De este modo, Shakespeare sigue siendo una figura central en la actualidad literaria, un autor que se reposiciona cada año con traducciones de escritores argentinos, con novelas que llegan al país con el dramaturgo como protagonista y con películas que se estrenan a nivel mundial actualizando y resignificando sus obras más clásicas.
Sus temas, como el amor contrariado, los celos, el poder, la locura pueden haber sido tratados por cualquier autor a lo largo de la historia de la literatura. Forman el núcleo de ese manojo de tópicos que cruzan por el centro la literatura de todos los tiempos y geografías. Una telenovela argentina de los años 80 o una turca del 2020 puede haber tratado el amor o los celos pero son olvidadas al día siguiente. Sin embargo, el entramado y lo que Harold Bloom denomina «la invención de lo humano» convierten a las obras del autor de Macbeth en irremplazables.
En línea con esa vigencia, por estos días, circulan en la Argentina una serie de novedades vinculadas a la narrativa shakespeareana como es el caso de la novela Hamnet, una biografía fragmentaria en clave de ficción escrita por la irlandesa Maggie O’Farrell que llega al país de la mano de Libros del Asteroide, en tanto que acaba de publicarse una traducción de Romeo y Julieta, realizada por el escritor Carlos Gamerro y editada por el sello Interzona.
En conversación con la agencia de noticias Télam, el autor de Las Islas y la reciente La jaula de los onas manifiesta que en Romeo y Julieta «Shakespeare inventa el paradigma del amor romántico, que reemplaza al anterior del amor cortés, y sigue vigente, demasiado vigente, gracias a Hollywood, las telenovelas y las eternamente repetidas canciones de amor, en la actualidad».
Gamero asegura que al trabajar la obra de Shakespeare se puede ver cómo el dramaturgo inglés también «inventa el monólogo interior, que nos enseña a escuchar el lenguaje del pensamiento: de él aprenden Joyce, Virginia Woolf, Faulkner y por supuesto Freud», asegura el autor de Harold Bloom y el canon literario.
En la editorial Interzona, también el escritor Edgardo Scott hizo la traducción de una antología de 45 Sonetos de Shakespeare. «Vigencia y Shakespeare parecen sinónimos. ¿Cuál o quién sería mejor ejemplo? Hoy mismo, en un taller, hablando de las escrituras que se vuelven demasiado idénticas a sí mismas, y ante la razonable objeción de quién podría evitar eso, me salió con naturalidad: Shakespeare», dice el escritor.
«Shakespeare es tan grande, tan diverso, tan imperfecto y por eso mismo genial que hasta logra superar lo que para cualquier artista sería un logro: tener su sello. De la armonía naïve de la comedia Como gustéis a la invención de la representación del poder y la política tal cual los conocemos y padecemos en Macbeth o Ricardo III, de la maravilla hermética de sus sonetos a la creación de personajes como Falstaff, Yago, Ofelia o Hamlet», apunta Scott.
Para Gamerro, «Shakespeare inventa un modelo de literatura política donde las ideas se ponen a prueba en el escenario y deja las conclusiones al lector o al espectador: la línea más política de su obra, que va de Ricardo III a Antonio y Cleopatra«.
El escritor y crítico señala que el dramaturgo lleva a cabo una permanente reflexión y puesta a prueba de las ideas de Maquiavelo, en un arco que va del rechazo moral a la aceptación «bajo protesta» de la lógica de la realpolitik. «Y como todavía seguimos, en la teoría y en la práctica política, discutiendo a Maquiavelo, la obra de Shakespeare es una de las mejores maneras de entrar en la lógica política del mundo actual, como prueban, entre tantos otros ejemplos, los «préstamos» shakespearianos de House of Cards«, asegura.
«Acaso la idea de sujeto y la idea de personaje se reúnen en Shakespeare de un modo exacto y todavía indescifrable para la cultura. Por eso lo seguimos leyendo, actuando, filmando, citando. La vigencia de su obra es en verdad pura contemporaneidad. Su misterio sigue intacto», analiza Scott.
En su novela Hamnet, Maggie O’Farrell toma como eje la vida del escritor, pero dejándolo en las sombras para concentrarse en su hijo Hamnet, que murió en 1596 en Stratford por motivos que no quedaron recogidos en los documentos oficiales de la época. Cuatro años después, su padre escribió una de sus obras más celebradas y la tituló con su nombre haciéndolo inmortal: Hamlet.
La autora irlandesa adopta la versión más difundida de la muerte del niño: una enfermedad provocada por la peste negra, lo cual le da a su novela un casual toque de actualidad durante la pandemia. Sin embargo, la protagonista y heroína de Hamnet es Agnes la mujer ocho años mayor que Shakespeare, con la que éste, a sus dieciocho, se habría visto obligado a casarse tras dejarla embarazada.
El cine ha sido otro bastión que ha abrevado largamente en la obra del autor de Otelo. A las incontables adaptaciones cinematográficas que se concretaron sobre su obra y su figura, este año se suman dos nuevos films. Uno es Todo es cierto, una película dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh que gira alrededor de los últimos años de vida de Shakespeare y está disponible en Amazon Prime Video.
La otra novedad cinematográfica está basada en una de sus obras. Se trata de La tragedia de Macbeth que será el primer film de Joel Coen sin la participación de su hermano Ethan, con el que filmó títulos como Fargo o El gran Lebowski. Está protagonizado por Denzel Washington junto a Frances McDormand, quien además produjo la película, y se estrenará nivel mundial en cines el 25 de diciembre de este año y a partir de enero se podrá ver en la plataforma Apple TV+.
Tanto la película de Branagh como la novela de O’Farrell retoman el oscuro sentimiento que tiene Shakespeare frente a la pérdida de Hamnet, su hijo de once años. La película propone un juego de palabras desde el inicio: «All is true», «Todo es cierto». Fue un título alternativo que circulaba en la época del estreno de Enrique VIII, momento en el que, con un cañonazo, se incendia el teatro The Globe en Londres, donde se montaban todas las obras que escribía el autor. La película comienza con el fuego en el que se pierde el teatro para luego relatar el regreso del dramaturgo junto a su esposa en Stratford, un espacio donde recién empieza a elaborar el duelo por la muerte de su hijo.
En la Argentina también se gestaron proyectos importantes con la obra shakespeareana: la colección Shakespeare por escritores de editorial Norma, dirigida por Marcelo Cohen, que tradujo la obra completa, con la participación de autores de distintos países de habla hispana, o el proyecto de Editorial Losada, para la cual Pablo Ingberg realizó el esfuerzo de completar el canon, a partir de lo hecho por autores y traductores de la talla de Pablo Neruda, Manuel Mujica Lainez, Cristina Piña e Idea Vilariño, entre otros.
Para Gamerro, Shakespeare siempre está a la vanguardia: «Si hubiera vivido en el siglo XX, su obra hubiera puesto a prueba las ideas de Marx», asegura. De esta forma, el crítico sostiene que el autor inglés recupera todo el teatro anterior e inventa todo el teatro posterior: «Recrea la tragedia griega, que apenas conoció, y la comedia latina; es renacentista, barroco, romántico, absurdo y existencial; sus obras son tan flexibles que toleran puestas neoclásicas y de la vanguardia más experimental y su acción puede trasladarse sin merma al Japón Feudal, a Latinoamérica o al África ecuatorial», indica.
Pero además, según Gamerro, «Shakespeare inventa el cine, pues las cualidades cinematográficas de Shakespeare, tantas veces señaladas, son en realidad cualidades shakespearianas que el lenguaje del cine tomó de él».
Uno de los planteos de las traducciones y actualizaciones es lo que se pierde en el cambio de una lengua a otra, no solo de idioma sino en el tiempo. Para el autor de Facundo o Martín Fierro, en la práctica, la distancia lingüística no es tanta: «Incluso algunas obras contemporáneas combinan fragmentos de Shakespeare con otros hablados en inglés moderno, como Rosencrantz y Guildenstern están muertos de Tom Stoppard, o el film Mi mundo privado de Gus van Sant, donde los taxi boys de Seattle dicen los diálogos de Enrique IV, y apenas se notan los saltos», destaca.
La conclusión para Gamerro es clara: «Las obras de Shakespeare funcionan por más que no las sigamos palabra por palabra, funcionan para cualquier público de cualquier edad, y en cualquier idioma: sobreviven a las peores traducciones. En las buenas, claro, son arrolladoras».