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No binarios: cómo es salir del closet dos veces en la vida

Una de las representantes del colectivo LGTB de la ciudad explica cómo fue su proceso de identidad. Primero como “torta”, que define como lesbianismo y militancia, y después como quienes resisten ser hombre o mujer

La mañana del 19 de noviembre de 2017 Noah todavía no era Noah. Pasó el día en su casa, pensando en la maraña de preguntas que se trajo consigo de la marcha del Orgullo del día anterior en Capital Federal. Sentía tristeza y confusión. En su DNI figura un nombre en femenino y en la casilla de sexo dice «mujer». El 8 de noviembre empezó el trámite en el Registro Civil de Rosario para cambiar su nombre y que su partida de nacimiento no defina sexo. Noah hoy se autopercibe con identidad no binaria. No se identifica como mujer pero tampoco como hombre. «Es salir de los parámetros sociales y culturales de varón-mujer. No encajás en ninguna de esas etiquetas. Es otro género», explica a El Ciudadano. Para el trámite en el Registro Civil contó con el aval de la Secretaría de Derechos Humanos de Santa Fe. Es el primer paso para luego pedir que cambien esos mismos datos en su DNI en el Registro Nacional de las Personas (Renaper).

Las letras de la sigla LGTBIQ+ indican distintas orientaciones sexuales e identidades: lesbianas, gays, travestis y trans, bisexuales, intersex y queer. El no binarismo se inscribe en el universo queer. A Noah le molestan las categorías y las etiquetas, pero entiende que así se organiza el mundo. Al estudiar la teoría queer reconoció: “Así me siento yo. Esto me pasa a mí».

La mayoría de las personas le dicen Rulos. Pocos le dicen Noah, el nombre que empezó a usar porque entendía no especifica el género. Aún menos personas conocen el que figura en su DNI y que hace un tiempo le molesta. La incomodidad la empezó a sentir cuando lo tenía que decir al sacar pasajes de colectivo, o un turno al médico. Incluso al presentarse en un grupo de desconocidos. Por eso empezó a usar el apodo de Rulos en alusión a la melena que tiene y que en el último año fue mutando de colores. Su último look es con vivos azules.

Noah tiene 31 años, se dedica a la fotografía y vive en Rosario desde los 25. Vivió en Firmat hasta los 7 y de ahí se mudó a Teodelina, ambas en el sur santafesino. A los 19 volvió a Firmat por una novia y fue cuando contó que le gustaban las chicas. «Ya sabíamos todos», le contestaron sus amigos. «¿Por qué no me dijeron nada?», recuerda Noah entre risas. Con el tiempo se asumió como «torta». “¿Por qué como torta y no como lesbiana? Porque torta implica un trabajo de militancia y un activismo. Es una definición política. Es la que no se guarda, la que agita», explica a El Ciudadano.

Noah pensó que esa iba a ser la primera y única salida del closet. Sin embargo, después de asistir a la marcha del Orgullo en Buenos Aires encontró a muchas personas con identidades no binarias y disidentes. Conoció otras vivencias, historias de vida y también aprendió mucha más información que la que tenía en Rosario. No le trajo ningún alivio, sino mucha angustia. Sintió tenía que salir otra vez del clóset, pero esta vez para salir de la idea de un mundo binario. Dicen que cada persona es un mundo y en la comunidad LGBTIQ hacen de eso su bandera. «No entiendo cómo llegamos a que los colores, los nombres e incluso los olores tengan un género», plantea Noah.

Dice que no fue fácil compartir esta nueva forma de autopercibirse. Se alejó de muchas personas porque sintió que no entendían ni respetaban su identidad, incluso dentro colectivo de la diversidad donde no consideran al no binarismo como formas válidas. También opina que el colectivo de mujeres invisibiliza las demás identidades. «¿Hasta qué punto alguien se siente mujer? Hay muchas identidades feminizadas y son todas construcciones sociales», agrega. «Para la sociedad tengo una identidad más masculinizada por mi forma de ser, de expresarme, de vestirme, por la ropa que uso, por el pelo», cuenta. Para Noah, todo sería más simple si no hubiera tantas categorías y todas las personas pudieran «fluir en lo que sientan».

Según cuenta, el trámite en el Registro Civil es importante porque es exigirle al Estado que reconozca su identidad. El pedido a la sociedad de que la nombren como Noah o Rulos va en el mismo sentido: reconocer su derecho a existir como lo siente. «Nombrar es una forma política. Lo que no se nombra no existe», explica.

Noah va a muchas movilizaciones y marchas, no solo a sacar fotos sino como forma de militancia: acompaña el reclamo de los organismos de derechos humanos por el Nunca Más, contra los casos de gatillo fácil, los femicidios y travesticidios. Cada uno le sirve, pero las marchas del Orgullo tienen otro peso. Es uno de los momentos más esperados del año. Ahí Noah hace cuerpo con los suyos, se reconoce y refleja en otras miradas, con esas personas que muestran a viva voz y con el cuerpo suelto que son lo que son y que no hay motivos para esconderlo. «Se mezcla todo: el orgullo, la disidencia y hasta la disidencia hacia el colectivo LGTBIQ+. ¿Qué es disidencia? Es correrse más del sistema, incluso más que de torta y del puto. Es una respuesta política incluso más agresiva porque te ponés más en contra. Peleás más y con más identidades todavía. Está bueno», explica.

En Rosario el círculo es más chico que en Buenos Aires y quizás por eso allá pudo encontrar más información y tantas personas dispuestas a charlar y compartir sus experiencias. La marcha del orgullo en Rosario fue en octubre y este año Noah, para su felicidad, registró muchas más personas trans que otras veces. El 17 de noviembre de 2018 también marchó y sacó fotos en Buenos Aires. «Le pude dar el nombre y cuerpo a todo eso que estaba sintiendo, a todo eso que me hacía ruido. En verdad, no sé si todo, pero vengo bastante bien», dijo y admite que sintió un empoderamiento con respecto a su identidad, que define como torta y no binarie. «La anterior me pasó por arriba. Esta la pude surfear», cierra Noah. Fue otra vuelta a casa.

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