acertado o no de tales ideas hay que tener presente que "el destino no existe y el futuro no está escrito", como dice un personaje destacado de Terminator

Diego Mauro**

Hay un meme que suele hacerme reír mucho. Se ve a una persona que en un vuelo sufre un infarto. El personal a bordo pide a los gritos un doctor. Un pasajero entonces se levanta presuroso con la mano en alto y dice: “Soy doctor! Pero doctor en historia”.

Paso siguiente, mientras el enfermo agoniza y los demás pasajeros desesperan a su lado, el doctor en historia comienza a describir la evolución de la tasa de mortalidad en las sociedades preindustriales, los cambios en los rituales mortuorios y el desarrollo de la sanidad en el siglo XX.

El meme, claro está, subraya la importancia de la ciencia médica y ridiculiza a los científicos teóricos –especialmente a los científicos sociales– pero también, sin quererlo, sugiere que, incluso en momentos de crisis, cualquier solución de fondo requiere de la interacción de un conjunto de saberes, conocimientos y enfoques.

Lo que escribo aquí va un poco a contramano de lo que la mayoría  queremos saber: posibles curas para el Covid 19, datos estadísticos y proyecciones sobre la pandemia, medidas de higiene y prevención. ¿Vale la pena hacer como el doctor en historia del vuelo? ¿Mirar, en medio de la crisis para pensar desde allí lo que puede acontecer?

 

Debates y opiniones

La pandemia ya generó debate entre algunos pesos pesados del pensamiento crítico a escala mundial. Slavoj Žižek, Giorgio Agamben, David Harvey y Byung-Chul Han, entre otros, se han subido al ring e intercambiaron algunos golpes.

Los análisis crecen casi al ritmo de los contagios. Buceando en algunos de ellos creo que pueden hallarse en principio dos o tres tendencias principales.

Para algunos optimistas, la pandemia estaría contribuyendo a erosionar la hegemonía neoliberal al fortalecer un Estado neokeynesiano con capacidad de intervención en la vida económica, especialmente en áreas esenciales como salud e investigación científica. Incluso dirigentes neoliberales como Emmanuel Macron, redescubren la necesidad de recuperar algunas de las aristas de los Estados sociales o de “bienestar” de la segunda posguerra.

Las décadas en que, en plena guerra fría y buscando frenar el avance del comunismo, buena parte de Europa transitó la senda de un capitalismo de rostro más humano.

Hay también quienes ven en la crisis –tal el caso de Žižek– la posibilidad de una revisión más profunda de nuestra sociedad, capaz incluso de poner en jaque el ABC del productivismo capitalista y sus formas de organización.

Para el filósofo esloveno dicho cambio podría ser más o menos inminente, puesto que el virus habría propinado al capitalismo, como ocurre en el film de Quentin Tarantino, Kill Bill: Volumen 2, un golpe mortal al corazón. En esta clave, los últimos días, hemos visto señales que, aunque no anticipan la muerte del capitalismo, van en línea de generar cambios significativos.

 

Hipótesis encontradas

En Irlanda se está discutiendo una “estatización” del sistema de salud, al menos mientras dure la pandemia. También en Italia se viene debatiendo entre otras cosas la estatización de infraestructuras básicas, como la del transporte aéreo.

En Argentina, el Estado interviene en la regulación de precios, compra y distribución de bienes esenciales y alienta circuitos productivos alternativos para abastecer al sistema de salud.

Algunas universidades públicas y empresas de gestión obrera comenzaron a producir insumos médicos para el Estado.  No se trata del comunismo que imagina Žižek pero sí de un distanciamiento de los dogmas de fe neoliberales.

Para analistas más escépticos y pesimistas como Byung-Chul Han, la pandemia funcionaría al revés, acelerando transformaciones tecnológicas orientadas a flexibilizar más el mercado laboral, debilitando las solidaridades colectivas y las estructuras sindicales, aumentando potencialmente la productividad del capital en beneficio de un neoliberalismo, digámoslo así, 2.0.

El filósofo surcoreano retoma algunas de las reflexiones del italiano Giorgio Agamben y advierte, un poco en la estela de las distopías, sobre la posible expansión de nuevas y más capilarizadas formas de represión y control.

Aun cuando no se sube al tren de las teorías conspirativas que pululan en las redes, parece inclinarse por una mirada sombría sobre el futuro. La pandemia no habría venido a fortalecer las solidaridades  y a debilitar al capitalismo, sino, por el contrario, a generar condiciones propicias para nuevas formas “totalitarias” de control.

Algo propiciado, por la vertiginosa expansión del miedo a escala global. Ya lo decía el historiador Jean Delemeau hace varias décadas: una vez inoculado el virus del miedo en una sociedad, no es posible vivir demasiado tiempo sin una “cura”.

Muchas de las páginas oscuras de la historia de Occidente fueron escritas buscando fórmulas para desterrarlo.    Cauto, aunque lejos del optimismo de Žižek, el geógrafo marxista David Harvey centra su reflexión en los efectos económicos de la pandemia, sobre todo en los circuitos de acumulación del capitalismo financiero global.

Si bien considera que el virus representa un desafío importante, tanto o más grande incluso que el de la crisis de 2008, no arriesga predicciones. El futuro dependerá de la duración de la pandemia, argumenta. En cualquier caso, agrega, la capacidad adaptativa del capitalismo no debería subestimarse.

 

Una discusión abierta

Planteado en estos términos y a esta altura de los acontecimientos, el debate resulta difícilmente resoluble. Todavía es temprano para reconocer orientaciones y tendencias claras a nivel mundial. Por otro lado, el futuro no dependerá sólo de las decisiones de los grandes jugadores de la geopolítica global ni seguirá una sola dirección.

Arriesgar respuestas habla más de nuestra desesperación por domesticar el futuro que por comprender el presente.

Dice más de nuestra incomodidad frente la dimensión de lo acontecimental de la historia,  por decirlo en los términos del francés Alain Badiou, que de la realidad que nos rodea. Byung-Chul Han puede estar en lo cierto, pero también pueden estarlo Žižek o Harvey, y todos al mismo tiempo, porque cada país y cada región, tienen sus propias historias, sus tradiciones culturales y políticas, así como variadas situaciones de clase y realidades económicas.

Algo que, olvidamos al mirarnos en el espejo de la globalización. Tal vez con el tiempo puedan reconocerse tendencias generales en algunas regiones del planeta, pero las consecuencias culturales, antropológicas, sociales y políticas de la pandemia serán mucho más variadas. Mientras tanto, conviene tener presente que, como afirma la heroína de la saga Terminator, Sarah Connor: el destino no existe y el futuro no está escrito.

** Doctor en Historia (UNR/Conicet)

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