(*) Por Rodrigo Medin y Paloma Rodríguez Guaraglia
El ataque directo a Siria por parte de Estados Unidos y sus aliados franceses y británicos, durante la madrugada del sábado 14 de abril, profundizó la crisis internacional entre las principales potencias.
La actual crisis encuentra su raíz, días atrás, en el presunto ataque con armas químicas por parte del gobierno sirio en Duma, una localidad de Guta Oriental, defendida por combatientes del grupo opositor islamista Jaish al Islam.
Para el presidente Donald Trump, el uso de armas químicas en la guerra siria traspasa la línea roja presentada por Estados Unidos, justificando así su intervención militar.
Si bien, el Secretario de Defensa, James Mattis, reconoció en su exposición en el Congreso que no poseían evidencias concretas del uso de gas cloro o sarín en ese ataque, Trump afirmó no tener dudas de que el uso de armas químicas haya sido perpetrado por las fuerzas de Al Assad.
Siguiendo este argumento ordenó el lanzamiento de misiles sobre instalaciones militares y científicas en Damasco y Homs. En consonancia, sus aliados se sumaron emitiendo declaraciones de apoyo a la postura estadounidense a pesar de que las acciones militares no contaron con la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
El principal blanco del ataque fue el centro de Barzah, en las afuera de Damasco. Dicha base ya había sido inspeccionada por la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (Opaq), la cual determinó que el centro mencionado no realizaba actividades que violaran la Convención.
En esta ocasión, la Opaq decidió enviar un equipo especial para llevar a cabo la investigación sobre el supuesto empleo de gas toxico condenado por las potencias occidentales.
No obstante, la decisión de atacar fue tomada sin esperar que los inspectores lleguen a Siria.
En este contexto el Consejo de Seguridad de la ONU se reunió de emergencia a pedido de Rusia, que buscaba aprobar un proyecto de resolución condenando a la agresión militar en Siria.
En el marco de dicho encuentro los representantes esbozaron sus posiciones frente a los hechos.
Los embajadores ruso y sirio en el Consejo, Vassily Nebenzia y Bashar Jaafari, coincidieron en calificar como un “montaje” el ataque perpetrado por las potencias occidentales. Nebenzia acusó a Estados Unidos, Francia y al Reino Unido de “dar un golpe” a la salida política del conflicto. Mientras que Jaafari sostuvo, que los países agresores “alientan el terrorismo” con su accionar. En sintonía, China condenó el bombardeo y planteó que el mismo viola las normas del derecho internacional. Además, alegó que las acciones desplegadas por las potencias occidentales son contraproducentes en la solución política que busca darse al conflicto sirio.
El otro país que voto a favor del proyecto fue Bolivia. Su representante, Sacha Llorenti, sostuvo que el hecho de que un Estado crea estar por encima del derecho internacional pone en peligro, no sólo la situación en Siria, sino también, a la comunidad internacional en su conjunto. Del mismo modo, declaró que Estados Unidos debe facilitar una investigación independiente sobre el supuesto ataque con armas químicas denunciado en Siria.
Por su parte, Estados Unidos, Francia y Reino Unido insistieron en que se habían agotado los medios diplomáticos para evitar el ataque, pero el veto ruso, dio “luz verde” al gobierno sirio.
Aseguraron que el accionar fue una respuesta militar “dirigida a objetivos concretos” cuyo fin es eliminar la capacidad de elaboración de armas químicas por parte del régimen de Al Asad. Los diplomáticos de estos países plantearon la necesidad de que se dé la destrucción de armas químicas por parte del gobierno sirio, el cese inmediato de hostilidades, la necesidad de que el régimen retorne a la mesa de dialogo de Ginebra y que se lleve a cabo una rendición de cuentas sobre el uso de armas químicas y otros crímenes de guerra.
En este marco, sostuvieron que deben darse estos cuatro elementos para poder lograr una solución diplomática a la crisis en Siria.
No obstante, a pesar del esfuerzo ruso la resolución que buscaba imponer fue rechazada ya que conto sólo tres votos a favor (Rusia, China y Bolivia) frente a ocho votos en contra (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Kuwait, Suecia, Holanda, Polonia y Costa de Marfil) y cuatro abstenciones (Perú, Kazajistán, Etiopía y Guinea Ecuatorial).
Esta ofensiva no es la primera intervención directa contra el país árabe. En abril de 2017, Trump ordenó un bombardeo como represalia por el ataque químico en Jan Sheijun.
En aquella ocasión, los objetivos fueron limitados, no se procuró generar cambios en el terreno sino enviar una advertencia clara de que no se toleraría el uso de armas químicas.
En este sentido, ¿qué propósitos tiene esta nueva ofensiva estadounidense contra Siria?
Esta nueva escalada de tensión se da en un contexto en el que las fuerzas gubernamentales sirias evidencian una clara preeminencia estratégica sobre las milicias opositoras, muchas de ellas, de clara tendencia islamista salafista.
El escenario actual revela que Bashar al Assad está ganado la guerra en términos militares, aunque en términos políticos está muy lejos de alcanzar un entendimiento entre los diversos actores sirios.
En comparación, la ofensiva actual parece ir en una dinámica similar. Resulta evidente que con esta operación estados Unidos busca emitir una respuesta mayor, pero de manera limitada.
Un mayor involucramiento conllevaría no solo la posibilidad de confrontación militar directa con Rusia, sino que también, podría implicar consecuencias a nivel regional, envolviendo el cada vez menos solapado enfrentamiento entre Irán e Israel, con el riesgo de expandirse el conflicto a otras zonas de la región.
(*) Alumnos Avanzados de la Licenciatura en RRII – Integrantes del Grupo de Jóvenes Investigadores Iremai-Gemo