“No queremos monumentos, no me importa si es campeón”. Con ese cantito, cientos de manifestantes participaron este miércoles, en la ciudad de Santa Fe, de una intervención artística en el monumento al ex boxeador Carlos Monzón, a 30 años del femicidio de su esposa Alicia Muñiz.
La intervención fue convocada por la Mesa Ni Una Menos Santa Fe a partir de la siguiente pregunta: “El monumento público a Carlos Monzón, ¿no es incompatible con una sociedad que condena los femicidios?”.
Durante el acto, integrantes de la Mesa Ni Una Menos leyeron el documento preparado para la ocasión. En un tramo, manifestaron que “ser violentadas también es pasar delante del monumento a Carlos Monzón”, situado en la Costanera santafesina.
El acto concluyó con una intervención artística: las manifestantes colocaron zapatos rojos en la base de la estatua del boxeador nacido en San Javier, en representación de las mujeres víctimas de violencia de género, inspirada en intervenciones de la artista mexicana Elina Chauvet.
El documento completo de Ni una Menos Santa Fe
Como dice Blanca Valdivia (1) “El espacio público, urbano, es el escenario de las desigualdades, pero también es una especie de lenguaje que hace que estas desigualdades se reproduzcan. Nuestro cuerpo y nuestra mente asimila lo que ve y percibe en el espacio. Creemos que el espacio tiene un papel determinante como transformador social y como creador de realidades”.
En términos foucaultianos el espacio siempre es disciplinario y expresión de relaciones de poder por lo que sería un error reducirlo al espacio físico cuando es básicamente un espacio político estructurado en base a exclusiones y no es neutral en materia de género. Los varones pueden circular libremente por calles, plazas, parques sin más temor que el de ser víctima ocasional de un hecho de los catalogados como de inseguridad urbana, mientras que para nosotras el espacio público es un espacio hostil, de peligrosidad y miedo donde podemos ser abusadas, acosadas, violadas, prostituidas.
Un lugar también de violencia simbólica no solo verificable en las publicidades que encontramos en el espacio público sino que en los monumentos y esculturas se nos representa en un papel subordinado, por lo general anónimo, sacralizadas en roles patriarcales y en alegorías abstractas de femeninos, la libertad, la justicia, la belleza.
No hay pueblo que no tenga un monumento a la madre o fuente donde no haya cuerpos desnudos de mujeres donde son solo el complemento ornamental de la composición escultórica. Pocas son las que trascienden el anonimato en los monumentos para ser individuas identificables, –por lo general como heroínas de la independencia– dado que lo ponderable, lo memorable, lo que merece trascender es lo asociado con el mundo masculino, el poder político y militar.
Los monumentos son portadores de mensajes y alegorías en lo que muestran como en lo que ocultan. Si se hace un recorrido por las primeras 13 cuadras de la Costanera Oeste santafesina en su extremo norte encontraremos cuatro monumentos emplazados en el espacio público.
En la rotonda, el que recuerda a José Gervasio Artigas considerado precursor del federalismo y la unidad Latinoamericana La estatua está fundida en bronce, mide 3,50 m de altura y pesa aproximadamente una tonelada. Artigas no está representado en actitud bélica sino de pie vestido con austero traje militar sosteniendo en una de sus manos su sombrero.
A escasas cuadras de allí se halla el monumento a Carlos Monzón representado con pantalón de boxeo y cinturón de campeón mundial, en actitud de vencedor ya sea por la posición de sus piernas y pies como la de sus brazos en alto. La efigie mide ocho metros de altura, pesa 15 toneladas y fue donada por el Consejo Mundial de Boxeo.
Siguiendo nuestro recorrido y a la altura de la intersección de Alte Brown y la calle que lleva su nombre, perdido entre las ramas, se encuentra el monumento al primer obispo de la diócesis de Santa Fe, monseñor Juan Boneo, representado de cuerpo entero y vestido con ropas sacerdotales. Mide dos metros y tiene un soporte de un metro.
El recorrido termina en el monumento a Ana Frank, adolescente de origen judío víctima del Holocausto, cuya efigie hace unos meses fuera decapitada, lo que constituye por su forma algo más que un simple y casual acto de vandalismo. El monumento que muestra el joven rostro de Ana mide 40 cm y tiene un soporte de un metro.
¿Alguna vez nos hemos detenido a reflexionar frente a estos monumentos? ¿Qué experiencias se consideran merecedoras de ser reconocidas? ¿Qué relaciones de poder están representadas? ¿Son inclusivas desde la perspectiva del género, la etnia, la clase social, la construcción colectiva de la ciudadanía? ¿Cuáles son invisibilizadas?
El material, tamaño y peso de algunos los hacen inocultables a diferencia de los otros. ¿Tiene esto relación con el mensaje que se quiere transmitir o en el valor que le damos a la figura pública representada y a los valores con los que se la asocia?
En el caso del monumento a Monzón las mujeres estamos ocultas/negadas tras el héroe deportivo con los puños en alto en actitud victoriosa. La parte no develada; pero que hace a la persona es que ese campeón mundial también es un femicida (si bien la tipificación jurídica es posterior al hecho es la más apropiada para conceptualizar la forma más extrema de la violencia de género). Alicia Muñiz era una mujer de 33 años que tenía sueños, proyectos, un hijo pequeño que era de ambos.
No faltaron quienes en forma desembozada o encubierta –casi de manual– pretendieron hacerla responsable de su propia muerte victimizando al victimario. El femicidio de Alicia Muñiz se convertiría en emblemático porque permitió dar visibilidad a la violencia de género que por primera vez se instalaba en la primera plana de los diarios y se debatía en los programas de televisión.
Treinta años sin Alicia Muñiz se cumplen este 14 de febrero. Su vida y su muerte confrontada a las glorias deportivas del ídolo popular parecieran tener menos valía. Pero el movimiento de mujeres no olvida. En memoria de Alicia Muñiz y de todas las víctimas de femicidio y travesticidio escribimos estas líneas y reclamamos el desagravio.
Lo que cuestionamos en relación al monumento a Carlos Monzón no son sus méritos de deportista que son irrebatibles. Los especialistas señalan que fue el mejor campeón mundial de peso mediano de todos los tiempos lo que lo hace merecedor de estar en los anales del deporte mundial.
Nuestra objeción radica en que consideramos que ningún femicida –tenga el oficio o profesión que sea– puede tener un monumento en un espacio público. Si un científico descubriese la cura del cáncer y fuera un femicida el cuestionamiento sería el mismo.
Cuando se toma posición respecto a lo que se considera meritorio de Monzón y que lo hace plausible de tener una estatua monumental en la Costanera aparecen argumentaciones que son construcciones sociales que han sido moldeadas en contextos de profunda desigualdad de género.
Es ilustrativo que se justifique la violencia femicida de Monzón apelando a su falta de recursos atribuibles a su origen humilde y sin embargo algunas de estas personas desechan este mismo argumento para aplicarlo en defensa de los jóvenes que delinquen pidiendo –por el contrario– cárcel y hasta pena de muerte para ellos.
Parecería entonces que la pérdida de la vida de una mujer en manos de su ex pareja que la consideraba su propiedad, es menos relevante, que la pérdida de la vida de una persona en manos de un adolescente que le arrebató la cartera.
Hay quienes en forma exculpatoria esgrimen que la borrachera y el estar drogado fue la causa de que Monzón perdiera el control. Ha costado mucho desmitificar estos argumentos que han sido funcionales a la hora de perdonar a los violentos y de atentar contra todo tipo de prevención en defensa de nuestras vidas.
Hay femicidas de todas las clases sociales, de todos los colores de piel , de todos los partidos políticos, de todas las profesiones porque se trata de una cuestión de asimetría poder basada en una situación de desigualdad entre los géneros.
Monzón no estranguló y arrojó del balcón a Alicia Muñiz porque había nacido en un contexto de pobreza y violencia o porque estuviese drogado y alcoholizado, la mató porque se creía con el poder de decidir sobre la vida y la muerte de quien considera “su” mujer.
Preguntado en el juicio si reconocía si esas eran prendas de vestir de Alicia Muñiz contestó “con esa ropa no sale conmigo”.(2)
Uno de los argumentos esgrimidos para defender la existencia de este monumento es que en él se reconoce al deportista no al hombre.
El movimiento feminista ha desenmascarado la trampa de la falsa dicotomía esfera pública-esfera privada que en el caso de la violencia de género la circunscribía a un asunto de pareja que debía resolverse puertas adentro. Cuando decimos que lo “personal es político” hacemos visible las conexiones entre la experiencia personal y las grandes estructuras sociales y políticas, dicho de otro modo, nuestros problemas personales son problemas políticos. No nos quedamos en una relación violenta porque nos gusta o porque somos débiles de carácter ni los varones violentos son individuos aislados o enfermos con patología psiquiátrica.
Lo que hay es control patriarcal, cultura machista. De lo que se trata es de revisar nuestras concepciones, de hacer consciente y desmantelar esas construcciones patriarcales que nos hacen merituar –cuando se mata a una mujer cada 28 horas– que es más relevante ser un ídolo deportivo que un delincuente femicida. ¿Es este el mensaje que como sociedad queremos dar?
“Le pegué a todas y nunca pasó nada” (3) confesó Monzón ante el primer juez de la causa según crónicas de la época. Ese “nada” ¿significa que estaba bien pegarles pero sin llegar a provocarles la muerte ? “Él fue condenado, él pagó”. Estar purgando condena, ¿borra el delito? Que haya sido condenado ¿es razón suficiente para que no conste el femicidio a la hora de decidir levantarle un monumento?
Venimos bregando para que no haya discriminación de género en el espacio público y para que este sea un lugar seguro para nosotras.
También ser violentadas es pasar frente al Monumento a Carlos Monzón y sentir que se falta el respeto a la memoria de Alicia Muñiz y en ella a todas las mujeres y travestis asesinadas por la misoginia femicida.
El espacio público deja de ser espacio de todas las personas para convertirse en territorio hostil, territorio de condescendencia con la violencia machista.
El monumento público a Carlos Monzón ¿no es incompatible con una sociedad que condena los femicidios?
El movimiento feminista ha ido logrando en estos 40 años jaquear al patriarcado, iniciando una contracultura, desestructurando la naturalización de la opresión de género, como por ejemplo que cantantes y artistas sean cuestionados por sus declaraciones, sus temas musicales o sus actitudes de acoso sexual.
Se dice con razón que Alberto Olmedo hoy –al menos, no impunemente– no podría hacer sus chistes machistas. ¿No es hora de darnos un debate serio acerca de a quiénes homenajeamos en el espacio público?
El desafío está planteado y desde ya lo asumimos!!!
MESA NI UNA MENOS SANTA FE
(1) Col•lectiu Punt 6 – Urbanismo con perspectiva de Género en Barcelona.
(2) “Recuerdos desconocidos del fiscal que investigó el ‘Caso Monzón’” en diario La Capital 13/02/2013.
(3) Cristina Castello revista Gente, 26 de febrero de 1987.