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Nunca más dibujé mascotas

Por Martín Stone

Corría el año 2002. Ato, Kaz y Nik, los pokemones del Mundial de Japón y Corea, invadían con críticas y apoyos los televisores argentinos. Tres pokemones o teletubis parecidos a los dibujos animados que los niños veíamos por TV y que para mi gusto eran de gelatina violeta, azul y amarillo. Parientes de Dragón Ball, eran para mí parte de esa familia.

Tenía en esa época 7 años y quería ser futbolista famoso no porque me gustara el fútbol, sino porque había inventado una mascota que iba a representarme en el mundo. Aún la guardo entre mis recuerdos infantiles. Se parecía bastante a las de Japón ya que era muy mal dibujante y era una figura gomosa de la cual se desprendían seudópodos que hacían de manos y pies.

Pero lo importante es que ella iba acompañada de una figura femenina (mi viejo amor de primer grado). A ella le dediqué mucho tiempo para transformar esa figura globulosa en una niña de trenzas azabaches. Mi rival, vecino de la casa -cuyo nombre no quiero dar- era el personaje de mis fantasías nocturnas, en las que Ato, Kaz y Nik y sin responsabilidad mía alguna, lo hacían desaparecer de formas incluso muy graciosas.

El día del Mundial mi papá atendió la puerta, molesto por la interrupción y volvió con el rostro demudado y rápidamente se fue con mi mamá al dormitorio. Horas después me enteré que mi rival había muerto en un accidente junto con su padre, cuando iban en la moto desde el trabajo -era mecánico-, a su casa para ver el Mundial.

En esa época inicié una alergia a las gelatinas que aún me perdura. Nunca más dibujé y para los Mundiales siempre evito simpatizar con las mascotas.

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