Esteban Guida
Fundación Pueblos del Sur (*)
Especial para El Ciudadano
En los últimos días se volvió a instalar la idea de que la Argentina debería ir a una dolarización para poner fin a sus recurrentes problemas económicos. Este tipo de propuestas ya se han escuchado en épocas de crisis y volatilidad cambiaria, siempre provenientes de sectores vinculados al mundo de las finanzas y a intereses ocultos y extraños.
Esta vez el puntapié del debate lo suscitó una nota publicada por el Wall Street Journal donde se deslizó que la dolarización podría ser un camino para lograr la estabilidad macroeconómica en Argentina. En este artículo se analizó la crisis cambiaria por la que transita nuestro país, proponiendo al gobierno argentino que la dolarización podría ser una posible solución al romper el ciclo de inestabilidad recurrente “dando a los argentinos una reserva de valor y una moneda de cambio en la que pueden confiar”.
En términos técnicos, la dolarización de una economía es un proceso mediante el cual un país adopta como moneda de curso legal el dólar estadounidense. Es decir, se reemplaza legalmente la moneda nacional (el peso) por otra (en este caso el dólar estadounidense) en todas sus funciones: reserva de valor, medio de cambio y unidad de cuenta. A partir de allí, todos los precios de la economía se expresan en esa moneda, pero fundamentalmente ocurre que la autoridad monetaria (el Banco Central) ya no puede incrementar la cantidad de dinero mediante la emisión, puesto que solamente esto se logra a través del sector externo; en otras palabras, de la capacidad que tenga la economía para generar saldos positivos mediante el intercambio de bienes, servicios y capitales con el resto del mundo.
Se suele argumentar que este tipo de propuestas resulta una opción para economías con altos niveles de inestabilidad cambiaria, ya que al no haber tipo de cambio (relación de intercambio entre la moneda nacional y la extranjera) no hay expectativas devaluatorias frente a una determinada política comercial. A partir de allí y bajo una lógica neoliberal, el problema de la inflación quedaría resuelto, ya que ésta deviene de erráticas variaciones del tipo de cambio que se aplican para mejorar la competitividad (exportar más e importar menos) y/o para aumentar la recaudación (al aumentar la base imponible de los impuestos al comercio exterior).
No son muchos los países que han decidido abandonar su propia moneda; se puede mencionar apenas los casos de Panamá y Ecuador, aunque en vista de sus características no sería muy inteligente hacer extrapolaciones con la Argentina.
Los que apoyan la dolarización suelen argumentar que el peso argentino ya no sirve como depósito de valor a causa de los altos niveles inflacionarios. Sostienen que el peso viene perdiendo poder de compra y que por eso el público ya no los quiere tener, sustituyéndolos de hecho por una moneda más fuerte. Por eso, dolarizar la economía supondría una ganancia en términos de credibilidad por parte de los agentes económicos, lo que contribuiría a la llegada de nuevas inversiones, promoviendo así el crecimiento económico con estabilidad.
Está claro que si son pocos países (y generalmente de poca relevancia) los que adoptan este tipo de medidas drásticas, es por algún motivo que supera largamente la tentación de creer que se van a solucionar los problemas cambiando de “zapatillas” (en alusión a la senil analogía que utilizó el ministro Hernán Lacunza).
Dolarizar la economía supone abandonar la facultad que tienen todos los países de intervenir en el ciclo económico, sea para equilibrar la oferta y demanda durante el crecimiento (enfriar la economía), como para estimular la actividad en épocas de depresión. Esto es lo que hacen todos los países que intentan desarrollarse y atender a las necesidades de su población, sin importar la inclinación ideológica de sus gobernantes. Cuando la política económica fracasa rotundamente por atender los intereses de un determinado sector que van en contra del interés nacional, lo lógico es cambiar de gobierno, no de moneda…
Pero el tema va más allá de perder una herramienta tan importante para la intervención de la economía. La crítica situación en la que nos ha introducido, innecesariamente, este gobierno, como ha ocurrido siempre que se puso la economía al servicio de rapiña y la especulación, representa una oportunidad muy seductora para que capitales e intereses extraños articulen los mecanismos prácticos, formales y legales para apropiarse de los negocios y la riqueza de un país que se presenta incapaz de defender y administrar lo que tiene y produce.
Esto no ocurre porque los argentinos sean tontos, sino por la histórica complicidad y connivencia (también conveniencia) de un reducido grupo de dirigentes y personajes vinculados al poder foráneo que, lejos de atender al interés nacional, venden su alma y voluntad por una paga que, a veces, resuelve con creces la sed de su propio ego.
Dolarizar es una pérdida gravísima de soberanía nacional que incluso tampoco resuelve los problemas económicos de los argentinos. Porque en este contexto en el que la prédica apolítica y a-histórica parece prevalecer, muchos podrían estar dispuestos a cambiar dignidad cultural por un poco de bienestar económico. Pero es importante señalar que si en momentos anteriores la dolarización no fue efectivamente implementada (incluso durante gobiernos tan o más liberales que el actual) ha sido porque el esquema no garantizaba la generación de riqueza para el pago de los compromisos de deuda con los acreedores internacionales. En efecto, dolarizar impide desarrollar una política industrial y comercial que le dé al país una chance de crecer y reinsertarse en el mundo, no cómo un tomador de deuda torpe y compulsivo sino como proveedor de bienes y servicio en cantidad, calidad y con mayor valor agregado.
Los argentinos debemos erradicar definitivamente la idea de la dolarización, al mismo tiempo que se identifican y exhiben los intereses que hay detrás de esta propuesta. Tal vez conociendo y comprendiendo por qué están revoloteando tantos intereses en torno a una “impredecible e inestable economía en crisis” nos demos cuenta de que, lejos de ser un país pobre, aún tenemos mucha riqueza por aprovechar y aplicar al bienestar del pueblo argentino.
(*) fundación@pueblosdelsur.org