La barilochense Jenny Somweber se levanta a la mañana y, cuando abre la ventana de su cabaña calefaccionada a horno de leña, ve una de esas imágenes que se usan para vender vacaciones en un lugar paradisíaco de montaña. El blanco domina la escena. Un entorno que cautiva, relaja y hasta emociona, apenas a 15 minutos del centro de Bariloche. Los frondosos pinos verdes que rodean su propiedad están teñidos por abundante nieve en sus ramas, todo un hondo manto blanco cubre los alrededores y en el horizonte asoman montañas nevadas. Es mediados de julio y en la Patagonia ya puede palpar que es un invierno ideal para los amantes de la nieve, sobre todo para quienes disfrutan de deslizarse sobre ella. Como Jenny, que parece extranjera cuando se escucha su nombre (su padre es austríaco) pero es tan argentina como el dulce de leche. Ella es rider desde que tiene memoria (dos años y medio) y profesional desde los 18. Ahora, a los 35, ya casada y con un hijo, compite poco y goza de la montaña con amigos y amigas, de buscar experiencias en laderas de nieve virgen.
Pero claro, pese a estas situaciones ideales para practicar snowboard, es época de pandemia. En el país y el mundo. Las limitaciones de todo tipo llegan hasta la montaña aunque estos atletas, fieles a una personalidad aventurera, no dejan de ir a la montaña. O donde sea que haya nieve, aunque los centros de ski estén cerrados y no se cuente con medios de elevación para hacer todo más fácil. Esta nota buceará en las historias de cuatro atletas que se las rebuscaron en estos tiempos para seguir con una pasión que les cruza la vida desde hace muchos años.
“Como esta pandemia la estoy atravesando aquí, lejos de la ciudad, no me cambió tanto ni sentí el encierro. La paso en contacto con la naturaleza… Sólo me modificó no poder ejercer mi trabajo como profe de yoga y tener a mi hijo siempre en casa. Decidí entonces tomar el tiempo para hacer actividades en familia y profundizar la introspección. No poder ir afuera y alejarse de las obligaciones te da la chance de ir hacia adentro, revisar tu vida, observarla desde la calma, darnos cuenta que las necesidades básicas son las más importantes y agradecer… El vivir más simple, en definitiva”, explica. Jenny usó el tiempo para meditar y hacer yoga, también descubrió el running, pero el problema fue cuando cayó el primer gran manto blanco… “Ahí empecé a soltar esa calma (se ríe). Por suerte, Bariloche pasó de fase el 1° de julio y nos habilitaron el ski de travesía y los splitboards (NdeR: tabla de snowboard que se divide a la mitad y, con pieles artificiales de foca, se usa para ascender caminando a la montaña). Así pude disfrutar del estilo que más me gusta, el freeride, el deslizarse por nieve onda y virgen en fueras de pista”, cuenta. Subir a cumbres desoladas, con el cuerpo como único motor, es un desafío. Los ascensos pueden tardar horas para una bajada de apenas segundos. “Es verdad, que son los instantes más gratificantes y felices. Las sensaciones de hacer una bajada así es única, inexplicable, de esas que no querés que acaben nunca. Te llenan el alma dejándote expandido y relajado, por eso todo esfuerzo vale la pena y más si tenés un grupo de amigas motivadas con el mismo espíritu aventurero”, describe con emoción la rider de Roxy Argentina.
Iñaki Odriozola, a los 24 años, es de lo mejor el snowboard argentino. Respetado en el exterior, es la estrella del Team Quiksilver. En marzo estaba en Utah, entrenando, cuando todos los cerros empezaron a cerrar y se tuvo que volver al país. “Al principio se me cancelaron planes muy importantes y fue un shock. Tuve un estado de frustración, pero con el tiempo me di cuenta que nos afectaba a todos y que había que estar tranquilo”, explica. Tras cuarentenas en Buenos Aires y Bariloche, sus ciudades a lo largo del año, aprovechó para entrenar en bici hasta que se permitió el ascenso a cerros cercanos (no el Catedral), como el López, el Goye y el Bella Vista. Subir caminando no es para cualquiera. Pero Iña, un muchacho de alta montaña, se siente cómodo. “Hicimos ascensos de 1500/2000 metros y un par de bajadas por día”, comenta. Sorprende cuando relata que una jornada tardaron “siete horas porque la nieve no estaba pisada y nos llegaba a la rodilla. Todo para una bajada de 30 segundos (ríe). Sí, es poco el disfrute, pero salir así a la montaña es un arte y ganarte así la bajada tiene un gustito especial”. La naturaleza, claro, te da y te quita. A la pandemia le contestó con un invierno top. “Hoy, bien arriba, ya hay entre dos y tres metros de nieve, fresca, sin pisar… Las condiciones son increíbles y la estamos disfrutando a pleno”, agrega.
Eso sí, todo con responsabilidad. Mucha. “Hay que ser precavidos. Nosotros chequeamos bien las condiciones y llevamos todo lo necesario, desde radio hasta el equipamiento de seguridad (pala, sonda y arva). La clave es ir con un plan, adónde se va, por qué lado y cómo se vuelve, si hay viento, cuánto nevó, la temperatura, todo… Hay que conocer el terreno y nunca confiarse. Porque los riesgos de avalancha o accidente siempre están. Y nadie quiere quedar enterrado o lastimado y tener que ir a un hospital en esta época. La montaña es hermosa, pero hay que concientizar a la gente sobre disfrutarla de forma segura”, explica. Jenny coincide sobre el mensaje para el amante amateur. “Siempre hay que respetar la montaña y cuidarnos entre nosotros. Hay que chequear todo antes de salir como lo hacemos nosotros, llevar alimentos, agua y el kit se seguridad que uno debe saber utilizar porque salva vidas. Y hasta un detalle que parece menor pero es fundamental: la ropa adecuada. Parece una obviedad, pero si algo te pasa, no es lo mismo una ropa que otra. Es importante ser consciente de que vamos a una montaña donde no hay servicios ni patrulla o seguridad”, explica la chica Roxy que hace dos años tuvo un susto grande yendo al Refugio Frey. “Fue un día que la montaña era un iceberg de hielo y nos encaprichamos con subir igual. Algunas compañeras terminaron resbalando varios metros hacia abajo por la capa de hielo, en una ladera llena de piedras y acantilados, que pueden terminar siendo mortales. Vivimos un momento de mucha tensión que nos enseñó la necesidad de tomar cada recaudo”, explica.
Fernando Natalucci reside también al pie de la montaña, pero en San Martín de los Andes, a 30 minutos del centro. “Vivo en la naturaleza. Algo que elijo y disfruto mucho”, admite. Otro privilegiado que divide su tiempo entre la pesca con mosca y el snowboard. Lo suyo, luego de años haciendo doble temporada (Europa en nuestro verano y aquí en invierno), se terminó y ahora disfruta del freeride y freestyle, con amigos y su hijo Ero, sin dejar de ser un referente del deporte. “Tengo la suerte que la montaña es el patio de mi casa y como vivo bien arriba, a 1100 metros, tengo nieve en la puerta… Por eso, mientras estuvimos de cuarentena sin poder ir a los cerros, aprovechamos para divertirnos con unas barandas naturales aquí”, cuenta. Fer, siempre relajado, le encontró la parte buena a este tiempo tan extraño. “Lo acepté y aproveché. Nunca entré en psicosis. Aproveché esto para disfrutar y vivir de otra forma, incluso encontrarme conmigo mismo. Encontré otras maneras que son más importantes que el trabajo y generar guita. Esto será un antes y un después para todos y sin olvidar que se vienen tiempos difíciles, creo que depende de la mentalidad con que cada uno se lo tome. Hay que estar positivo”, argumenta. En estos días, San Martín abrió el ascenso a la montaña y Fer se lanzó hacia arriba. “Sirve para agrandar la cultura de nieve, que la gente sepa que no sólo hay centros de ski, que la montaña se puede disfrutar de otra manera”, opina.
Cristóbal Tobal está a días de cumplir 15 años. Es una de las joyas del ski nacional y del Team Quiksilver. De hecho, cuando la pandemia explotó en el mundo, estaba en una gira por el exterior, puntualmente en Park City, Utah. Tenía que ir justo a Italia cuando virus se propagó allí y ahí, por orden de la Federación de Ski, debió volver al país. “Pasé el tiempo en casa, con mucho trabajo del colegio (está en 2° Año) y trabajos físicos que le mandaba el PF de la Selección”, cuenta. Para un atleta de alto rendimiento no es una situación fácil, aunque el nacido en Lake Tahoe (USA) y criado en Bariloche asegura no haberse frustrado. “No me costó ni en lo físico ni lo psicológico. Pero eso sí, ya quiero volver”, admite. Por suerte ya pudo sacarse las ganas de hacer una linda bajadita con su papá y tío. Con el Cerro Catedral cerrado, caminaron desde la base hasta un fuera de pista llamado Segundo Lomo. Casi tres horas hasta llegar a 2.000 metros de altura. Pero lo que cuesta vale, asegura Tobal. Grabó su bajada épica haciendo freeride que pueden ver en el video de esta nota, aunque su especialidad sea el slopestyle (trucos y saltos en rampas y obstáculos). “Estuvo muy buena, como para volver a la nieve y bajamos esquiando hasta el auto. La repetiremos en estos días, porque aún no hay fecha de apertura del cerro”, cuenta. Cristóbal sabe que, aunque abra, difícilmente pueda ir al snowpark que necesita para entrenar y deberá aprovechar otras cosas. Como la nieve honda y fresca que sólo algunos privilegiados han podido gozar hasta hoy. “Queda invierno y vamos a disfrutarlo con responsabilidad”, es su mensaje. Que así sea.