Roky Bigiolli / Especial para El Ciudadano
I
A finales del año 2000 perdí mi trabajo en una empresa de montaje eléctrico. El 2001 pasó entre changas, subsidios y masacres. Eran tiempos de contratos laborales basura y flexibilizados, largas filas de juventud desempleada a la vuelta de cada esquina. A principio del 2002 empecé a trabajar en una famosa zapatería en una de las peatonales céntricas de Rosario; la primera semana me mandaron al depósito, jornada de 9 horas encerrado entre estantes acomodando cajas. La segunda semana me pasaron al salón de ventas a atender la clientela y aunque no lo parezca a esta altura de la sucesión de los hechos, las cosas siempre pueden ir peor. Acá comienza una historia que nunca se contó públicamente, una historia que la mayoría de sus protagonistas decidieron ocultar, pero que mi vocación de narrador me llama a darle luz. Y cuando digo que las cosas pueden ir peor es porque quedar atrapado en un derrumbe de emociones ajenas no es nada recomendable. ¿Son condiciones de trabajo saludables estar escuchando cada media hora las mismas canciones durante jornadas de 9 horas diarias? ¿Puede ser esto motivo latente para desatar una masacre? Se podría responder que tal vez no sea para tanto o que estoy exagerando en mi planteo, pero les puedo asegurar que la sobreexposición a determinados hits radiales puede ser muy perjudicial para la salud mental.
II
Voy a llamar “Neubaten”, o mejor dicho “el Loco Neubaten”, a un ex compañero de trabajo que va a cubrir el papel de antihéroe en este relato y “Bigote” al encargado de la zapatería, quien será su antagonista, el villano.
A “Bigote” le digo Bigote no porque lleve un mostacho, sino porque a cada empleado nuevo, y por ende subordinado suyo, lo verdugueaba con el chiste de: “Te anduvo buscando Bigote”; para que la víctima pregunte desprevenidamente: “¿Qué Bigote?”, y reciba como respuesta: “El que te la puso hasta el cogote”. Así comenzaba una relación laboral abusiva entre el encargado del local y los empleados vendedores; comenzaba de manera cómica pero con el correr de los días el sentido del humor se iba encallando, eran épocas en donde te podían echar de tu puesto de trabajo si no le caías en gracia al superior o si no te daban gracia sus chistes, y todo esto sin dar demasiadas explicaciones.
Al “Loco Neubaten” lo bauticé una mañana gris y lluviosa mientras esperábamos que entren compradores. Él nunca se enteró de mi pagano sacramento pues lo llamaba con su verdadero nombre, el cual mantendré oculto como el del resto de los implicados.
La mayoría de los momentos que no había clientes en el salón de ventas, Neubaten se dedicaba a golpear y raspar cosas con los calzadores, haciendo ruidos y sonidos mientras esperaba salir a atender. Esta práctica me hizo acordar a la banda alemana Einstürzende Neubauten, quienes irrumpieron a principios de los 80 haciendo música con instrumentos convencionales, pero además golpeaban chapas, caños o le daban con amoladoras a objetos metálicos. Cosa de locos, justamente. Más allá de su atildamiento con los calzadores, el loco Neubaten era un gran vendedor y un tipo justo. Recuerdo que otro compañero más pendejo a quien nombraré “Twity”, había agarrado la costumbre de cagarnos los turnos de atención al resto de los vendedores. Una tarde Neubaten lo arrinconó en el depósito y le soltó esta contundente y extraña amenaza: “Dejá de hacerte el pelotudo porque te voy a cagar a trompadas con este calzador”, desarticulando inmediatamente las mañas de Twity y corroborándome que los tarros en la cabeza de Neubaten no estaban muy bien ordenados.
III
Bigote abría todas las mañanas el local para que ingresemos los empleados y se ausentaba una hora desayunando en un bar. Cuando volvía, lo primero que hacía era sintonizar la FM Vida para dar música funcional al salón, mientras el Loco Neubaten en un rincón masticaba bronca entre dientes diciendo: “Ahí lo tenés al hijo de puta con la FM Muerte”.
El problema con las FM comerciales es que pasan en tandas de media hora las mismas 10 canciones que tienen que estar de moda. En esos días rotaba una canción muy particular, “Obsesión” es su título y la interpretaba el grupo Aventura de los hermanos Santos. Su melodía es una especie de bachata arabesca y su letra cantada entre una voz masculina y una femenina relata la historia de un amor no correspondido. La primera vez que la escuchamos nos provocó un espontaneo ataque de risa entre los compañeros vendedores. La vez quinta que sonó, empezaron los bufidos del Loco Neubaten y a la vez número diez su paciencia se terminó. Fue al depósito en donde se encontraba la radio y movió el dial hasta sintonizar un repentino tema de la banda Riff, casualmente llamado “Necesitamos más acción”. Esto provocó la inmediata reacción de Bigote, quien salió disparado como un resorte, furioso, de atrás del mostrador, preguntando quién carajo había cambiado la radio. Una frágil paz social comenzaba a desmoronarse en el interior de la tradicional zapatería rosarina.
IV
Una noche salimos de trabajar y el Loco Neubaten me invitó a tomar unas birras a la plaza Pringles. Ese día lo noté distinto, algo fallido en las ventas, ensombrecido. En ningún momento del día sacó ritmos de los calzadores, de hecho no los llevaba encima. Esto me alertó. Entre cervezas me contó que se había separado de su novia, que no soportaba más los verdugueos de Bigote y que tenía un plan de venganza. Además me contó que se había puesto a leer “El túnel”, de Ernesto Sábato. Es innecesario que te hagás ese daño, le dije refiriéndome al libro del escritor bonaerense. Lo del plan de venganza quedó en mí como una incógnita sembrada. “Espero que no se mande ninguna cagada este muchacho”, pensé preocupado.
Como corresponde terminamos borrachos, escupiéndole en la cara a las penas. Pero bajo un ataque de responsabilidad ceniciéntica, antes que suenen las campanas de la medianoche me fui a dormir, con el estómago vacío de comida pero lleno de cerveza. Al otro día teníamos que armar vidriera nueva en la zapatería. Esta faena implicaba quedarnos trabajando hasta la medianoche sin cobrar esas horas extras y encima pagarnos entre todos los empleados la cena. Variedad de injusticias estaban a la orden del día en el menú de un país destrozado por el neoliberalismo.
V
A la mañana siguiente el Loco Neubaten llegó a trabajar con resaca. De todas maneras lo vi exaltado y con cierta alegría, como si fuese su último día de presidiario. Lo primero que hizo fue meterse en el depósito, agarró el único par de mocasines blancos en stock que casualmente eran de su talla y se los calzó para atender a la clientela durante toda la jornada. Éste no va a ser un día normal, sospeché sin imaginar la que se venía.
Al cierre, Bigote bajó la persiana del local, entró hasta la mitad del salón y se despidió con displicencia del resto. Él no se quedaba nunca a armar las vidrieras nuevas y dejaba las llaves del local a Twity, que era su vendedor de confianza.
“Vos te quedás acá”, le dijo el Loco Neubaten a Bigote, cortándole en seco su intento de retirada. Yo no podía creer lo que estaba viendo. Neubaten sacó de su bolsillo trasero un calzador al cual había conseguido sacarle filo en el mango, supongo que utilizando alguna piedra de pulir o amoladora para poder convertirlo en un objeto punzocortante. Amenazaba esgrimiendo el calzador letal a Bigote que había quedado mudo con el arma frente a su rostro. Twity estaba pálido y yo un tanto nervioso le pregunté a Neubaten para intentar descomprimir: “¿Qué estamos haciendo, papu?”.
“Vos, chito la boca y relajate”. Esa fue su respuesta, y sin mucha resistencia seguí su consejo.
Das Ende
El loco Neubaten nos llevó a todos al depósito, ató con unas medias a Twity y a Bigote en un estante y me hizo pedir una pizza con porrones que pagamos con dinero de la caja. Recibí el pedido bajo su oculta y atenta mirada, fraterna pero amenazante. A esa altura yo ya estaba entregado como la pizza del delivery. Sólo esperaba que el demente de Naubaten no me haga participe de una masacre. Y así fue que sucedió: en su venganza no corrió sangre. A punta de calzador en el cuello de Bigote les dijo: “Ahora se van a cantar entera toda la canción esa de la «Obsesión», vos vas a ser del tipo y vos de la mina”. Bigote con los ojos húmedos de bronca arrancó: “Son las 5 en la mañana y yo no he dormido nada, pensando en tu belleza loco voy a parar…”, y Twity le respondía: “No es amor, lo que tú sientes se llama obsesión”. El momento fue humillante pero también épico, ya que hubo una solapada actuación dramática por parte de los cantores que por miedo o por gusto realizaron una gran interpretación del tema. El Loco Neubaten comió un par de porciones de pizza, frías como su venganza; tomó unos tragos de porrón, me agarró del hombro y me dijo: “Nos vemos en Disney, Rifle”. Rifle, así me había bautizado él por mi parecido al jugador de Vélez.
El Loco Naubaten nos dejó encerrados en el local y desapareció para siempre, calzado con mocasines blancos. Como era de suponer, yo me quedé sin laburo y lo estuve puteando varios días por tener que ir a declarar a la comisaria para desligarme del hecho. Aunque sé que siempre estuve de su lado, él así lo quiso. Hoy lamento mucho no poder volver a compartir una charla con el Loco Neubaten, porque si hay un lugar al que no creo llegar nunca, ese lugar es Disney.