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Nueva tendencia en Hollywood: de actrices brillantes a directoras notables

Se conoce este viernes en Netflix "La hija oscura", primera película como directora de la actriz Maggie Gyllenhaal. De este modo continúa la tendencia de mujeres que se ubicaron del otro lado de la cámara, como también lo hicieron este 2021 Halle Berry con "Herida" o Rebecca Hall con "Claroscuro"

Diego Batlle / Télam

Ida Lupino, Jodie Foster, Barbra Streisand, Sarah Polley, Julie Delpy, Agnès Jaoui, Valeria Bruni Tedeschi, Olivia Wilde, Angelina Jolie, Noémie Lvovsky y Greta Gerwig. Con esos once nombres y apellidos se podría armar un auténtico seleccionado de actrices capaz de jugar en cualquier cancha, pero la metáfora futbolera aquí podría extenderse aún más: también son capaces de hacerlo en el terreno de la dirección de cine. Es que todas ellas y unas cuantas más han demostrado un enorme talento y sensibilidad no sólo cuando las cámara las enfocan sino cuando son ellas las que tienen que encuadrar a otros y otras intérpretes en sus películas como realizadoras.

Aunque en los últimos tiempos ya habíamos asistido a valiosos debuts en la dirección como por ejemplo Una noche en Miami, film de Regina King disponible en Amazon Prime Video que imagina el encuentro entre Muhammad Ali, Malcolm X, Sam Cooke y Jim Brown para analizar el movimiento de los derechos civiles de los años 60, o en el ámbito local con La reina del miedo, de Valeria Bertuccelli (se puede ver en Star+), esta tendencia adquirió nuevos bríos y flamante actualidad con los recientes estrenos en Netflix de las óperas primas de tres brillantes actrices de Hollywood que, por lo visto, tienen mucho que aportar también detrás de cámara: Herida de Halle Berry, Claroscuro de Rebecca Hall, y La hija oscura de Maggie Gyllenhaal.

Hace pocas semanas figuró en el Top 10 de lo más visto de Netflix Herida, la primera incursión como realizadora de Halle Berry. La ganadora del premio Oscar por Cambio de vida (Monster’s Ball) filmó, produjo y protagoniza este drama deportivo-familiar sobre una ex luchadora de artes marciales mixtas (UFC) que, luego de sufrir mil y un golpes (literales y metafóricos) intenta recomponer su atribulada existencia en una épica de redención y segundas oportunidades que bebe, por supuesto, de El luchador, Million Dolar Baby, Cinderella Man y hasta Rocky.

También en Netflix y con buena respuesta de crítica y público se estrenó hace poco más de un mes Claroscuro, primer largometraje como directora y guionista (se encargó de la transposición de la célebre novela publicada por Nella Larsen en 1929) de la londinense Rebecca Hall, que había tenido un amplio recorrido por festivales como Sundance, Nueva York, Busan, Londres y Roma.

Estamos en Nueva York en plena Era de la Prohibición. Irene (Tessa Thompson) vive en el Harlem con su marido Brian (André Holland) y sus dos hijos, pero en el comienzo de Claroscuro está vagando por el centro de la ciudad. De forma casual se topa con Clare (Ruth Negga), una amiga de la infancia que está de visita porque vive en Chicago y a la que tarda mucho, demasiado, en reconocer. Es que con su pelo rubio y su estética glamorosa poco se parece a su compinche de la adolescencia a la que dejó de ver hace unos doce años. De inmediato entenderemos bien por qué: Clare está casada con John (Alexander Skarsgard), un blanco pudiente y racista que está convencido de que su esposa no tiene absolutamente nada de negra y ella hace todo lo que está a su alcance para asegurarle que así es. Sobre la negación de sus orígenes y su identidad está construido ese inquietante y contradictorio comienzo.

Las amigas se reencontrarán nuevamente, Clare asistirá a alguna fiesta de la comunidad afroamericana y esa coraza que ha construido se irá resquebrajando, dejando aflorar aspectos íntimos, sensibilidades propias que ella se ha encargado en reprimir para sostener las apariencias y la farsa.

Más allá de cierta impronta por momentos un poco teatral de la puesta en escena, Hall se muestra como una delicada narradora (evita caer en excesos discursivos respecto de la problemática del racismo), una buena directora de intérpretes y cuenta con los aportes no menores del piano jazzero de Devonté Hynes y del DF catalán Eduard Grau (Enterrado, Sólo un hombre, Quién te cantará) con una imagen en blanco y negro que permite sumergirnos en los “claroscuros” de esa época.

Y esta tendencia o boom de actrices devenidas guionistas y directoras con financiamiento de Netflix continúa con la película más interesante de las tres, La hija oscura, que tras su paso por festivales como Venecia, Telluride, Nueva York y Mar del Plata llegará este viernes al streaming.

A la neoyorquina Maggie Gyllenhaal la conocemos por su portentosa carrera actoral. Cualquiera podía intuir la inteligencia que había detrás de las elecciones de sus papeles y de la ductilidad en sus muy diversas interpretaciones, pero si faltaba comprobar su talento también como guionista y directora la confirmación definitiva llega con la transposición de la novela homónima de Elena Ferrante publicada en 2006, que le valió el premio a mejor guion en la reciente Mostra de Venecia.

Con 44 años recién cumplidos, Maggie se arriesga con una historia muy compleja, áspera, incómoda, angustiante, se muestra como una cineasta segura de sus decisiones de puesta en escena y, no es sorpresa, logra de sus intérpretes, incluso de aquellos secundarios, actuaciones de una intensidad y matices poco habituales.

La protagonista es Leda (otro prodigioso trabajo de Olivia Colman), una académica británica de 48 años, eminencia en Literatura Comparada, que llega a una paradisíaca isla griega en plan vacacional. Ella está sola, aunque pronto sabremos que tiene dos hijas veinteañeras y un oscuro pasado que la atormenta. Lo que en principio es puro disfrute en la playa y en una bella casona administrada por Lyle (el gran Ed Harris), un veterano galán que coquetea con ella, se transforma en creciente incomodidad cuando el lugar es invadido por ruidosos adolescentes y la presencia de una poderosa familia de la zona.

Allí entra en escena Nina (Dakota Johnson), una joven madre con una tormentosa relación afectiva que en determinado momento pierde a su hija. Leda la encuentra en una playa cercana, pero sin ninguna justificación se queda con la muñeca preferida de la pequeña, que entra en crisis al perder su preciado objeto.

Algo de sus extraños comportamientos y de sus repentinos ataques de angustia se irán comprendiendo cuando Gyllenhaal nos transporte a la juventud de Leda, ahora interpretada por Jessie Buckley, luchando sin demasiada fortuna contra las tensiones internas entre sus obligaciones como madre y sus ansias de libertad y éxito académico. Las transiciones entre presente y pasado, entre la versión adulta de Leda y los múltiples flashbacks son manejadas por la directora con suma elegancia.

La hija oscura es un sensible y al mismo tiempo desgarrador ensayo sobre la independencia, la maternidad, la responsabilidad en los vínculos familiares, las tentaciones, los sacrificios que exige el éxito profesional y la culpa que muchas de las decisiones alejadas de las convenciones y la corrección generan. Y sobre las huellas, las heridas, los traumas que quedan con el tiempo.

Más allá de la belleza del entorno, Gyllenhaal y la directora de fotografía francesa Hélène Louvart no se regodean en amaneceres o atardeceres. Lejos de cualquier pintoresquismo, la directora va a lo más profundo, contradictorio e intenso de sus personajes, completamente alejados de la psicología unidimensional que impera en Hollywood, para construir así una ópera prima consagratoria.

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