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¡No había necesidad de sufrir tanto! La reflexión final tras la consagración argentina en Qatar

Los argentinos estamos condenados a aceptar que primero hay que saber aguantar para luego festejar. Salvo la semifinal que tuvo un trámite más ameno para los corazones albicelestes, de principio a fin no fue fácil. A pesar de tener a Messi y un gran equipo, hubo suspenso hasta el final

Nunca una final tranquila para Argentina. La celeste y blanca esta destinada a sufrir para poder ganar. En 1978, en 1986 y ahora en 2022 nuevamente lo mismo: en todas finales que la selección ganó se sufrió y se estuvo al borde del infarto también.

A esta altura es marca registrada argentina: tener que sufrir para poder ganar. En el vestuario los jugadores bromearon con la mejor de las ironías con el suspenso que le pusieron a la definición del Mundial de Qatar.

Anticipándose al tiempo y a la historia argentina en los Mundiales y si se quiere a esa pasión del fútbol y los argentinos. Los hermanos Expósito, al componer Naranjo en Flor, lo dijeron todo “Primero hay que saber sufrir, después amar”.

Ya con la derrota ante Arabia Saudita y los días -interminables- que separaron ese traspié con el partido con México, que se ganó gracias a una genialidad de Lionel, pero antes pasaron muchos minutos de angustia. Después llegó el choque con Polonia, que se ganó pero hubo que remarla, y no sólo los jugadores, porque los hinchas también juegan sus 90 minutos.

Pasó la fase de grupos y en octavos llegó Australia, partido que la Scaloneta tenía dominado y envuelto para regalo, pero otra vez, a sufrir con un gol de chiripa de los oceánicos.

En cuartos de final con Países Bajos, fue verdaderamente un parto –según las entendidas en la materia-. Otra vez, partido casi liquidado y en pocos minutos los de naranja nos empataron. No debe haber argentino que en ese momento no haya levantado la mirada y enfocara el cielo para preguntarle al supremo: “Otra vez, ¿Me estás cargando?”. El suplementario fue una obra maestra de Hollywood, y ni hablar los penales, que aunque no juegue tu equipo o tú seleccionado, te acelera el pulso cardíaco. Con la clasificación asegurada ante los europeos, ese fue el primer momento que todos pensamos: “No había necesidad de sufrir tanto”.

Para sorpresa de muchos y de todos, la semifinal fue un trámite, opinión solo desde el lado del sufrimiento extremo, se vivió con el “bobo” a full y con el carnet de la obra social cerca por las dudas. Por ese motivo al paciente que no quiso recibir el alta se lo entiende, más allá de las cábalas.

Martes post semifinal fue un hermoso cierre de jornada, las calles teñidas de celeste y blanco, todos cantando, sonriendo, Argentina fue una fiesta, como hacía mucho no se veía. Es que la necesidad de una alegría para un pueblo tan sufrido como el nuestro, atravesando una gran crisis, se necesitaba algo de felicidad. De una alegría que sólo el fútbol puede darnos y que nos haga olvidar problemas graves como son el hambre y la desesperanza en nuestra dirigencia política.

Una pregunta tras el triunfo con Croacia fue que faltaban cuatro días para la final y había que transitarlos, ¿cómo hacer para no pensar en la final? y por el horario del mediodía era ¿Almuerzo o desayuno? y después todos buscando saber si alguien había podido dormir el sábado por la noche.

Llegó el domingo, llegó el día que todos queríamos vivir, ese día que una fracción de tiempo separará a Lionel Messi de la gloria eterna. Pero para no faltarle a la costumbre, o quizás a lo que nos tocó cuando repartieron los roles en la vida y el mundo, es que para que Argentina gane hay que sufrir. Seguramente si juntamos las lágrimas derramadas hacemos un mar en medio del desierto de Qatar.

Y aunque ya estemos totalmente desahuciados y aceptemos la condena del sufrimiento, es que “no había necesidad” porque este plantel nos demostró que se puede, tan sólo con trabajo y esfuerzo bajo la bandera de la unidad y por supuesto de la celeste y blanca.

¡Vamos Argentina! Somos campeones mundiales por tercera vez en la historia y el capitán es nuestro, es rosarino.

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