Algo se detuvo, dejó de funcionar y no tiene sentido seguir intentando con la idea de sostener un modo, una forma que quedó vetusta, que atrasa, aunque ellas no puedan verlo más allá de su statu quo. La poderosa metáfora de dos docentes pasadas a tareas especiales que habitan un sótano es transversal al concepto dramático de No descansa nunca, el nuevo trabajo del ya clásico grupo de teatro local Hijos de Roche, con dramaturgia y dirección de Romina Mazzadi Arro y el notable desempeño en escena de dos tótem del teatro rosarino: Elisabet Cunsolo y Paula García Jurado, actrices que, invariablemente, siempre están por encima de todas la expectativas.
“En un barrio demorado que podría ser nuestro país, hay una escuela flotando entre el pasado y el presente. En el patio ya vacío, que podrían ser nuestras calles, las quejas se han detenido. Las voces y la tarde se fueron juntas, y la noche avanza firme. El silencio dejará dormir a algunos y desvelará a otros. Pero mañana a primera hora sonará el timbre y estaremos todos arriba, mirando el cielo”, escribió la creadora de uno de los pocos grupos locales que, con 25 años de trabajo ininterrumpidos, puede jactarse de haber encontrado una poética propia. Lo hace a modo de presentación de un material que en términos temáticos dialoga con su inmediato anterior, Esta máquina no era dios, estrenado en 2019, esta vez, para pensar y cuestionar una forma de la educación que, como aquel proyecto de país que se había iniciado en 2015, ha fracasado.
Hijos de Roche: un cuarto de siglo activando el sentido en la producción teatral rosarina
Las protagonistas de esta historia, una comedia deliberada y bizarra dentro de lo que supone un contexto cercano o conocido que, por capas, habilita al menos dos planos de lectura, son Coca y Mangacha, docentes y amigas de años, hijas del cientificismo, atadas (sujetas) a repetir lo que dicen algunos libros, lo que estudiaron y escribieron mil veces en el pizarrón que hoy ya es polvo de tizas, pero quizás no experimentaron, donde la opinión de los demás, la subjetividad y lo divergente, se vuelve algo banal, sin sentido y hasta peligroso.
En principio, se trata de uno de los textos más acabados y elocuentes de Mazzadi Arro, un material contundente y accesible, no por eso menos interesante y valioso que sus textos anteriores, que aporta dos personajes muy cercanos al imaginario de cualquier potencial espectador pero que en escena, con una fluidez que los vuelve únicos, transitan una poética conocida, siempre eficaz, donde del realismo absurdo pasan al grotesco del que invariablemente pueden volver una y otra vez, apelando a lo dramático y repitiendo ese recurso, dando vida a una comedia dramática desde la formalidad, pero a un auténtico “Hijos de Roche” desde el abordaje de sentido.
Ese texto que es “música” puesto en los cuerpos de las dos actrices, explota, y del camino central se bifurca por una serie de atajos ligados a ciertas complicidades con las que activan la risa en el espectador. Y si por un lado, Cunsolo recurre a su inagotable gama de recursos, entre más un humor físico desde la morfología de esos pequeños monstruos que ha sabido construir con inigualable talento a lo largo de los años, con una matriz que parece inagotable; García Jurado aporta aquí de forma notable otro tipo de humor que dialoga más con lo trágico, incluso con cierta oscuridad u opacidad que sopesa algunos momentos verdaderamente desopilantes de la propuesta y pone en tensión la idea de dos personajes antagónicos pero muy complementarios.
Es así como, poco a poco, Coca y Mangacha desnudan conflictos del pasado en un diálogo jugoso, por momentos sensible, pero sin fin, mientras permanecen en el tiempo en esa sala especial destinada a tareas especiales, nunca muy claras ni definidas. Es un depósito de la escuela («donde se guardó lo que quedó de otro tiempo») transformado en oficina, donde estas mujeres, desde la incomodidad y la costumbre, recuerdan, se sostienen, se apuntalan, se reclaman, se facturan, gritan, se callan, ocultan deseos, ven desear a los demás, toman tecitos, guardan rencores, se ríen, lloran, se ahogan, se enferman, se mienten, fingen y reclaman a los gritos un poder que ya no tienen.
En el mismo sentido, y desde un lugar por momentos desopilante, No descansa nunca también se pregunta hasta qué punto resiste una amistad en el tiempo cuando se observan acuerdos pero sobre todo disidencias silenciadas, y qué les queda a esas mujeres que parecieran haber olvidado el deseo, en un lugar sin hombres, más allá de que siempre las esté rondando. También como interrogantes aparecen qué es el trabajo, qué representa; cómo la vida, en algunos casos, se ata al trabajo y no se sabe si es “optimismo o ansiedad” esa necesidad de volver sobre lo rutinario que oculta todo lo demás en esa “encomiable” convivencia con la soledad.
Más allá de una idea de lugar que se sugiere apenas con unos pocos elementos que dialogan en una gama de colores sepia de una forma muy atinada, con un vestuario y luces acorde, la confianza, una vez más, está puesta en su totalidad en el texto y el trabajo de las actrices que ya conforman un tándem, un “rubro” que, sin embargo, no repite formas o modos al menos en la superficie.
Al frente de esta dupla notable, Romina Mazzadi Arro sintetiza en una hora años de intentos fallidos de una forma de educación que no funcionó. A lo lejos, la introducción de “Aurora”, cuando el final se acerca inexorable de cara a esa “locura de a dos”, parece avisar que las pequeñas tragedias se van a repetir cada vez que suene esa canción, dejando entrever que el fracaso ha sido inevitable y que éste es un tiempo ajeno a posibles «pretensiones”, porque si hay algo que es claro en tiempos libertarios es que el fracaso es cultural, una resonancia inesperada y muy valiosa que el material pone a disposición de la una platea que al mismo tiempo que se ríe casi sin parar, se espanta frente a eso que dicen, hacen o sostienen estas mujeres.
Al final de todo, cuando ya no queda nada, cuando caiga la última de las noches y ni siquiera quede el doloroso recuerdo de un amor perdido, cuando ya no sea necesario hablar e incluso la vieja campana ya hace tiempo que fue reemplazada por un “timbre lánguido”, todo indica que Coca y Mangacha seguirán allí, tomando un tecito y espiando por la ventana, encendidas y apagadas, confundidas, mudas, tistes, solas.
Para agendar
No descansa nunca, con dramaturgia y dirección de Romina Mazzadi Arro, actuaciones de Elisabet Cunsolo y Paula García Jurado, escenografía de Margarita Wells, edición de sonido y diseño gráfico de Martín Fumiato, fotografía de Juana Del Montón y producción general de Hijos de Roche y Espacio Bravo Teatro, se presenta todos los sábados, a las 21, en Espacio Bravo (Catamarca 3624). Las reservas se realizan a través del WhatsApp +549-341- 5876600. http://www.instagram.com/espacio.bravo.teatro/