En calle San Juan al 1200, la peluquería San Martín, es orgullo de la ciudad, su dueño, Domingo Stabilitto es uno de los últimos barberos que con 78 años recién cumplidos, festeja además sus 62 años cortando el pelo a generaciones de rosarinos. El local mantiene la mística que le da el mobiliario: sus espejos originales, biselados; frente a ellos, los tres sillones hidráulicos, reclinables, tijeras, navajas, brochas, pulverizadores y talqueras están sobre los estantes. Un viejo reloj de péndulo cuelga de la pared y el tic-tac le da al lugar un toque de distinción, publicidades de fijador Glostora y un póster del seleccionado argentino campeón del mundo en el 78 sobreviven entre revistas El Gráfico y Corsa, infaltables en ese ámbito. Sobre el escaparate de la vidriera se acomodan peines de distintos tamaños y algunos frascos de shampoo. “Mingo”, como lo llaman sus clientes, atiende de impecable guardapolvo blanco; cabellera cana –obviamente, bien prolija– y bigotito “anchoa”: parece, así, más que un peluquero un verdadero cirujano del cabello.
Aún mantiene su tono calabrés y recuerda cuando llegó a Rosario a los 15 años de su Scalea natal, ciudad del sur de Italia, bañada por las aguas del mar Tirreno: “Mi padre fabricaba plumeros y fue mi tío, que había llegado antes, quien me enseñó el oficio y desde 1950 no paré de trabajar. La peluquería estaba frente a Plaza Sarmiento por calle Entre Ríos; en el 64 me vine a este local. Si bien la peluquería «La Bolsa» es la más vieja de Rosario, yo soy el peluquero más viejo” (se ríe).
En el rincón del local, Mingo conserva una maquina centenaria, que se usaba para esterilizar las herramientas de trabajo, como tijeras, navajas y cortapatillas: “Era obligatorio en las peluquerías para la afeitada. Se calentaban unas toallas blancas, lo que se conoce como fomentos, en la parte superior de la una máquina, que funcionaba a kerosén. Desde 1996 que trabajo solo, antes había dos personas más, los tres trabajábamos mucho, cado uno tenía sus clientes”, explica Stabilitto, casado, padre de dos hijas y abuelo de dos pequeños.
A los 78 años, Mingo, tiene su pulso intacto, y después de estar horas parado –“Años parado”, aclara– hace gimnasia en el Hospital Provincial: “Me hace muy bien”. Afirma que tiene clientes de toda la provincia “y más allá también”, y hay que creerle: “Esta zona tiene muchos hoteles, a la mayoría vienen viajantes que se cortan el pelo aquí”, explica.
Se jacta que el local quedó “en plena zona roja” de la ciudad. “Pero las chicas son buenas y mi vidriera le sirve para sentarse y esperar. Tengo el local bien cuidado, no me quejo, nunca tuve problemas”, completa.
Se considera un buen anfitrión y la relación con sus clientes es “por sobre todas las cosas de respeto”. Los temas que predominan allí son el deporte, la política, las mujeres… “Pero mientras uno trabaja escucha y no contradice. Si me hablan mal de Cristina le digo: «Y sí…». Y si me dicen que nunca hubo un gobierno mejor, también le sigo la corriente… Viene un hombre del campo y se queja, viene un jubilado y se queja… Una vez vino un cliente que era de Central, después de un partido que perdieron 3 a 1 con Argentinos Juniors. En medio de la conversación deslicé que yo simpatizaba con Newell’s y el hombre no habló más: se quedó mudo y nunca más volvió… Por eso, el único póster que tengo colgado es el de Argentina. Obviamente la charla será más extensa si el cliente está solo, cuando se juntan tres o cuatros hay que apurarse, poca conversación. Una vez un cliente me dijo: «Eh, Mingo, me sacó como escupida de músico…». Se ve que quería charla y yo tenía cinco clientes esperando, es decir que uno va regulando la conversación”, dice.
Stabilitto asegura que le quedan “uno o dos clientes” que van para afeitarse “a la navaja”. Es para ellos que mantiene las brochas en perfecto estado y el pote para hacer la espuma. Pero respecto al corte de pelo, afirma que lo suyo son las tijeras y la maquinita. En algún rincón guarda unos diplomas de estilista: “En realidad, el corte siempre es el mismo”, sorprende. “Recuerdo que en la década del 70, la empresa L’Oréal de París, mandó a un francés a capacitar con el corte a la navaja: ahí te metían el shampoo, el spray, las cremas… Fue un boom en ese momento… Por ahí llega algún chico que viene y me dice que se quiere hacer algún corte raro, tipo Mario Barakus (por el personaje de Mr. T. en Brigada A), me da lástima y le digo que no tengo la máquina para eso… Yo cortó con tijeras o con la maquinita, pero no cosas raras…”, asegura.
Después de escuchar durante 62 años a sus clientes, traza un perfil del rosarino y resume: “Es muy conservador, por eso le dicen gasolero. Es gente de trabajo”, cierra y se pone a guardar unas tijeras que brillan. Cuida como un tesoro sus herramientas de trabajo, sus navajas de antaño: “Cada tanto las mando a afilar, porque hay que mantener en buen estado para que el corte sea perfecto”.