¿Qué pasa por cada cerebro emocional cuando alguien con el que se habla cara a cara desvía la atención hacia el teléfono celular y se pone a responder mensajes o revisar sus redes sociales?
Es una situación que, por frecuente, es aceptada como normal en las relaciones, cualesquiera sean.
Sin embargo, como la prohibición y la condena social al hábito de fumar en lugares cerrados, no pasará mucho tiempo en que sea de algún modo regulado el uso de los celulares.
Involucra a más de la mitad de la población del planeta y al 90% de habitantes de Argentina que usan telefonía celular, según la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), juntamente con las direcciones provinciales de estadística (DPE).
Una evaluación efectuada en 2016 ya pronosticaba que la forma de relacionarnos los unos con los otros se encontraba en un proceso de cambio constante a nivel planeta, donde conviven nada menos que 3.790 millones de usuarios de smartphone.
En cuanto al uso social del teléfono, un 42% accedía en el momento del estudio a redes de manera habitual, con el objeto de relacionarse con otros.
Las excepciones se dan,por ejemplo, en algunos organismos públicos, bancos y salas de conferencias y conciertos, en los que la concentración de las audiencias impone la prohibición de mantenerlos encendidos.
Pero además de poder ser interpretadas las interrupciones en cualquier relación personal, íntima, familiar, laboral, social y hasta circunstancial como una desconsideración o falta de respeto, aunque toleradas, conllevan graves implicaciones, inclusive reñidas con la salud mental.
Se han hecho muchos trabajos de investigación, como el de la Universidad de Münster, en Alemania, que revelan que esta práctica puede generar sentimientos de «desconfianza y ostracismo» entre las personas que la sufren.
O peor aún, como descubrieron James Roberts y Meredith David, de la Universidad de Baylor, que cuando alguien es desplazado durante un encuentro cara a cara, siente una sensación de exclusión social que conduce a una mayor necesidad de atención.
Y paradójicamente, el desairado se desquita de la frustrada necesidad de atención que sufre, aunque no ilo interactúe directamente, para con quien lo “ninguneó”. O “ningunfoneó”, como se le dice al acto de indiferencia por atender al celular.
La reacción comprobada es que termina canalizándolo en las redes sociales, con la esperanza de recuperar un sentido de inclusión más amplio.
Desaires telefónicos
Si se diversifican y multiplican los desaires telefónicos en las cadenas de relaciones, la polea de transmisión se torna enfermiza y altera los códigos de comunicación.
Roberts y David estudiaron en 2016 los efectos del partner phubbing o p-phubbing, como se lo conoce desde 2012, cuando el diccionario australiano Macquaire, a fin de describir un fenómeno social que hacía no muchos años no existía, emprendió una campaña alrededor del mundo dedicada a familiarizar a la población con la palabra phubbing.
Combina phone (teléfono) y snubbing (hacer un desprecio), término que hace referencia al hecho de que, en una reunión social, alguien ignore a una persona por estar prestando atención al teléfono móvil mientras hablan cara a cara.
Las interrupciones para mirar el móvil durante una conversación pierden de vista las circunstancias e inclusive se convierten en una práctica habitual en matrimonios o parejas sentimentales y hasta los exponen, inconscientemente, en zonas de riesgo.
Varoth Chotpitayasunondh y Karen Douglas investigaron las causas psicológicas y las consecuencias de este comportamiento y descubrieron que, como se podía predecir de forma intuitiva, uno de los motivos que nos lleva a ignorar deliberadamente a la persona con la que estamos es la adicción al teléfono móvil.
Debido a las necesidades de apego del ser humano, estos autores hipotetizan que para que se dé una relación de calidad: la sola presencia de la pareja no basta, sino que son necesarios ciertos intercambios afectivos que deben ser recíprocos.
Conforme avanza el uso y presencia de los teléfonos inteligentes, puede que las necesidades de apego y atención no sean satisfechas de la misma manera en que lo hubieran sido sin la interferencia de determinadas tecnologías.
Comportamientos indecorosos
Los modos de comunicación modernos, como los dispositivos móviles, crean nuevos sitios para el comportamiento decoroso e indecoroso, nuevos tipos de etiqueta y transgresión, y tienen quizás impactos inesperados en sus consumidores.
La psicóloga especializada en neurociencias y terapia online, Marian Durao, abordó la cuestión instando a preguntarse incesantemente “si nuestras decisiones están basadas en nuestros deseos y necesidades reales o si estamos siendo impulsados por el miedo a perdernos de algo”.
Atribuye como resultado directo al mundo digital la aparición de un síndrome llamado FoMO (Miedo a Quedarse Afuera).
Invita a reconocer y comprender “cómo influye en nuestra vida la inseguridad moderna que intensifica nuestra percepción de estar permanentemente al margen”.
Advierte que, en este contexto, “las redes sociales se convierten en un campo fértil donde crece nuestra ansiedad por estar siempre conectados y al tanto, temiendo perder algo que otros disfrutan o alcanzan”.
Lo vincula con la necesidad de aprobación y aceptación de los otros seres humanos, y en ese marco, concluye que la comparación con los demás juega un papel crucial en la autoevaluación.
“Si pasamos horas viendo posteos que nos llevan a pensar que los demás son más felices, más exitosos y se desempeñan mejor en la vida probablemente afectará negativamente nuestro autoconcepto”, conforme explica esa avidez por estar online la mayor cantidad de tiempo posible.
La escena se reproduce en cada rincón de la vida cotidiana: sea porque sonó una alarma, se encendió la pantalla o llegó un mensaje.
El phubbing puede incitarse de varias formas pero siempre termina de la misma manera: con un participante secundario que se siente excluido por alguien que desvío toda su atención al smartphone.
Durante la mayor parte de la evolución humana, estar conectado con otras personas significaba estar en su línea de visión directa.
Luego, hace unos 2.500 años, empezamos a escribirnos unos a otros, ampliando la huella de la conexión.
Las tecnologías posteriores la profundizaron, pero todas brindaron conectividad episódica entre personas en ubicaciones fijas, generalmente por habla o escritura.
La cultura móvil y veloz que se impuso obliga a practicar un zapping mental que dispersa a cualquier mente humana.