A Nusrat Jahan Rafi, de 19 años, la rociaron con querosén y le prendieron fuego en su escuela en Bangladés el pasado 6 de abril. El 10 su vida se extinguió: tenía cerca del 80% del cuerpo quemado. Poco menos de dos semanas antes ella había presentado una denuncia por acoso sexual contra el director del centro educativo al que concurría. Su valentía al hablar sobre una agresión sexual, su muerte y todo lo que pasó entre una cosa y otra causó conmoción en el conservador país asiático, donde muchas niñas y mujeres jóvenes optan por mantener sus padecimientos de acoso o abuso en secreto por miedo al rechazo social y hasta familiar. Hasta ahora, cuando 16 personas acaban de ser condenadas por el crimen. A muerte.
Lo que hizo diferente el caso de Nusrat Jahan fue que no solo habló, sino que fue a la Policía con el apoyo de su familia, y el mismo día que ocurrió el abuso. La joven, del poblado de Feni, una pequeña localidad 160 kilómetros al sur de la capital del país, Daca, creció, como gran parte de la población de su edad, en una familia conservadora y asistía a una madrasa, una escuela local.
El pasado 27 de marzo, según contó la joven, el director de la escuela la llamó a su oficina y la tocó repetidas veces de forma inapropiada. Antes de que las cosas se pusieran peor, salió corriendo del lugar.
Para una joven en un país donde las mujeres no suelen estar en la calle solas, denunciar un caso de acoso sexual históricamente tuvo graves consecuencias. Las víctimas se enfrentaban al rechazo de sus comunidades, a persecuciones en persona y en internet y, en algunos casos, a ataques violentos. Nusrat experimentó todo eso, y más.
Ella denunció el caso en la Policía. Se le debería haber ofrecido un entorno seguro, pero en lugar de eso, Nusrat fue grabada por un agente con su teléfono. En el video se ve a Nusrat visiblemente angustiada intentando esconder la cara con las manos. Y se oye al policía decir que la denuncia “no es gran cosa” y ordenándole que retire las manos de la cara. El video fue filtrado a medios locales.
Tras concretar la denuncia, la policía detuvo al director. Pero se organizó una manifestación para pedir por su libertad. La protesta fue organizada por dos jóvenes estudiantes y convocó a alumnos, docentes, directivos e incluso a dirigentes políticos locales. Los manifestantes sostuvieron la inocencia del director y culparon a Nusrat
Pese a todo esto, el 6 de abril, 11 días después del incidente, Nusrat fue a la escuela para hacer sus exámenes finales. “Intenté llevar a mi hermana a la escuela e intenté entrar en las instalaciones, pero me pararon y no me permitieron entrar”, relató el hermano de Nusrat, Mahmudul Hasan Noman.
“Si no me hubieran detenido, a mi hermana no le habría pasado algo así”, lamentó.
Según la declaración hecha por la propia Nusrat, una estudiante la llevó a la azotea de la escuela con el pretexto de que a uno de sus amigos le estaban dando una paliza. Cuando Nusrat llegó al tejado, cuatro o cinco personas cubiertas con burkas –vestimenta tradicional de países islámicos– la rodearon y la presionaron para que retirara la denuncia contra el director. Como ella se negó a hacerlo, le prendieron fuego.
El jefe del departamento local de Policía, Banaj Kumar Majumder, dijo que los asesinos querían que pareciera “un suicidio”. Pero el plan falló: Nusrat fue rescatada cuando sus agresores huyeron, y llegó a dar testimonio antes de morir.
“Uno de los asesinos estaba sujetándole la cabeza boca abajo con sus manos, por lo que el queroseno no cayó ahí y por eso la cabeza no se quemó”, relató Majumder, según publicó la británica BBC.
Nusrat fue llevada al hospital local, pero como no había infraestructura para tratar las considerables quemaduras que había sufrido, dispusieron su traslado a un centro de emergencias de la capital, Daca.
En la ambulancia, ella, temiendo no sobrevivir, grabó una declaración en el teléfono celular de su hermano. “El profesor me tocó. Combatiré este crimen hasta mi último aliento“, se le oye decir. También identificó a algunos de sus atacantes como estudiantes de la madrasa.
Las horas y días siguientes, las noticias sobre el estado de Nusrat dominaron los medios de Bangladés. Hasta que el 10 de abril, ella murió. Miles de personas acudieron a su funeral en Feni, y el caso despertó una ola de protestas en todo el país.
La primera ministra, Sheikh Hasina, recibió a la familia de Nusrat en Daca y se comprometió a que todas las personas involucradas en el crimen serían llevadas ante la Justicia.
“Todo ha ocurrido gracias a la protesta que inició Nusrat. Ella rompió el silencio que rodea el acoso sexual a nivel institucional. Tras su muerte, la gente empezó a protestar en todos los pueblos e institutos, y el Gobierno se vio obligado a tomarse en serio el caso. Nusrat es la líder del movimiento. Creo que ella ha encendido una vela para las niñas y los niños de este mundo”, considera Ranjan Karmaker, director de la ONG en favor de los derechos de la mujer Steps Towards Development. Incluso avaló la condena a la pena capital al considerar a la sentencia misma una “noticia positiva”, ya que es “la demostración de que, con voluntad, puede haber justicia para las víctimas”.
De hecho el juicio fue muy rápido en un país donde los veredictos por este tipo de casos suelen tardar años, si es que llegan. “El veredicto demuestra que ningún asesinato queda impune en Bangladesh. Tenemos un Estado de derecho”, declaró el fiscal, Hafez Ahmed, tras conocerse la sentencia.
Recientemente las ONG denunciaron un aumento de las violencias contra las mujeres, especialmente violaciones. Según contabilizó la organización Mahila Parishad, en septiembre pasado, 217 mujeres y niños fueron violados en el país, la cifra más alta en un solo mes desde 2010. Y son sólo los casos de los que se tiene noticia.