Por Alejandro Duchini
Adiós al sueño de la Bombonera 3D y adiós, también, a la posibilidad de ver al nueve de Catar con la camiseta de Boca, tal el deseo comercial que tenía Mauricio Macri para el club. Juan Román Riquelme y Jorge Ameal se impusieron en las elecciones con una propuesta terrenal: que Boca sea un club social sin dejar de lado al fútbol. El 65.3 por ciento de los votos contra el 34.4 de la fórmula encabezada por el ex ministro de planificación Andrés Ibarra, pero manejada por el ex presidente Macri, no deja dudas sobre la voluntad popular. Votaron 43.367 socios sobre 94.188 habilitados.
Lo sucedido alrededor de estas elecciones derivó en el enorme crecimiento de Riquelme: tanto lo atacaron que al final se volvió héroe de esta historia. Porque Riquelme no necesitó mucho más que su idolatría para capear el temporal de los últimos tiempos. El macrismo, en cambio, apeló a diversos formatos.
Primero con Macri anunciando su candidatura como vicepresidente pocas horas después de que Boca perdiera en la final de la Copa Libertadores ante Fluminense. El ex presidente habrá creído que, como referente de la mejor etapa ganadora del equipo, ése era el momento de atacar, de sacarle el jugo al dolor del hincha. Desde ahí llevó a Ibarra por los medios de comunicación tradicionales. El objetivo, criticar y criticar a Riquelme. Tanto que las elecciones se parecieron más a una disputa entre patrón de estancia y peón. Hasta que un día, sin ponerse colorado, dijo que había que poner al nueve de Catar en la primera de Boca para quedar bien con los árabes y así conseguir sponsors y, en consecuencia, dinero. Se lo decía directamente a Riquelme, como entablando un diálogo imaginario. Del otro lado, silencio.
La imagen es similar a la que transcurrió aquella vez en que el mismo patrón de estancia irrumpió una conferencia de prensa del DT Carlos Bianchi para pedirle explicaciones públicas sobre su renuncia. Bianchi también lo dejó con la palabra en la boca.
En medio de eso, el macrismo apeló a artilugios judiciales que postergaron las elecciones desde el 2 de diciembre en adelante. A último momento, pero con prudencia, se resolvió que se hagan este domingo 18. Hasta entonces, todo indicaba que se iban a realizar en marzo. De esta forma, el más perjudicado era Boca, porque entre otros impedimentos no podría contratar ni entrenador ni incorporar jugadores de cara a la próxima temporada. Esa persecución fue la que cansó a la mayoría de los socios e hinchas.
Su impronta de ídolo, de hincha y de hombre popular volcaron la balanza en favor de Riquelme. “Yo nunca voy a ser empleado de ellos”, dijo alguna vez. Así dejó en claro su postura de enfrentar a un poderoso como Macri, quien contó con el apoyo del presidente Javier Milei, que en medio de los desastres por el temporal de este fin de semana le dio prioridad a su voto en Boca. Así le fue: los insultos no pudieron taparse. Macri, en cambio, zafó de los agravios yendo a una reunión de la FIFA en Arabia. Es decir: uno de los candidatos -en este caso a vice- no se presentó a votar en unas elecciones que se volvieron tan trascendentales que hasta un presidente de la Nación tomó parte.
Macri y Riquelme son como el agua y el aceite. Riquelme iba por el Boca club o asociación civil sin fines de lucro -el trabajo social de su gestión es importante en el barrio- y Macri por el de las sociedades anónimas, metodología que siempre quiso imponer y para la que ahora cuenta con el aval de Milei. El triunfo de Riquelme es una bocanada de aire en medio de estos tiempos difíciles; Boca es tal vez el último gran bastión que queda en cuanto a la funcionalidad social de los clubes si tomamos en cuenta a los más grandes.
River ya está identificado con el macrismo y se ha vuelto más elitista. En Independiente se impuso, hace un año, una fórmula identificada con el PRO. Y en Racing, donde habrá elecciones en diciembre próximo, el actual presidente Víctor Blanco amaga con no presentarse; quien se presentaría es el ídolo, Diego Milito, quien arrasaría en las preferencias de los socios molestos por la gestión actual. Acá va la cuestión: lo acompañaría el ex ministro de Economía macrista Hernán Lacunza.
En este panorama, no podemos dejar de lado a la AFA de Chiqui Tapia, quien apostó fuerte por el peronismo en las elecciones pasadas. El poder de la AFA también es un botín político. Y Tapia, a juzgar por su gestión, no lo viene defendiendo de la mejor manera. El título mundialista en Catar no es suficiente. Porque hay que gestionar, y la desprolija organización de los campeonatos más la explotación económica del seleccionado no son bien vistos por el futbolero medio. No todo es Messi y compañía.
Boca creció en el plano social en los últimos años. Los triunfos del fútbol femenino son un ejemplo. Los deportes menos tradicionales integran la agenda y se volvieron convocantes. Básquet, natación, gimnasia artística o artes marciales, entre otras actividades que habían sido olvidadas, fueron reivindicadas por la actual gestión.
Sobre el Boca futbolero habrá que trabajar, más allá de que en la etapa Ameal-Riquelme no le fue mal. Seis títulos. Ahora empezará el ciclo del ex Tigre y Huracán Diego Martínez como DT. Habrá qué ver qué jugadores se suman al plantel. Y qué pasa con los varios y buenos juveniles que se promovieron en los últimos años. El caso más conocido, el del Colorado Valentín Barco.
Algo más para darle épica a la elección de Boca. Nadie nunca olvidará que se hicieron bajo una lluvia tremenda ni que jamás habían ido tantos socios a votar. Socios a los que no les importó mojarse sino darle el triunfo a su máximo referente.
¿Hay algo más emotivo que aquello que sucede bajo una lluvia? Recuerden a Diego celebrando bajo el agua la clasificación al Mundial de Sudáfrica después del gol de Martín Palermo. ¡Ups! ¡Palermo, el Titán, el candidato a DT por parte del macrismo! Su presencia, se ve, no alcanzó. Llegó a la Bombonera como pseudo guardaespaldas de un eclipsado Ibarra. Niño mimado de la época macrista, y desde siempre en las antípodas de Riquelme, se volvió urgente a Buenos Aires después de que Platense perdiera en Santiago del Estero la final con Central. Un Palermo como DT campeón hubiese sido un golazo para un macrismo al que ni ésa le salió bien.