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Osvaldo Lamborghini: una muestra inédita de su producción visual deconstruye su «malditismo»

Se trata de "Osvaldo Lamborghini. Copista material", que podrá visitarse hasta el 12 de noviembre en el porteño CCK, y que propone un recorrido inédito por la producción visual de este escritor citado entre los malditos, categoría que esta muestra pone en discusión
Dolores Pruneda Paz, Télam
La muestra Osvaldo Lamborghini. Copista material, que podrá verse hasta el 12 de noviembre en el porteño Centro Cultural Kirchner (CCK), propone un recorrido inédito por la producción visual de este escritor citado entre los malditos, categoría deconstruida en esta muestra que resignifica al autor que diseñó otro mapa de la literatura argentina, haciendo converger la sexualidad con la política y la cultura de masas con la cultura letrada.

“Más que maldito o pornógrafo, pienso en una obra que obliga a ver y a pronunciar aquello que por innombrable o invisible garantiza un funcionamiento cultural”, dice el texto curatorial del quinto piso de Sarmiento 151, donde pueden verse por primera vez collages, pinturas, dibujos, cuadernos y objetos como cajitas o cigarreras que Lamborghini produjo en los últimos años de su vida, piezas que no terminan de volverse libro ni pintura y que acercan al visitante un universo prácticamente desconocido.

“El concepto de maldito remite al mal y no creo que sea lo más adecuado. Pero sin duda apunta a algo que nombraría como transgresión radical o la capacidad de decir lo imposible de decir y mostrar para una cultura”, señala en ese texto Paola Cortés-Rocca, cocuradora de la muestra.

La obra de Lamborghini apunta directo a “descubrir un agujero en lo real, un espanto que preferimos dejar bajo la alfombra”, sentencia. Y lo cita: «Después del 24 de marzo de 1976, ocurrió. Ocurrió, como en El Fiord. Pero ya había ocurrido en pleno fiord. El 24 de marzo de 1976, yo, que era loco, homosexual, marxista, drogadicto y alcohólico, me volví loco, homosexual, marxista, drogadicto y alcohólico».

Arte plástica, artesanía y literatura son en él «parte de un proceso artístico vital inseparable”, un proceso que “se enlaza con el uso de materiales residuales, desde la frase soez hasta el papel reusado”, para “quebrar la diferencia modernista entre alta y baja cultura o arte y cultura de masas”, generando una “obra que lo confirma como un cartonero verbal y visual, a la vez que gestor de un material irreproducible”, le explicó a la agencia de noticias Télam Cortés-Rocca.

El ejemplo más cabal de esa afirmación es El teatro proletario de cámara: ocho carpetas que juntan páginas escritas y mecanografiadas, dibujadas, con fotos y recortes, parte del material que puede verse en la sala 502 del antiguo edificio de correos y que “había quedado en Barcelona bajo la guarda de Hanna Muck, la última pareja del autor, hasta que Elvira, la hija de Lamborghini, una vez fallecida Hanna, viajó a España para traerla por primera vez a Argentina”, indica por su parte Agustina Pérez, la otra cocuradora.

Se trata de más de 800 objetos cedidos en guarda al Archivo del Instituto de Investigaciones en Arte y Cultura (IIAC) Norberto Griffa de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), inmerso actualmente en un proceso de catalogación y digitalización de cada pieza.

Lo que más impactó a Pérez de esta colección es “la cantidad de cuadernos artesanales intervenidos que Lamborghini compuso mayormente en el último año de su vida”.

Catalogado en el canon literario de los malditos, Osvaldo Lamborghini (1940-1985) es reconocido por una obra cargada de imágenes violentas, jerga política,​ lunfardo, parodia e imágenes pornográficas.​ Hermano de otro gran poeta, Leónidas, publicó sólo tres libros en vida. El Fiord (1969), con el que decreció su participación activa en el peronismo, debido a las alegorías planteadas en torno al movimiento al que había adscrito de muy joven, cuando su padre era un ingeniero del gobierno de Perón; Sebregondi retrocede (1973) y Poemas (1980).​

Eran épocas muy convulsionadas de la vida política argentina y tras el golpe del 76 se exilió a Barcelona, en pleno destape español, tras la muerte del dictador Franco, adonde murió a los 45 años de un paro cardíaco. Su obra fue revalorada y publicada póstumamente, gracias a escritores como César Aira,​ Rodolfo Fogwill,​ Néstor Perlongher y Ricardo Strafacce.

Lejos de hacer borrón y cuenta nueva, la exposición investiga las persistencias que constituyen la poética lamborghiniana y hace hincapié en su condición de “artista total” o “artista sin adjetivos”. Estas producciones plásticas insisten sobre los núcleos centrales de su escritura: cuando las vanguardias apuntaban a lo efímero y la desmaterialización, Lamborghini optaba por el camino contrario, la búsqueda del grado cero de la materia verbal y visual, un plus que subraya su experimentación e invención continuas.

Pero, ¿en qué momento de su vida empezó a producir esas piezas artesanales? “En 1983 hay una suerte de eclosión escritural –indica Pérez–, y Lamborghini escribe su proyecto de más largo aliento, la novela Tadeys, además de relatos emblemáticos como La causa justa y El pibe Barulo. En 1984 la escritura cede y deja lugar a las piezas visuales y el dispositivo del Teatro Proletario de Cámara. Las intervenciones de libros, revistas y cajas de fósforos, además del armado de cuadernos, son del último año de su vida”.

Si se trató de un suceso interno o del contexto histórico el que desató esa producción o de la progresión orgánica de una mirada, es otra de las cuestiones de las que se encarga esta muestra. Para Pérez, “el proyecto de Lamborghini ya involucraba una compulsión por dar con algo material, físico, en la obra”, desde “su primera obra”, vinculado a “una pregunta que formularía de forma tardía: «¿Aquí el presente?»».

“Esta materia, en el primer tramo, tenía que ver con lo autobiográfico (retazos de experiencia vital) y con el presente de producción (subrayar el fechado y las condiciones del acto de escritura)”, deshilvana. Eso mismo es lo que “adquiere un espesor distinto cuando Lamborghini pasa a la confección de piezas originales únicas, en las que el trabajo físico de la producción artística queda como huella. Esa borra, ese resto, ya es suficiente, y se corre entonces del foco la cuestión autobiográfica”, explica.

“Creo que, como dijo Lamborghini, él es «autor de un sólo texto»”, no establecía una diferencia tajante entre los formatos que atravesaba, “los objetos o los textos los componía, se centraba todo ahí, en ese acto físico de trabajo con el material, y después pasar a otra cosa. Otra cosa que era siempre lo mismo”.

Esta muestra que recorre la producción de un escritor que derribó fronteras entre lenguajes artísticos, soportes y materialidades, continúa un ciclo que el CCK presenta como de “artistas imprescindibles de la cultura argentina”. ¿De qué manera es Osvaldo Lamborghini un artista imprescindible de la cultura argentina; cuál es el aporte distintivo y único de su obra a la historia cultural de este país?

Para Paola Cortés-Rocca, tanto él como Manuel Puig “diseñaron otro mapa posible del cuerpo de la literatura argentina. Parecen distintos pero tienen muchos puntos en común: hacen confluir la cultura letrada y la cultura de masas, la escritura y la visualidad, la sexualidad y la política; ambos hacen uso del psicoanálisis como herramienta clave de la cultura que permea las prácticas estéticas y literarias; ambos toman el habla repetida, el murmullo impersonal de una cultura y lo modelan de una manera única que a la vez tiene mucho del collage o del armado de dispositivos para mostrar ese material”.

De hecho, en la sala 502 del quinto piso del CCK se puede ver un ejemplar de El Fiord que le dedicó al autor de novelas emblemáticas como Boquitas pintadas. Sobre esta relación señala Cortés-Rocca: “Puig es una versión tal vez más pop y Lamborghini ahonda una sensibilidad más trash e inquietante, más under podríamos decir, poniéndolo a tono con los años 80”.

Hay en él “una reflexión sobre el vínculo entre erotismo y política que se expresa de manera más radical y más descarnada, en términos de violencia política y pornografía. Por eso es también más intraducible, en los múltiples sentidos del término”, indica Cortés-Rocca.

Se trata, dice, “de un uso tan local de la lengua que parece difícil traducir a otro idioma” y de “un uso de la grafía que hace más difícil el pasaje del manuscrito a la página impresa”. Lo visual en él “no es sólo una referencia cultural sino sobre todo un modo de trabajar con la letra, la caligrafía y disolverlo en la escritura: algunas de las cosas que escribió originalmente como versos luego se publicaron como prosa y algunos de los manuscritos pueden volverse una obra impresa pero ahí nos quedamos sin ver la visualidad que los acompaña”, subraya.

La muestra hace hincapié en su condición de artista total o sin adjetivos, pero ¿había en él una reflexión en ese sentido? Parte de esa respuesta está en el archivo que trajo su hija de Barcelona, que provoca una relectura de la obra a la vez que confirma algunas conjeturas.

“Creemos que fue alguien que, en la estela de las vanguardias de fin de siglo, apostaba por el proceso estético, por la experiencia o por una vida inseparable del arte o de un modo de habitar el mundo, más allá del lenguaje o soporte que utilizara”, describe Cortés-Rocca, quien ve “una obra total que insiste en ciertos núcleos, como el trabajo con el material de descarte, ya sea fragmentos verbales, frases hechas o revistas de segunda mano y papeles usados; el psicoanálisis y la gauchesca”.

Como muchos de los artistas de su generación, remarca, “no habitaba completamente el nombre de artista o de escritor, por eso recuperamos figuras como la del copista, el artesano, y el espacio del taller. Esa pulsión por el proceso más que por la obra terminada es algo que destacamos”.

“Osvaldo Lamborghini es alguien que escribió mucho más de lo que publicó o que dibujó y bocetó sin llegar al cuadro enmarcado”. Hechos constatables pero que además leen “de un modo articular”, más allá del lenguaje y del soporte de “una apuesta que pareciera inscribirse “en el marco del proceso y de la experiencia”, donde “el objeto terminado pareciera ser un efecto más que un objetivo”, concluye.

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