Máximo Figueroa tiene 31 años y nació en Reconquista, en la provincia de de Santa Fe. A los 23 partió de allí para probar suerte en el sur santafesino. El muchacho tiene un hablar tranquilo y pausado. Hace casi diez años que trabaja en la fábrica American Color, en Puerto San Martín. Hoy está terminando el primer año del secundario en el Sindicato de Químicos, en San Lorenzo, en el marco de la propuesta educativa del plan “Vuelvo a estudiar”, cuyo objetivo es que tanto jóvenes como adultos retomen y finalicen sus estudios. Puede decirse que la línea de educación semi-presencial para adultos que se inauguró es consecuencia del trabajo conjunto entre las necesidades planteadas por el gremio y el interés del Estado provincial de garantizar el derecho a la educación.
—¿Cómo fue su vida en Reconquista?
—Empecé a trabajar desde muy chico. Desde los 14 años hasta los 15 estuve en una metalúrgica y después de peón de albañil, oficio que me enseñó un tío. Cuando comencé a tener plata en el bolsillo, dejé la escuela. Un porcentaje de lo que me pagaban se lo daba a mi mamá para que compre la comida, el resto me lo quedaba yo. Me daba cuenta de que era un gran alivio para mi familia. Ya no me tenían que comprar zapatillas, ni ropa, ni nada.
—¿Cómo está compuesta su familia?
—Tengo dos hijos: la nena de nueve años y el más chico de siete. Y mi mujer, que es ama de casa. Tengo cinco hermanos, uno de ellos vive en Capitán Bermúdez, mis padres y el resto de mis hermanos, en Reconquista.
—¿Por qué decidió irse del lugar donde nació?
— El trabajo era muy escaso. A los 23 años me vine al sur de Santa Fe a probar suerte. Los primeros años fueron los más duros. Me vine solo con un bolsito en la mano. Me incentivó mi hija, que en ese momento, tenía nueve meses.
—¿Dónde se alojó cuando llegó?
—Primero en la casa de un amigo por unas semanas. Después se complicó la situación y me tuve que ir. Me alquilé una habitación en Ricardone (comuna del departamento San Lorenzo). Después alquilé una habitación en Puerto San Martín. Cuando empecé a trabajar horas extras me alquilé algo más grande. Y después vinieron mi mujer y mi hija.
—¿Dónde consiguió trabajo?
— En American Color. Empecé como ayudante de estibado. Después seguí como maquinista, operador de envasado, y terminé en caldera, que es el manejo y tratamiento de agua que se toma del río, que luego se purifica y sale a la planta. La empresa se dedicaba a hacer pigmentos, pero como prohibieron el plomo, actualmente hacen otra materia prima, que es el silicato precipitado. De allí se hace el caucho, neumáticos, suelas de zapatos, alpargatas y demás productos de esas características.
—¿Cuánto hace que trabaja en la empresa?
—Ocho años. Somos en total 40 empleados. Y mis horarios son rotativos de ocho horas.
—¿Pudo comprar su propia vivienda?
—Tengo mi casa por gestión de la Municipalidad. Salí sorteado en un plan de viviendas hace cuatro años.
—¿Cuándo retomó el secundario y qué sintió el primer día?
— Hace tres meses. Sentí miedo. Pensé que iba a ser difícil, hacía años que no agarraba un libro. Mi hija de nueve años me incentiva y me dice que vaya, mi mujer también.
—¿Cómo son las clases?
—Tenemos una semana de clases, la siguiente de apoyo, y así sucesivamente. La materia que más me gusta es matemática, me gustan los números. Inglés es la que menos me gusta. Hacemos todo en grupo. Cuando hay examen, la profesora va por mesa y observa cómo trabajamos. Tenemos libros, cuadernillos, tareas y trabajos prácticos. Estoy orgulloso de poder terminar el secundario.
—¿Qué significa la familia?
—Todo. Uno vive para la familia. Yo no vivo para mí, sino para mis hijos. Quiero terminar el secundario por mis hijos, y por mí también. Porque el día de mañana uno no sabe qué le puede pasar. En el caso de que necesite buscar otro empleo, si tengo estudios, la voy a pelear un poco más.
