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Orgullo gay: cuando el ataque a lo diferente deviene estrategia electoral

La marcha del "orgullo gay" expresa la lucha por la aceptación del “diferente”, una triste mancha en la historia de la evolución humana que aún nos acecha

Elisa Bearzotti / Especial para El Ciudadano

Luego de varios días de niebla somnolienta, que cubría de vapor el dibujo urbano, por fin volvió a alumbrar el sol. Al menos en nuestra región, pareciera que el clima se hubiera confabulado para otorgar el marco adecuado a las marchas que se realizaron esta semana en todo el mundo con motivo del Orgullo Gay. Como tantas otras fechas que, hoy por hoy asumen una forma colorida y pintoresca, esta recordación hunde sus raíces en el dolor. A fines de los ’60, la población LGTBIQ+ era aún estigmatizada y perseguida en todas partes, casi siempre mediante formas hipócritas de admiración y desprecio al mismo tiempo. En New York, por ejemplo, a pesar de la extensa y abundante producción cultural creada por sus representantes, la violencia y la discriminación eran moneda corriente. La noche del 28 de junio de 1969, como ocurría habitualmente, la policía entró al bar Stonewall Inn, conocido reducto gay neoyorquino, con su carga de atropello y desconsideración. Sólo que esa vez no resultó tan fácil arrastrar a los clientes hasta los móviles policiales porque, en lugar de huir, comenzaron a pelear y resistirse… y lo siguieron haciendo hasta hoy. La primera marcha del Orgullo Gay en New York, se celebró apenas un año después de las “revueltas de Stonewall”, y rápidamente fue replicada en distintas partes del mundo, dando lugar a una serie de actividades que actualmente toman la agenda mediática durante una semana completa, y a veces todo el mes de junio.

Es que, a pesar de los más de 50 años transcurridos, la violencia hacia el “otro diferente” sigue enraizada en la cultura, transmitiéndose como una herencia dañina de generación en generación. Sí, porque ninguno de los actuales integrantes de los partidos de ultraderecha -que tristemente se reproducen en todo el planeta- había nacido cuando el odio se adueñaba de las calles de New York, y sin embargo, parece habérseles inoculado en la sangre, en la piel, en las manos, como si formara parte de un sombrío ADN. En estos días por ejemplo, la Junta Electoral de la región metropolitana de Madrid ordenó a la fuerza de ultraderecha Vox retirar un anuncio con el lema “Decide lo que importa” que muestra una mano tirando a la basura la bandera LGBTIQ+, el logo del movimiento feminista, el comunista, la bandera republicana y la Agenda 2030 de desarrollo sostenible. Y la pregunta llega sola y apurada: ¿qué sería lo que importa entonces? La pancarta -en donde aparecen palabras como “libertad, seguridad, familia, industria, campo y fronteras” sobre un fondo verde, mientras que sobre un fondo rojo se muestran las palabras “imposición, inseguridad, división, pobreza, abandono e invasión”- fue bautizada por la población LGBTIQ+, feministas y ambientalistas como “la lona del odio”, y considerada “un ataque a todos los sectores que cuestionan los posicionamientos hegemónicos”.

Por estos lares, en tanto, esta semana debimos probar el gusto amargo de la náusea colectiva cuando supimos que un candidato de Javier Milei, manifestó su desdén hacia el politólogo Franco Rinaldi, cabeza de la lista de legisladores porteños de Jorge Macri, diciendo que “nadie quiere votar a un discapacitado”. Lucas Luna, uno de los hombres de La Libertad Avanza -que se postulaba al Parlasur y que, tras el fuerte repudio debió renunciar- pronunció esas palabras durante un encuentro virtual transmitido en Twitter a través de Space, del cual participaban cerca de 1.700 seguidores del economista que analizaban el escenario político de cara a las elecciones. La situación se produjo cuando Luna pidió la palabra y anunció que iba a hacer un comentario “con buena leche”. A continuación expresó: “Nadie votaría jamás, y esto lo digo con toda la buena leche del mundo, nadie quiere votar a un discapacitado”. Y reiteró: “lo digo con respeto y sin mala leche”. A pesar del repudio generalizado, tanto de los moderadores como de otros participantes que se desconectaron inmediatamente después de esto, él mantuvo su postura e insistió en que su opinión era sin faltar el respeto. Y no sólo eso sino que cuestionó a sus compañeros por indignarse. “Es la realidad, no podés enojarte. Es con respeto. La gente quiere votar a alguien como uno. Es la realidad. Es así esto”, dijo Luna sin que se le moviera un vello de su abundante pelambre zoológica. Unas horas más tarde, cuando el hecho comenzó a viralizarse, las críticas no tardaron en aparecer. Franco Rinaldi, la víctima de las palabras de Luna, aseguró: “El tono de sus dichos me generó mucha pena y sus afirmaciones, que considero sinceras, pese a cierta socarronería, son incorrectas”. En ese sentido, subrayó que “los requisitos para representar, legislar, gestionar y gobernar son independientes de la discapacidad” y aseguró que “muchísima gente no vota ‘gente como uno’, sino más bien todo lo contrario”. Enseguida se sumó la voz del ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, quien indicó: “Lamento las palabras discriminatorias del candidato Libertario, Lucas Luna, hacia Franco Rinaldi candidato del PRO. Exceden la política y lesionan valores de una sociedad plural e integradora. Su falta de empatía le impiden ver el dolor y sufrimiento que puede causar a otros”. Mientras que Horacio Rodríguez Larreta, expresó en Twitter su absoluto repudio por “los dichos discriminatorios de los candidatos de La Libertad Avanza contra Franco Rinaldi y Milagros, la hija de Luis Juez”, haciendo mención al episodio que vivió la familia del dirigente cordobés, cuando otra candidata de Milei cuestionó el hecho de mostrar a la joven, con parálisis cerebral, yendo a votar.

Pero, más allá de la renuncia del ex candidato, repudiado por fuerzas políticas de todos los sectores, asusta un poco la desvergüenza de quienes se animan a exponer bajezas antes guardadas en el fondo del placar, mientras que hoy gracias a la presencia de un micrófono, no dudan en reivindicar los más profundos oscurantismos, más dignos de la Inquisición medieval que de los tiempos de la Inteligencia Artificial. Claro que la respuesta definitiva la tendremos a las 18 del 22 de octubre, cuando se abran las urnas y sepamos si, más allá del desparramo de abrazos y besos que nos caracteriza, los argentinos somos realmente capaces de integrar las diferencias y recorrer el camino del encuentro. Un desafío que también es un “sueño y un amor”, una aventura, el motor de los deseos y la convicción de que este país vale la pena, vale la luz, vale el conflicto y la condena, vale el entierro y la resurrección… siempre y cuando nos siga iluminando la eterna cadencia de un tango del Polaco, el único elixir necesario para endulzar las penas y expulsar el terror.

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