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Noviembre de 1972: esa noche no iban a La Balandra

En primera persona, Berta Temporelli recuerda los duros días de militancia en Rosario y en barrio Tablada a medida que se acercaba el día clave: aquel 17 de noviembre en el que Juan Domingo Perón volvía a pisar suelo argentino tras casi 18 años de exilio. Espionaje y represión para sofocar un sueño

Berta Temporelli (*)

Éramos jóvenes y ya teníamos años de ser militantes, que no era una pavada, significaba luchar por un país mejor, y como dijo Envar El Kadri, “luchar por el retorno de «el Viejo»”, que era Perón, y estaba lejos pero nos encendía el alma de pasión y ganas de cambiar la historia.

El “Luche y vuelve” estaba en marcha. Los compañeros de la Comisión de Movilización, que aglutinaba al peronismo combativo, Antonio Valenti, ferroviario; el “Colorado” Rodolfo Di Marco y Pedro Bluma, del Movimiento Revolucionario Peronista, viajaron a Madrid a entrevistarse con el General en 1971. Poco después iría el “Negro” Aguirre, de la Asociación de Trabajadores del Estado, en representación del gremialismo inclaudicable. Todos regresaron con las mismas directivas; las cintas grabadas y mensajes recorrieron la ciudad, llegaron a las localidades vecinas. Lo mismo sucedía en todo el país. La campaña por el retorno del General fue imparable: pintadas, pegatinas, dibujos de Ricardo Carpani en afiches cubrían las paredes de las grandes ciudades.

Finalmente, la fecha estaba fijada: 17 de noviembre. En consonancia con los demás grupos militantes los integrantes del MRP esa noche realizaríamos pegatinas de afiches y volanteadas, creando el clima propicio para la movilización. El regreso del General sería el sábado 17. Caía la noche cuando comenzó la redada. La Policía nos fue a buscar a nuestros domicilios en importantes operativos. De la casa de los padres de la esposa de Santiago MacGuire se llevaron a dos hermanos de ella que eran militantes, y a otro hermano y a un cuñado que no tenían nada que ver, por si acaso. De la casa del compañero Raul, en Cerrito al 200, se llevaron al dueño de casa; a Ricardo, secretario Adjunto del Sindicato de Molineros Rosario, y a Pedro, mi compañero. “La Balandra” era un conocido bar de Tablada, ubicado en la esquina de Alem y Amenábar, en el que todas las noches se reunían algunos compañeros de ATE, entre ellos el Negro Aguirre, que vivía a tres cuadras, y algunos que a su vez eran miembros de la comisión de la Vigil, que estaba en la misma cuadra. Mi casa estaba en la misma manzana del bar, pero en el vértice opuesto. La manzana fue rodeada; los compañeros que estaban en el bar, al ver que el despliegue policial era tan grande pensaron que era para ellos. Yo había entrado momentos antes a casa con la intención de volver a salir, y no tuve la precaución de cerrar con llave, y cuando vi comenzaron a entrar policías, entraban y entraban, serían entre diez y quince. Hablaron poco, preguntaron por mí, me identifiqué, se metieron en las habitaciones, mi padre ya dormía porque se levantaba muy temprano, y por suerte no oyó nada, había perdido en parte la audición. Era bastante cabrón y hubiera ido en cana él también. Uno de ellos tomó el tubo del teléfono, desenroscó uno de los extremos y le sacó una pieza que se metió en el bolsillo, se llevaron mi bolso de viaje en el que había metido los volantes, Un mono de dos metros me tomó del cuello, le dije que quería llevar mi documento, no me lo permitió, mi mamá quedó azorada. La compañera Olga era menor y ya militaba, vivía con su familia en un edificio en el que su padre era portero y activista en su gremio, también a ella la fueron a buscar. En la Jefatura de Policía, en una de esas oficinas inmensas, no se en qué piso, me tomaron los datos. Después me llevaron a la Alcaidía de Mujeres, que estaba en el patio del edificio. Era un sótano, un lugar horrible, recuerdo que había un gran tacho oxidado para arrojar residuos. Se me acercó una mujer joven, me dijo que era presa política, pero no me decía de qué grupo, de qué lugar. Quería saber qué habíamos planeado, qué íbamos a hacer. Insistía mucho, sospeché que era policía, así que no le conté nada. Más tarde las vi a Olga y a otra compañera, también menor, que me alcanzó a hacer una seña de que les habían pegado. Las llevaba una guardiacárcel, no las vi más. Después supimos que las habían llevado a la Alcaidía de Menores. Apenas se llevaron a Olga, su papá fue inmediatamente en busca de los compañeros de su gremio, creo que ya se llamaba Suteryh, estos se comunicaron con el abogado del sindicato, Bernardo Iturraspe, gran compañero. Él hizo las gestiones para la libertad de Olga, y de paso de la de todos los que habíamos caído. Al día siguiente nos fueron largando, llegamos a la conclusión que habían hecho escuchas telefónicas: “peinadas” las llamaban, porque rastreaban las conversaciones al azar. Éramos tantos los que habíamos caído que casi hacemos un acto en la plaza San Martín.

Esa misma tarde continuamos con el plan de agitación. En Tablada marchamos desde las calles Gaboto y Grandoli por esta hasta el Tanque, Domingo y yo íbamos al frente llevando una bandera argentina. ¡Nadie podía detener nuestro entusiasmo!

A fines del 75 comenzaron a alojar en la Alcaidía a las presas políticas. En el 76 volví al lugar a visitar a mi hermana detenida, estaba el mismo tacho para residuos, sólo habían pasado poco más de tres años y me parecía que había transcurrido una década. Fue antes de irme del país.

Hace unos años la insté a Olga a que solicitáramos nuestros antecedentes al Ministerio de Seguridad de la provincia: para mi sorpresa, ella me recordó el día exacto: “Era martes 13, no me olvido más”, me dijo.

Recibimos nuestros prontuarios. En el mío al menos aparecen dos detenciones anteriores por pegar carteles, pero en el de ninguna de las dos figura la detención en noviembre de 1972, a pesar del operativo. Sin embargo podemos afirmar: ¡A Perón lo trajimos!

(*) Docente. Militante del MRP

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