En una disertación con motivo del llamado V Centenario la arqueóloga Inés Maldonado explicaba algo que vale la pena no olvidar: “El descubrimiento de lo que hoy se llama América se dio hace más de cuarenta mil años, cuando un grupo de mujeres y hombres cruzaron el Estrecho de Bering congelado y entonces con algo similar a un puente natural”. Este singular acontecimiento, que permitió a un puñado de seres humanos en tiempos lejanos pasar de una latitud a otra, se expandió hacia el sur hasta llegar a La Tierra del Fuego. Esta cuestión deja de lado los relatos de las supuestas hazañas de claro talante eurocéntrico para mostrar lo que siempre ocurrió y ocurre: la migración de personas por el planeta Tierra en la búsqueda de alimentos y refugio de asedios más diversos.
El mes de octubre es paradigmático en ese sentido ya que fue en ese período de 1492 cuando la expedición colombina arribó a las costas de “Aby Yala”. Cabe recordar que así se denominaba a estas tierras luego bautizadas como América. En ese mes se inició la devastación de Las Indias Occidentales, el saqueo en nombre de la “civilización de las espadas y las cruces”, perpetrándose un etnocidio cuyas marcas aun perduran. En su célebre libro Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano describe con detalle la persistencia de las campañas de sometimiento a las poblaciones ya establecidas en estas latitudes. Durante el período de la conquista y colonización de la corona de Castilla 500 mil toneladas de oro y plata cruzaron el océano Atlántico, derrotados los Imperios Inca y Azteca por las tropas de Pizarro y Cortés. Ese oro reviste desde hace siglos catedrales europeas, la biblioteca papal vaticana. También reposa en las arcas de bancos holandeses, belgas y alemanes, al igual que el tesoro de Moscú luego de la guerra civil española.
Los discursos de los que prepararon el terreno para el establecimiento del saqueo y el etnocidio se ocuparon de descalificar y estigmatizar a los pobladores más antiguos del continente acusados de las prácticas más atroces que justificaban, según esa perspectiva, la dureza y el maltrato.
Además, corresponde señalar la aberrante práctica del tráfico de personas desde África, sometidas a la esclavitud. Cientos y miles fueron tomados prisioneros, comprados y vendidos. Esta aberrante empresa fue la fuente de acumulación originaria de capital de poderosas familias que aun continúan rigiendo la economía y la política de los países centrales. La esclavitud, fundamentada teológicamente, tuvo finalización formal en estas tierras recién en 1853, luego de la Batalla de Caseros y en Estados Unidos luego del triunfo del norte abolicionista encabezado por Abraham Lincoln. Cabe también recordar que en el siglo XVIII fueron los esclavos rebeldes e insumisos de Haití los que enfrentaron al imperio francés.
Sorpresa y desdén
Los líderes de las potencias occidentales se muestran en el presente sorprendidos frente a la furia que periódicamente se desata en los países de la periferia del capitalismo cuando las multitudes reaccionan en manifestaciones callejeras. Con hipocresía se sorprenden como los guerreros hispanos del siglo XV y los frailes que discutían acerca de la posesión o no de alma de los indígenas. Acaso porque la expoliación y el maltrato forman parte de las políticas coloniales e imperiales desde entonces hasta el presente. Estas miradas siempre de soslayo hacia las víctimas del escarnio son, según estos relatos, respondidas con la incomprensión y la irracionalidad de estos “exóticos territorios”, que se manifiesta hacia los conquistadores y sus mandatarios.
Pero los conquistadores, tecnócratas y banqueros nunca estuvieron solos. Cuentan con que las reinantes elites locales hacen la tarea cotidiana de disciplinar y castigar. Para eso envían las misiones de instructores y están dispuestos a proveer de los instrumentos de disuasión, control y aniquilación. Poseen una amplia variedad de recursos que van desde campañas de propaganda ideológica, la manipulación informativa hasta armamento para conflictos de baja y mediana intensidad. Las elites vernáculas asociadas son las que gozan de los privilegios a expensas del sometimiento, control y dominación de las masas puestas a raya y humilladas.
Ryszard Kapuscinski, escritor y periodista nacido en Bielorrusia afirmaba: “Toda guerra está siempre vinculada a la mentira. Siempre se miente y exagera”. Estas palabras mantienen absoluta vigencia y provienen de alguien que fue un testigo presencial de muchos horrores contemporáneos en lugares tan diversos y distantes como África y Latinoamérica. Con meridiana claridad, Kapuscinki sintetizó circunstancias de invasiones, matanzas, guerras civiles y el surgimiento de caudillos luego devenidos en aliados estratégicos de corporaciones capitalistas y potencias imperiales. Es insoslayable mencionar que además el fanatismo religioso y nacionalista emerge como expresión de algunas revueltas, enturbiando las raíces fundamentales de los enfrentamientos.
Paradojas y miserias en una de las etapas convulsionadas en la historia de nuestra especie, la que nos toca vivenciar, mientras tanto continúan las misiones espaciales hacia Marte, los experimentos de clonación genética y con la partícula que lleve al origen de la materia, también ocurren draconianos ajustes socio-económicos y las legítimas rebeliones contra las injusticias y desigualdades.