Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
Puse en el buscador las palabras “solidaridad” y “cuarentena” y las historias comenzaron a brotar. Enseguida pude palpar la densidad de la vida que se expande a través de los gestos pequeños o grandes (según cómo se mire) y entrever la materialidad de los suspiros que atraviesan los relatos. Y me decidí a contarlas nuevamente, con la intención de que el discreto repaso de experiencias aisladas se transforme en un rosario de esperanza y gratitud.
Entonces, puede decirse que esta crónica no me pertenece sino que les pertenece a los protagonistas, a las manos tendidas que van al encuentro, y a las que reciben; a los que pueden dar y a los que necesitan, ambos integrantes imprescindibles del circuito de la fraternidad, un paradigma cada vez más urgente.
La pandemia estimuló la creatividad de muchos emprendedores y puso en funcionamiento infinidad de iniciativas potenciadas por la oportunidad que ofrecen las redes sociales. Así, un grupo de jóvenes de Rosario y la región lanzó una campaña invitando a donar materiales (plástico, acetato y elástico) para la fabricación de máscaras faciales mediante impresión 3D, destinadas a la protección de los trabajadores del área de Salud. Y Marcelo, un remisero de la vecina localidad de Monje, en plena cuarentena se puso a recolectar donaciones y medicación para una joven de 14 años que padece artritis reumatoidea juvenil. El remisero se hizo eco del pedido desesperado de la madre en Facebook y se movilizó por Barrancas, Díaz, Monje y Maciel para ser el nexo entre la necesidad de la joven y la generosidad de los vecinos.
En la ciudad de Buenos Aires dos amigos argentinos descendientes de coreanos crearon “Corea Se Une” convocando a otros miembros de la comunidad para dar una mano solidaria durante la pandemia. Gracias al esfuerzo de muchos llegaron a producir más de 40 mil barbijos, y ahora apuntan a confeccionar miles de cofias y botas destinadas al personal de la Salud.
En Córdoba Eleonora Trozzi, Nicolás Ríos y Mauricio Spalletti, quienes trabajan en el área de tecnología y software, crearon la página web “Consumí Local” que conecta a clientes y comerciantes de forma sencilla y rápida, sin la necesidad de salir de los hogares y eligiendo los negocios más cercanos a cada domicilio. En la página aparecen datos de los comercios como dirección, teléfono, redes sociales, si realizan entrega a domicilio, medios de pago, entre otras cosas.
En el barrio 4 de Agosto, un asentamiento popular de la ciudad de Neuquén, cinco mujeres que viven allí se propusieron ayudar al hospital local y comenzaron a fabricar barbijos y hacer mejoras a las batas del personal sanitario. Cada una desde su casa, y en forma totalmente gratuita, fabrica hasta 20 unidades por día. Utilizan sus propias máquinas de coser y reciben el material que donan otras personas. También en Neuquén, un grupo de religiosas de clausura pertenecientes a la Orden de las Carmelitas Descalzas se abocó a la misma tarea: “Primero hicimos 500, después cuando ya se declaró la cuarentena obligatoria nos empezaron a proveer materiales y empezamos a confeccionar para Salud Pública, no solo barbijos, sino también ropa descartable para los médicos y el personal de Salud. Esto ha sido una gracia gigante para nosotras, para mantenernos bien cercanas al pueblo”, dice una de las hermanas del convento.
Mientras, en Junín, un grupo de voluntarios se reúne tres veces por semana en la sede del club Defensa para elaborar comida caliente para gente que lo necesita, gracias a las donaciones de vecinos. Su acción ya involucra a 200 beneficiarios, incluido un comedor llamado Nueva Esperanza. Y en Azul, otra importante localidad de la provincia de Buenos Aires, Julia, una integrante del barrio San Francisco, empezó a cocinar para los vecinos que no llegan a proveerse por sí mismos. A través de Facebook la mujer ofrece alimentos, y todos los días cocina para 6 o 7 familias que se acercan a pedirle ayuda.
El conurbano bonaerense, donde la exclusión es la norma, podría ser el escenario de cientos de historias malditas. Sin embargo, la cuarentena potenció muchas acciones generosas para alejar a sus habitantes del límite de la subsistencia: confección de barbijos, comedores comunitarios y tareas de desinfección son algunas de las cuestiones que los “curas villeros” se pusieron “al hombro” en esta circunstancia. En Moreno, el sacerdote Joaquín Giangreco fue convocado al Comité de Crisis por la intendenta local y propuso no concentrar en un solo punto la entrega de alimentos sino repartir la comida en las 18 ollas populares ubicadas en distintos puntos del distrito. Hoy, las iglesias de la diócesis asisten con comida a 100 mil personas. En villa La Cárcova, partido de San Martín, el famoso Padre Pepe, José Di Paola, y un equipo de laicos multiplicaron su tarea con la preparación de comida, la asistencia a los abuelos, la clasificación de ropa y la desinfección de veredas, cordones y lugares de tránsito de los barrios.
Cerrar las puertas y abrir el corazón podría ser la consigna de estos días. A pesar del aislamiento el mundo sigue girando y las carencias de muchos se agudizaron con la presencia del virus. En esta pandemia la solidaridad no sólo marca la diferencia, sino que es el único modo de cubrir el espacio que existe entre la vida que teníamos y la que deberemos inventar “cuando pase el temblor”.