Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
La cuarentena significó, entre otras cosas, un increíble alivio ambiental debido a la interrupción de tareas en todo el planeta casi al mismo tiempo. Pero luego, a medida que el desconfinamiento fue abriendo las puertas de la actividad económica, el mundo continuó enhebrando su cíclica propuesta de malestares e injusticias.
Cuando la pandemia ya mostraba su derrotero de catástrofes, resonó el grito de angustia de George Floyd en la lejana y gélida Minneapolis. La crueldad de la impiadosa rodilla del “guardián del orden” sofocando su garganta provocó una ola de protestas que se replicaron en varias ciudades de Estados Unidos y acapararon la atención de todos. “I can’t breathe!” (¡no puedo respirar!) clamó en sus últimos minutos el sometido ladronzuelo, y la frase se convirtió en lema de múltiples demandas, porque la opresión viene sumando puntos desde distintos ángulos: la economía, las medidas sanitarias, la escasez de políticas de protección social, el desamparo ecológico, la impotencia ante las mil trabas burocráticas para acceder a ayudas estatales, el poder que todo lo corroe. En Rosario asistimos a nuestra propia versión de la asfixia, que supone un poco de todo ello, debido a la quema de pastizales en las islas.
Desde hace un tiempo, la tortura anual a la que ya nos habíamos habituado, intensificó sus garras y multiplicó sus estragos. Una franja que abarca unos 300 kilómetros de largo sobre la costa del Paraná, desde la capital entrerriana hasta las cercanías de la ciudad de Buenos Aires, se vio afligida por la indiscriminada quema de pastizales sobre tierras isleñas destinadas a la explotación ganadera. La acción afecta a un humedal de 17.500 kilómetros cuadrados que incluye zonas anegables y cursos de agua que son el hábitat de numerosas especies de fauna silvestre y de la vegetación autóctona típica del ecosistema de islas.
De acuerdo al director del Servicio Nacional de Manejo del Fuego, Alberto Seufferheld, cuyos brigadistas, sin descanso y con riesgo de vida, se sumaron a la tarea de los aviones hidrantes y los dos barcos de Armada para apagar las llamas, “desde enero hasta ahora fueron incendiadas 6 mil hectáreas de los humedales del Paraná”.
Sobre el mismo tema, el secretario de Protección Civil de Santa Fe, Gabriel Gasparutti, expresó: “A esta altura no tenemos dudas de que los fuegos son intencionales”, y destacó que el operativo para sofocar los focos ígneos tiene un costo de más de diez millones de pesos diarios.
En el marco de las acciones impulsadas por las autoridades para frenar el desastre ambiental y sanitario, la Cámara Federal de Apelaciones de Rosario dictó una medida cautelar en la que ordenó a los gobiernos de la ciudad de Victoria y de la provincia de Entre Ríos controlar que no se realicen más incendios por seis meses, lo cual fue siempre incumplido. El intendente de Rosario, Pablo Javkin, manifestó su descontento de todos los modos posibles, iniciando acciones penales y asegurando que los responsables de los delitos serán castigados. Pero hasta ahora sus gestiones han resultado infructuosas, ya que ningún propietario de los terrenos claramente individualizados por los instrumentos de geolocalización fue detenido. También la ciudadanía junto a organizaciones ambientalistas se movilizó cortando los accesos del puente Rosario-Victoria en ambas puntas, y sus reclamos fueron desoídos.
Resulta increíble la impunidad con que se mueven los autores de esta catástrofe ecológica, ya que las gestiones realizadas a nivel municipal, provincial y nacional, en lugar de concluir con el cese de los incendios los intensificaron, dando lugar a una clara maniobra provocadora de parte de los propietarios de las tierras, entre los cuales se encontraría el mismo intendente de Victoria, Domingo Maiocco, y miembros de su familia, de acuerdo a datos catastrales de la provincia de Entre Ríos.
Mientras tanto, los daños para la seguridad y la salud de los habitantes de este lado de la costa están más que claros. Por un lado, la humareda dificulta la visibilidad en las rutas y autopistas santafesinas, con un incremento de la posibilidad de accidentes viales. Por otra parte, la inhalación constante de humo provoca importantes daños en las vías respiratorias, generando irritación en ojos y gargantas, e incluso broncoespasmos y asma. Esto suma un plus frente a la actual emergencia creada por el covid-19, ya que los temas respiratorios están entre las mayores dificultades provocadas por el virus. Como se dice vulgarmente: “Sobre llovido, mojado”. Pero esta vez el agua (de lluvia) es lo que está faltando.
A pesar de todo, cada tardecita, cuando el humo empieza a irritar mis ojos y fosas nasales, cuando el ardor dentro del cuello amenaza con cercenar mi voz, y el nudo en la garganta se vuelve certero y contundente, un reclamo asoma desde el fondo de mis pulmones y se hace rugido en forma de palabras sobre la hoja en blanco. Con todas mis fuerzas grito: “¡No puedo respirar!”… Y espero que se haga justicia.