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No son los talibanes, es el permanente intervencionismo

Cuando se ve la gente desesperada por irse de Afganistan, hay que comprender la macabra relación que existe entre esa misma gente, que cree que su única salvación es partir con los norteamericanos y el hecho de que fueron estos últimos quienes posibilitaron la existencia de grupos armados islámicos

Especial para El Ciudadano

Hacía años que Afganistán no era noticia en los grandes medios, casi tantos como el manto de silencio que instaló Estados Unidos desde su llegada hace ya dos décadas. El horror que producen las imágenes hoy día de gente desesperada por dejar Kabul colgándose de un avión del ejército norteamericano genera estupor.

Sin embargo, dicha sensación no debería provenir meramente del cruel y nefasto espectáculo pseudomorboso de ver caer gente del avión, sino de comprender la macabra relación que existe entre esa gente que entiende que su única salvación es irse con los norteamericanos y el hecho de que hayan sido ellos quienes posibilitaron y oficiaron de mecenas para la existencia de grupos armados islámicos, entre los cuales nacerían los talibanes en los años noventa, cuando éstos surgieron como contrapeso al comunismo afgano alentado desde Moscú desde los años setenta, en plena coyuntura de una Guerra Fría que empezaba a transformar a Afganistán en la Vietnam soviética.

El país estancado que dejan los norteamericanos

Los talibanes no sólo atrasan el reloj de la historia con sus prácticas y doctrinas, sino que realmente son una amenaza para los derechos humanos más elementales, empezando por los de las mujeres y disidencias (no sólo sexuales, sino cualquiera que esta pudiera ser).

No obstante, gozan de grandes bases de apoyo, de lo contrario sería imposible comprender cómo logran (y lograron) controlar todo un país en días, situación que se repite siempre como tragedia, y que después de veinte años de ocupación militar estadounidense, vuelve a tener predicamento y poder en un país dejado en sus manos con la nada honrosa retirada norteamericana una vez completada su agenda mínima en el país.

A pesar del pánico que generan los talibanes, el país que dejan los enviados de Washington no es digno de alabanzas y epopeyas, más bien es todo lo contrario. La situación del país, en todos sus indicadores, en el mejor de los casos se estancó, decayendo en la mayoría de ellos, incluida la situación de las mujeres.

Un punto geopolítico de enorme importancia

¿Cómo se explica entonces que durante veinte años Estados Unidos llevó adelante una guerra para acabar con el terrorismo talibán pero que, cuando se retira, todo vuelve al cauce previo, pero más devastado, como si sus veinte años de intromisión sólo fuesen un paréntesis? La respuesta es retórica, por supuesto, pues se engaña quien no quiera leer entre líneas las motivaciones de aquella aventura veinteañera por tierras afganas.

En la torta del Asia central, Afganistán es ese demandado centro donde está la frutilla, pues se encuentra  rodeada de ni más ni menos que Irán, China, Pakistán y las ex repúblicas soviéticas. Tanto como lo es Irán, Afganistán es un paso central en la comunicación continental, pero también supo ser un puente para el acceso al golfo pérsico para los soviéticos, lo que la constituye en un punto geopolítico de enorme importancia.

Después de los atentados del 11S, Estados Unidos tuvo motivos de sobra, y el camino allanado, para controlar un territorio como aquel, con el consentimiento hipócrita de quienes hoy lamentan el retorno talibán, en el cual se desarrollaron durante estos últimos veinte años, enormes negocios del complejo militar.

Un avión que como vino se va, dejando tras de sí infinidad de personas desposeídas

Estados Unidos invadió el país bajo la excusa de combatir al terrorismo, representado por Al Qaeda bajo la protección de los talibanes, mantra que, si no fuera por el tendal de catástrofes que generó durante los últimos veinte años en toda esa región, diríamos que es ciencia ficción.

Sin embargo, no sólo no lo combatieron, sino que lo alimentaron y protegieron, tal como lo hicieron con las guerrillas islámicas en la lucha contra la injerencia soviética. Ahora Estados Unidos se retira mostrándose como el paladín de la libertad que se lleva en su último vuelo las esperanzas de un Afganistán pacífico y vivible, entregando el territorio a sus antiguos aliados y lugartenientes, los talibanes.

Así se representan los veinte años de ocupación militar, como un inmenso avión que como vino se va, dejando tras de sí infinidad de personas desposeídas y arruinadas, aterrorizadas por esa historia en loop que no les da respiro y es escasamente prometedora.

Quien se retira deja en relevo a quien se suponía que fue a combatir

Pero entonces, ¿son los talibanes, a secas, el problema? ¿O será más bien el medio siglo de injerencias soviéticas y estadounidenses que desde los años setenta hasta el presente digitan la política regional, con un breve impasse en los noventa signado por la guerra civil afgana? ¿Y qué pasa con la Otan, esa organización que se suponía que sólo existía a los fines de combatir el avance del comunismo ruso pero que, una vez caída la URSS, lejos de carecer de sentido y desaparecer, no hizo más que crecer año tras año hasta transformarse en la fuerza colonial-militar al servicio de la agenda de Estado de los Estados Unidos?

Más aún, ¿alguien podría nombrar algún territorio que se haya beneficiado en algo con la benévola intervención militar de los Estados Unidos? El saldo de esta aventura es un país devastado que cayó nuevamente en manos de los talibanes tan pronto como el avión militar norteamericano despegó, situación mucho más fácil y cómoda que cuando los talibanes llegaron al poder después de una guerra civil entre 1996 y 2001.

No se trata de restar peso a la dimensión trágica que supone el retorno de los talibanes al control de Afganistán, ni sobredimensionar sus bases de apoyo, que las tiene sin dudas, sino de mirar el cuadro completo para comprender que aquello tiene un culpable mucho más letal y que, disfrazado de cordero de la libertad y la democracia, es en realidad el conocido lobo de la geopolítica y los recursos naturales.

Hoy el retorno talibán huele a traspaso de mandos y armas en una retirada veloz bajo la lógica de tierra arrasada, en la cual el que se retira deja en relevo a quien se suponía que fue a combatir.

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