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No es soplar y hacer bolitas: la historia de Tinka, la única fábrica del rubro en Sudamérica

Está instalada desde hace 68 años en San Jorge, provincia de Santa Fe (a unos 200 kilómetros de Rosario). Ahora, tomaron el mando las hijas de sus fundadores: Silvina, Mariana y Rosana Chiarlo

Tal vez jugaste o alguien te contó de cuando jugaba a las bolitas. Para empezar a jugar se necesitan dos o más jugadores. Y buena puntería. La superficie debe ser de tierra: pareja y árida o alguna superficie que permita su deslizamiento. Técnicas para jugar hay muchas, según los códigos del potrero. La más común es la de poner la bolita en el hueco del dedo índice doblado e impulsarla con el pulgar. Y para tener más precisión, la mano tiradora se apoya en la tierra o en la parte posterior de la otra mano y debe rebotar lo más lejos posible. Si no lo logra, le toca al próximo jugador, quien lanza su bolita en dirección de uno sus contrincantes.

En la ciudad de San Jorge, provincia de Santa Fe, (a unos 200 kilómetros de Rosario) está instalada desde hace 68 años la única fábrica de bolitas de vidrio de Sudamérica: Tinka. Se llama así porque en uno de sus viajes al norte, uno de sus fundadores, mientras esperaba a que abrieran los negocios para vender su producto, escuchó que un grupo de chicos estaba jugando a las bolitas y cuando se chocaban una con la otra decían: ¡te pegué un tinkaso! Y la bautizaron con k, en vez de con c, para que parezca más chino.

No es soplar y hacer bolitas

Todo empezó cuando Víctor Hugo Chiarlo y Domingo Vrech, empleados en aquel entonces de la cristalería SAICA (Sociedad Anónima Industria Cristal Artístico) de San Jorge y que todavía conserva su estructura, pidieron licencia por un mes y, con lo que ya habían aprendido sobre el cristal, empezaron a fabricar bolitas.

Cuando arrancaron con la fábrica, en 1953, hacían todo artesanal. La primera máquina la tuvieron por el financiamiento de un gerente de la firma Manavella y Cía. S. R. L. (los únicos fabricantes en Sudamérica de bolitas de mármol por aquel entonces), ubicada en Córdoba y Entre Ríos en Rosario: el empresario les pidió unas muestras de las bolitas y si lo convencían les daría el dinero para comprar la materia prima, a cambio de la producción de seis meses. Así, durante más de un año, enviaron bolitas al negocio rosarino.

En 1956, Vrech se fue de la sociedad y entró Ricardo Reinero. Y en 1960 se sumó Ángel Albino Chiarlo, hermano menor de Víctor. En 1993 murió Reinero y tomó la posta su hijo, Juan Miguel.

En 1995, los dueños de Tinka le compraron al taiwanés Cheen Fu Cheen, una máquina de ese país oriental que le permitió aumentar su producción: de 12.000 bolitas por día pasaron a fabricar 400.000, es decir, casi 3.000.000 por semana.

Ahora, ellas conducen

La firma Chiarlo S.R.L, ubicada en Lisandro de la Torre 2152, tiene 10 empleados en el área de fabricación y empaque y otras dos personas que están en la parte de administración. Está abierta de lunes a viernes, de 8 a 12 y de 14 a 18. Los sábados de 7 a 11.

Tinka, una marca registrada, tiene un terreno de 1.800 metros cuadrados y hay un tinglado que ocupa la mitad de esa superficie: allí funciona el horno que hace las bolitas, en otra parte se enfrían, y en el resto de los sectores está la administración, el comedor y donde se embolsa el producto.

Las hermanas Silvina, Mariana y Rosana Chiarlo (hijas de Ángel y sobrinas de Víctor) tomaron el mando de Tinka el 28 de mayo de 2021. «Mi papá, que tiene 80 años, nos dio su parte y compramos la parte de Reinero y de mi tío que tiene 91. Soy psicóloga, Mariana y Rosana se dedicaban al turismo y al diseño de interiores, y dejamos todo para hacernos cargo de la fábrica. Las tres tenemos hijos y pensamos que ellos deben continuar con todo esto. Hicimos varios cambios y mejoramos los modelos de bolitas», contó Silvina.

Las hermanas Chiarlo se remontan a su infancia y recuerdan que no jugaban a las bolitas, pero iban a la fábrica y colaboraban para embolsarlas.

«Cuando éramos chicas, mi papá entraba a casa con las bolitas, que con el calor no llegaban a despegarse. Eran como un racimo de uvas y las ponía arriba de una repisa. A veces estábamos durmiendo y se caían todas. Nos asustábamos hasta que nos fuimos acostumbrando», contó Silvina.

Un negocio redondo

Hay cuatro modelos de bolitas: la Vergel (transparente con color por fuera), la Onix (color negra), la Pétalos (como el ojo de gato) y Aerosol (que son las que tienen adentro los aerosoles de pinturas y de espumas de carnaval y que se usan como removedor), todas son de 16 milímetros. También hay dos bolones de 25 milímetros: la Vergel y la Onix.

Rosana explicó que en una semana de producción se necesitan unos 10.000 kilos de cristales rotos, es decir, unos 40.000 por mes, que fueron en sus mejores épocas, copas, copones, adornos. El requecho de las cristalerías San Carlos, de Cañada de Gómez y de una cooperativa de San Jorge, se compra y se acopia para luego molerlo y meterlo en el horno a 1.300 grados.

«El domingo por la tarde se prende el horno hasta el sábado al mediodía. Se agregan unos 2.000 kilos por día de material reciclado de botellas de la cristalería y reciclados. Así, va cayendo un chorro de vidrio líquido que una especie de tijera los va cortando en pedazos iguales para caer en la máquina. Es continuo durante una semana. El horno demora mucho en calentarse y en enfriarse. Y se le agregan productos químicos para darle el color» explicó Rosana.

«Hay semanas que tenemos que buscar vidrio en la cristalería San Carlos, en Cañada de Gómez y en San Jorge hay una cooperativa a la que también le compramos. Y se le agregan productos químicos para darle el color».

Tinka tiene clientes de muchos años: sobre todo en el norte del país, en Santa Fe, Buenos Aires, Córdoba, Misiones. Las bolsas de 50 bolitas cuestan 60 pesos y las de 100, 100 pesos.

«No exportamos. En el sur no vendemos demasiado porque un flete a Ushuaia sale más caro que las cajas de bolitas», contaron las hermanas Chiarlo.

Pasión de chicos y no tanto

Las hermanas Chiarlo contaron que este juego que atrapa a chicos y no tanto tiene su temporada alta, en marzo, cuando empiezan las clases. «Los chicos vienen emocionados a la fábrica y esperan a que se abra el portón para pedir bolitas. Algunos piden hasta las rotas. Siempre le damos un puñadito. Juegan en las escuelas o en el club», aseguraron.
En la plaza en frente de la fábrica se jugaron campeonatos de bolitas y tenía varias categorías: chicos, medianos y adultos. También hay muchas mujeres que juegan.

«Cuando estuvimos en la Expo del Niño en Santa Fe, los chicos pasaban de largo y los padres y abuelos se acercaban y se arrodillaban para enseñarles el juego. Se remontaban a su infancia y hasta se les piantó un lagrimón. Fue una época que los marcó», recordaron.

Desde que están al mando de Tinka, las hermanas Chiarlo no dejarán morir la tradición de este entrañable juego que lo único que hay que hacer es ponerse cuerpo a tierra, ensuciarse las rodillas, apuntar, tratar de no pifiarle al hoyito y volver (por un rato) a la más tierna edad.

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