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Nota de opinión: «Sostenible será un plan que genere trabajo»

Se encuentra naturalizada la falacia de que el problema, el limitante del crecimiento del país, es la restricción externa, la falta de dólares. Y que debe solucionarse aumentando el nivel de exportaciones

Rodolfo Pablo Treber (*) / Fundación Pueblos del Sur

Especial para El Ciudadano

 

Todo está dado vuelta. Se encuentra naturalizada la falacia de que el problema, el limitante del crecimiento del país, es la restricción externa, la falta de dólares. Y que debe solucionarse aumentando el nivel de exportaciones. Diagnóstico repetido tanto por economistas liberales como keynesianos, progresistas como neoliberales…

Lejos de ser inocente, ese diagnóstico tiene como propuesta inmediata alentar el crecimiento de las exportaciones y mantener calmo, deprimido, el consumo interno. Solución más que conveniente para la oligarquía terrateniente y sus mandantes, las multinacionales del comercio exterior.

Raúl Prebisch, economista de la Fusiladora, lo admitió en el año 1955 diciendo: “A una depresión del consumo interno le sucede instantáneamente un aumento de los saldos exportables”. Discurso que, como muchos otros, justificaba el ajuste del momento. Pero a diferencia de los venideros, con la impunidad que le daba el golpe de facto, exponía la verdad.

Pero lo sensato no es exportar más para importar lo que nos falta. De esa manera el único generador de divisas es la oligarquía terrateniente, que se apropia de toda la riqueza y monopoliza el poder político nacional (modelo agroexportador).

De ahí que la industrialización del país sea antagónica al interés del capital multinacional: un Pueblo con buenos sueldos industriales, adoctrinado en la cultura del trabajo (que es la que permite todas las otras) consume más, mucho más, que un Pueblo despojado de sus derechos, dependiente de la asistencia social.

Para independizarnos, generar trabajo, industrializar la Patria, elevar el nivel técnico y cultural del Pueblo, lo que hay que hacer es sustituir las importaciones que nos desangran, no tratar de molestar a otros con nuestras exportaciones. Para ello, el control del comercio exterior es indispensable. Aduana privada, oligarquía terrateniente y empresarios importadores no lo harán por sí solos.

En el siglo pasado la herramienta para ejecutar la voluntad soberana de la Patria en nuestro comercio exterior se llamó Iapi (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio), diseñado a imagen y semejanza de instituciones socialistas de la Unión Soviética, que había estatizado su comercio exterior mucho antes y con rotundo éxito. El odio que incitó el Iapi en la oligarquía agraria y las embajadas imperiales fue tan grande que fue lo primero que destruyó en el golpe del 55.

Jamás antes ni después de aquella experiencia la Argentina tuvo manejo soberano del comercio exterior. Hasta el día de la fecha todos los gobiernos esperan, pasivos y angustiados, a que la oligarquía terrateniente liquide las divisas de la venta de sus (nuestras) cosechas. Oligarquía socia de paraísos fiscales, empleada de embajadas y multinacionales del comercio exterior.

A través de él, en su pretensión más ecuménica, el peronismo propuso un trato justo por afuera de los mercados internacionales. Pactos equilibrados y bilaterales de los países negociando entre sí directamente, sin intermediación alguna de las plazas financieras, las trading companies ni los global markets. Su filosofía, por simple, prometía éxito: la relación injusta para una de las partes no perduraría en el tiempo (la rompe la parte explotada) y los mercados libres no existen, los regulan los Estados en beneficio de sus Pueblos, o lo hacen las multinacionales a favor de sus ganancias. Pero claro, excluía a las multinacionales del momento (André, Dreyfus, Cargill, Continental, Bunge y Born, las 5 hermanas) del manejo del comercio exterior argentino y sentaba un precedente serio.

Desde el Iapi y las empresas del Estado se ejercía la política de industrialización por sustitución de importaciones. Siendo éste el único que compraba y vendía, protegía al mercado interno de cualquier producto que intente ingresar a competir, destruir a precio dumping, la industria nacional.

Si lo mismo se fabrica acá, no ingresa del extranjero. Si es mejor, entra con arancel de importación hasta que se pueda igualar con producción local. Todo aquello que sea necesario y no se produce dentro de las fronteras nacionales, ingresa libremente, sin arancel alguno. Limpio, claro, justo. Y se puede volver a hacer.

Hoy en día, el déficit de la balanza comercial por la industria automotriz es de 10 mil millones de dólares. El 70% de componentes de los autos 0 km que se venden en el país se produce en el exterior, solo el 30% localmente.

Ese 70% de déficit en la balanza automotriz argentina no se salda con un aumento de competitividad y mayores exportaciones. Eso se arregla haciendo en el país lo que viene de afuera. Porque es el poder adquisitivo argentino el que compra los 0 km. No puede ser que, por cada 3 trabajadores argentinos que empleamos en la producción del auto haya 7 extranjeros que viven de él.

Por eso tenemos que administrar, manejar, gestionar el comercio exterior. Para impedir que las multinacionales inunden nuestro mercado interno con trabajo extranjero. Está a la vista con los autos, los artículos electrónicos y muchas cosas más.

Caso similar ocurre con las importaciones de material ferroviario a China. No son necesarias: la industria nacional estatal (Junín en provincia de Buenos Aires, Forja Argentina en Córdoba, Tafí Viejo en Tucumán, Astilleros Río Santiago en Ensenada) en conjunto con la privada (Fábrica Argentina de Vagones y Silos en Chascomús, Aesa y Materfer en Córdoba, Rumifer en Río Cuarto, Aceros Potrone en Avellaneda, Igarreta en Capital Federal) proveyó durante décadas todas las necesidades de Ferrocarriles Argentinos antes de su privatización.

Ferrocarriles, aviones, automóviles, buques, centrales atómicas, los más diversos productos industriales salieron exitosamente de nuestras plantas estatales. Y todo, sin excepción alguna, se volvió beneficio extranjero con las privatizaciones. Es hora de recuperar (y para siempre) al Estado Empresario. Es un imperativo categórico de nuestra propia historia. Abandonarlo todo a manos de los privados fue una decisión del gobierno menemista, ratificada por todos los que vinieron después. No hay excusas.

La nacionalización del comercio exterior destruye la cadena de valor de las multinacionales, su empleo en la transferencia indebida de costos y ganancias, la fuga de capitales y la corrupción internacional (no son los bolsos… son miles de millones de dólares). De esta forma ya no pueden inflar sus costos sobrefacturando sus importaciones, como tampoco deprimir sus ganancias subfacturando sus exportaciones. El Iapi funciona como el único comprador y vendedor del comercio exterior argentino.

Entonces, sólo entonces, se podrá afirmar que la política, la soberanía nacional, el interés común, prevalecen sobre el afán de lucro y el mercado en nuestro comercio exterior. No antes.

Los intentos de regulación a través de normas e impuestos son débiles e insuficientes. La inversión extranjera directa y el endeudamiento externo que impulsa el liberalismo son peores todavía.

Unificar todas las compras y las ventas del país en una sola institución permite negociar desde una posición de fuerza tanto cuando exporta (el entero país respalda el cumplimiento de lo que se convenga) como cuando importa (la demanda es… 45 millones de clientes).

La estrategia global del imperio apunta a destruir los mercados internos de las colonias. Ante esta violencia, las políticas anticíclicas carecen del vigor necesario para permanecer en el tiempo: sus efectos son pasajeros y superficiales. De ahí que nosotros abrevemos en las aguas más ardientes de la política y de la historia, marchando hacia la liberación nacional, tomando las banderas que otros dejaron caer. La Patria Argentina y su Pueblo exigen mucho más que paños tibios o males menores.

 

(*) treberrodolfopablo@gmail.com / fundacion@pueblosdelsur.org

Rodolfo Pablo Treber (*) / Fundación Pueblos del Sur

Especial para El Ciudadano

 

Todo está dado vuelta. Se encuentra naturalizada la falacia de que el problema, el limitante del crecimiento del país, es la restricción externa, la falta de dólares. Y que debe solucionarse aumentando el nivel de exportaciones. Diagnóstico repetido tanto por economistas liberales como keynesianos, progresistas como neoliberales…

Lejos de ser inocente, ese diagnóstico tiene como propuesta inmediata alentar el crecimiento de las exportaciones y mantener calmo, deprimido, el consumo interno. Solución más que conveniente para la oligarquía terrateniente y sus mandantes, las multinacionales del comercio exterior.

Raúl Prebisch, economista de la Fusiladora, lo admitió en el año 1955 diciendo: “A una depresión del consumo interno le sucede instantáneamente un aumento de los saldos exportables”. Discurso que, como muchos otros, justificaba el ajuste del momento. Pero a diferencia de los venideros, con la impunidad que le daba el golpe de facto, exponía la verdad.

Pero lo sensato no es exportar más para importar lo que nos falta. De esa manera el único generador de divisas es la oligarquía terrateniente, que se apropia de toda la riqueza y monopoliza el poder político nacional (modelo agroexportador).

De ahí que la industrialización del país sea antagónica al interés del capital multinacional: un Pueblo con buenos sueldos industriales, adoctrinado en la cultura del trabajo (que es la que permite todas las otras) consume más, mucho más, que un Pueblo despojado de sus derechos, dependiente de la asistencia social.

Para independizarnos, generar trabajo, industrializar la Patria, elevar el nivel técnico y cultural del Pueblo, lo que hay que hacer es sustituir las importaciones que nos desangran, no tratar de molestar a otros con nuestras exportaciones. Para ello, el control del comercio exterior es indispensable. Aduana privada, oligarquía terrateniente y empresarios importadores no lo harán por sí solos.

En el siglo pasado la herramienta para ejecutar la voluntad soberana de la Patria en nuestro comercio exterior se llamó Iapi (Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio), diseñado a imagen y semejanza de instituciones socialistas de la Unión Soviética, que había estatizado su comercio exterior mucho antes y con rotundo éxito. El odio que incitó el Iapi en la oligarquía agraria y las embajadas imperiales fue tan grande que fue lo primero que destruyó en el golpe del 55.

Jamás antes ni después de aquella experiencia la Argentina tuvo manejo soberano del comercio exterior. Hasta el día de la fecha todos los gobiernos esperan, pasivos y angustiados, a que la oligarquía terrateniente liquide las divisas de la venta de sus (nuestras) cosechas. Oligarquía socia de paraísos fiscales, empleada de embajadas y multinacionales del comercio exterior.

A través de él, en su pretensión más ecuménica, el peronismo propuso un trato justo por afuera de los mercados internacionales. Pactos equilibrados y bilaterales de los países negociando entre sí directamente, sin intermediación alguna de las plazas financieras, las trading companies ni los global markets. Su filosofía, por simple, prometía éxito: la relación injusta para una de las partes no perduraría en el tiempo (la rompe la parte explotada) y los mercados libres no existen, los regulan los Estados en beneficio de sus Pueblos, o lo hacen las multinacionales a favor de sus ganancias. Pero claro, excluía a las multinacionales del momento (André, Dreyfus, Cargill, Continental, Bunge y Born, las 5 hermanas) del manejo del comercio exterior argentino y sentaba un precedente serio.

Desde el Iapi y las empresas del Estado se ejercía la política de industrialización por sustitución de importaciones. Siendo éste el único que compraba y vendía, protegía al mercado interno de cualquier producto que intente ingresar a competir, destruir a precio dumping, la industria nacional.

Si lo mismo se fabrica acá, no ingresa del extranjero. Si es mejor, entra con arancel de importación hasta que se pueda igualar con producción local. Todo aquello que sea necesario y no se produce dentro de las fronteras nacionales, ingresa libremente, sin arancel alguno. Limpio, claro, justo. Y se puede volver a hacer.

Hoy en día, el déficit de la balanza comercial por la industria automotriz es de 10 mil millones de dólares. El 70% de componentes de los autos 0 km que se venden en el país se produce en el exterior, solo el 30% localmente.

Ese 70% de déficit en la balanza automotriz argentina no se salda con un aumento de competitividad y mayores exportaciones. Eso se arregla haciendo en el país lo que viene de afuera. Porque es el poder adquisitivo argentino el que compra los 0 km. No puede ser que, por cada 3 trabajadores argentinos que empleamos en la producción del auto haya 7 extranjeros que viven de él.

Por eso tenemos que administrar, manejar, gestionar el comercio exterior. Para impedir que las multinacionales inunden nuestro mercado interno con trabajo extranjero. Está a la vista con los autos, los artículos electrónicos y muchas cosas más.

Caso similar ocurre con las importaciones de material ferroviario a China. No son necesarias: la industria nacional estatal (Junín en provincia de Buenos Aires, Forja Argentina en Córdoba, Tafí Viejo en Tucumán, Astilleros Río Santiago en Ensenada) en conjunto con la privada (Fábrica Argentina de Vagones y Silos en Chascomús, Aesa y Materfer en Córdoba, Rumifer en Río Cuarto, Aceros Potrone en Avellaneda, Igarreta en Capital Federal) proveyó durante décadas todas las necesidades de Ferrocarriles Argentinos antes de su privatización.

Ferrocarriles, aviones, automóviles, buques, centrales atómicas, los más diversos productos industriales salieron exitosamente de nuestras plantas estatales. Y todo, sin excepción alguna, se volvió beneficio extranjero con las privatizaciones. Es hora de recuperar (y para siempre) al Estado Empresario. Es un imperativo categórico de nuestra propia historia. Abandonarlo todo a manos de los privados fue una decisión del gobierno menemista, ratificada por todos los que vinieron después. No hay excusas.

La nacionalización del comercio exterior destruye la cadena de valor de las multinacionales, su empleo en la transferencia indebida de costos y ganancias, la fuga de capitales y la corrupción internacional (no son los bolsos… son miles de millones de dólares). De esta forma ya no pueden inflar sus costos sobrefacturando sus importaciones, como tampoco deprimir sus ganancias subfacturando sus exportaciones. El Iapi funciona como el único comprador y vendedor del comercio exterior argentino.

Entonces, sólo entonces, se podrá afirmar que la política, la soberanía nacional, el interés común, prevalecen sobre el afán de lucro y el mercado en nuestro comercio exterior. No antes.

Los intentos de regulación a través de normas e impuestos son débiles e insuficientes. La inversión extranjera directa y el endeudamiento externo que impulsa el liberalismo son peores todavía.

Unificar todas las compras y las ventas del país en una sola institución permite negociar desde una posición de fuerza tanto cuando exporta (el entero país respalda el cumplimiento de lo que se convenga) como cuando importa (la demanda es… 45 millones de clientes).

La estrategia global del imperio apunta a destruir los mercados internos de las colonias. Ante esta violencia, las políticas anticíclicas carecen del vigor necesario para permanecer en el tiempo: sus efectos son pasajeros y superficiales. De ahí que nosotros abrevemos en las aguas más ardientes de la política y de la historia, marchando hacia la liberación nacional, tomando las banderas que otros dejaron caer. La Patria Argentina y su Pueblo exigen mucho más que paños tibios o males menores.

 

(*) treberrodolfopablo@gmail.com / fundacion@pueblosdelsur.org

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