Mario Barboza era un vecino querido y valorado en Ludueña. Tenía 23 años y era técnico en sonido e iluminación, oficio que había aprendido en los talleres de la capilla Santa Rita, lugar del fallecido cura Edgardo Montaldo, icono del trabajo social en el barrio. Desconsolados, familiares y amigos no encontraban explicación al asesinato del joven, ejecutado el jueves al amparo de la noche luego de que regresara a su casa luego de comer en lo de su tía. En forma despiadada, unos tiratiros lo persiguieron y lo balearon por la espalda. El asesinato desnudó otra vez la poca acción preventiva de la Policía, que de acuerdo con el testimonio de vecinos, poco hace para que esa zona no se convierta en tierra de nadie.
Barboza cenó anoche en la casa de su tía Mónica, una humilde casa de material a la vera de un trayecto de calle Camilo Aldao, de apenas un metro y medio de ancho. “Qué buen asador que pegamos”, posteó en Facebook. La foto mostraba un amigo junto a una parrilla con sábalos y carne. A eso de las 11 enfiló en moto por el pasillo que desemboca en Humberto Primo y pasó por al lado de la escuela Luisa Mora de Olguín, para regresar a su casa por Rafaela entre Matienzo y Camilo Aldao. Nunca llegó. Unos 7 disparos se escucharon desde un lugar indeterminado y llegaron al cuerpo de Mario Barboza, que quedó tendido agonizando. Mónica temió lo peor y encaró la calle en medio de la noche cerrada. Encontró a su sobrino muy malherido: dos plomos lo habían alcanzado en la espalda. A partir de ese momento comenzó un periplo desesperado para que Mario fuese asistido. No hubo respuesta inmediata. De casualidad dieron con un móvil policial que con reticencia cargó a Barboza. “Los ojos se le daban vuelta y tenía las manos frías”, describió la mujer, para quejarse: “Tuvimos que insistir para que el patrullero llevara a Mario al Heca. La Policía quería esperar a la la ambulancia, pero nunca llegó”. Media hora después de la agresión Mario llegó al centro de salud, pero ya era tarde.
Lo único que hace presumir un conflicto previo, para Mónica, es que Mario discutió por la tarde con un pibe que violentó a otro pibe más chico, a eso de las 2 de la tarde. Mario intercedió en esa gresca porque “no le gustaba la injusticia”. “Fue para calmar la bronca de los guachos que se pelean y se amenazan”, dijo Mónica, ya quebrada en llanto. Aunque no están seguros que ese episodio posea vinculación con el crimen, ya que hasta el momento no aparecieron testigos presenciales. La poca iluminación del lugar tampoco abriga esperanzas de algún indicio del tirador o tiradores.
“Él no tenía antecedentes ni problemas con nadie. No sabemos qué pasó”, dijo Mónica, que recibió a El Ciudadano en pleno corazón del populoso Ludueña. Su afirmación se vio reflejada en las caras de consternación de los presentes, gente que acompañaba en el duelo con abrazos y condolencias. La mujer aprovechó para mostrar un casquillo de bala nueve milímetros que no fue recolectado por los peritos llegaron a la escena.
“Mario trabajaba con sonido e iluminación. Laburó con la cooperativa de Communitas, Cronopios, estuvo en varios eventos. Me acuerdo de que puso sonido cuando tocó La Pocilga, la banda de Ludueña, una banda que hace 16 años que existe”, recordó un vecino, para definir: “Era un pibe con cabeza, con sentimiento, con sinceridad. Era un cráneo. Y tenía un ojo nomás. Si hubiese tenido los dos capaz que esquivaba las balas”. Mario había tenido un accidente en un ojo y desde entonces tenía un ojo de vidrio.
“Nosotros ya vivimos esto hace cinco años con Emanuel”, refirió Mónica. Emanuel Cichero era primo de Mario, y fue ejecutado de un disparo en la espalda en barrio Industrial en noviembre de 2013. El joven tenía 25 años, algunos antecedentes y había sido testigo de un caso de gatillo fácil. El crimen ocurrió durante la noche y estuvo signado por la falta de respuestas. Mónica y Jésica –prima de Mario– esperan que la historia no se repita.
En medio del dolor los vecinos de ese sector postergado de Ludueña aprovecharon para quejarse del accionar de la Policía, que –aseguran– actúa en forma burocrática y con desinterés por los vecinos golpeados por la inseguridad.
“Acá la Comunitaria funciona en el predio de Tiro Federal donde se dejó de lado las recreaciones y los juegos para poner un destacamento que está cerrado. Eso es lo loco y lo bizarro. Hay policías no sé para qué. Es la inseguridad asegurada”, dijo un habitante del barrio. Por la tarde, los familiares buscaban la forma de velar a Mario en el propio Ludueña y no en una casa velatoria, por una cuestión de pertenencia al barrio que lo vio crecer.
“Ludueña es uno de los barrios más organizados de Rosario, no es Kosovo. Tenemos la leyenda de quien fue Edgardo Montaldo, Pocho Leprati, Mercedes Delgado. Pero también es uno de los barrios más castigados”, resumió un habitante.
La investigación del asesinato de Mario Andrés Barboza quedó en manos de la fiscal Georgina Pairola. Desde el área de prensa de Fiscalía indicaron que el chico no tenía antecedentes y sufrió «dos impactos en zona de espalda con orificio de salida por tórax y que en la escena se levantaron tres vainas calibre 9 milímetros», para agregar: «No hay testigos presenciales del ataque. Hay medidas en curso para dilucidar identidad de los agresores».
En Facebook, un militante social de Ludueña despidió a Mario e intentó ponerle palabras a tanto desconsuelo: «Otra vez la Parca pasó por el barrio. La violencia en los territorios no para. Lejos de cesar, cómo si se reinventase, el cronómetro se activa cada vez más cerca del cero y ahí no tenés chance. Anoche detonó en Ludueña. Cerquita, tan cerquita que se sintió el chiflete atrás de la nuca. Cuando explota ya no hay tiempo. Explotó. Le tocó a Marito. ¿Qué hacemos con tanta rabia? De verdad, ¿qué vamos a hacer?«