Corría 1599 cuando en Manila, futura capital de Filipinas, se celebró una suerte de sínodo al que acudieron buena parte de los principales representantes de las tribus del archipiélago. Allí se decidió aceptar a Felipe III, rey de España como el “soberano natural” e incorporar sus respectivos territorios étnicos a la administración española establecida en Manila.
La complejidad tribal de este archipiélago, formado por más de siete mil islas, impidió que el castellano se extendiera en todo el territorio, pero sí fue durante tres siglos la lengua mayoritaria y la oficial en cuestiones administrativas y comerciales.
Pese a ello, un siglo después de la salida de España, en Filipinas hay solo dos idiomas oficiales, el filipino y el inglés. A la independencia de Filipinas le siguió un periodo de dominio estadounidense que el entonces presidente norteamericano William McKinley justificó de esta manera: “Los filipinos son incapaces de autogobernarse y no cabe más opción que educarlos y cristianizarlos”.
A partir de allí, en 1899, se inicia lo que algunos denominan la guerra filipino-estadounidense y no pocos historiadores señalan que se trató de la primera guerra de liberación nacional del siglo XX. Pero muchos más lo consideran un verdadero genocidio.
Derrotar a España en todos los frentes posibles
El conflicto bélico entre el ejército invasor norteamericano y los filipinos se dio entre febrero de 1899 y mayo de 1902 y tuvo los visos de una verdadera masacre contra la población civil indefensa.
La hipocresía del gobierno estadounidense lo denominó como “insurrección filipina” cuando a todas luces implicaba una intervención armada sobre un país con poca capacidad de resistir militarmente.
La aparición del gobierno norteamericano estuvo signada por cierta ayuda económica y porque se venía de la guerra hispano-estadounidense (1898), luego de que el país del Norte hubiera ayudado a los cubanos en su independencia de la “madre patria”, y ya se sabe en qué la convertiría hasta la Revolución Cubana.
En este sentido, el gobierno estadounidense había asegurado a los filipinos que su único interés residía en derrotar a España en todos los frentes posibles.
Para rubricar esta declaración, el mismo McKinley señaló que los filipinos habían contribuido con ayuda militar e información logística en la contienda contra España y que Estados Unidos sabía agradecer esos gestos. Finalmente, lo que ocurrió estuvo en las antípodas a esas palabras de amistad.
Un gobierno autónomo considerado “insurgente”
El estatus de esa “amistad” se basaba en que durante el Tratado de París, a fines de 1898, donde se dio por finalizada la guerra entre Estados Unidos y España, con el consiguiente abandono de demandas de esta última sobre la isla caribeña, Filipinas, como posesión hispana sería entregada por 20 millones de dólares, lo mismo que ocurriría con Guam y Puerto Rico, que pasaron a ser propiedad norteamericana.
Por supuesto que esa negociación no permitió la presencia de delegados filipinos ni cubanos y obligó a España a ceder el archipiélago por la suma pactada y las demás colonias del Caribe y Oceanía por haber sido derrotada.
Así las cosas, los filipinos que se habían levantado contra España en 1896 giraron abruptamente sus rifles y machetes hacia los estadounidenses, que habían decidido unilateralmente quedarse con el antiguo territorio de ultramar de España.
A poco de caer en la cuenta de que los norteamericanos no llegaban como paladines de la libertad, sino como conquistadores, el líder filipino Emilio Aguinaldo dio lugar a la Declaración de Independencia de Filipinas, luego que fuera elegido como primer presidente en 1899.
Además, convocó a elecciones constituyentes que confluyeron en la redacción de la Constitución de Malolos, la primera Constitución de la historia filipina. El 23 de enero de 1899, se declaró oficialmente la Primera República Filipina.
Apenas enterado, Estados Unidos desplegó un ejército de más de 100 mil hombres decidido a aplastar cualquier signo de resistencia a su dominio sobre territorio filipino. El gobierno estadounidense consideraba al gobierno autónomo como una insurgencia, lo que derivaría en matanzas multitudinarias y ejecuciones sumarias con cifras que alcanzaron el millón de muertos en el archipiélago.
Torturas, violaciones y que los nativos aprendan inglés
En 2008, en una nota publicada en la revista The New Yorker, el historiador norteamericano Paul A. Kramer describió el dispositivo de sometimiento usado por el ejército de su país en Filipinas.
Señaló que hubo quema de villas, un inaudito nivel de violencia y todo tipo de torturas, entre las que se destacó el método del ahogamiento simulado provocando incluso la indignación de una parte de la sociedad americana que, ya en esa época, se declaraba antiimperialista y contraria al carácter militarista de los gobiernos de su país.
Según Kramer, las primeras denuncias de torturas aparecieron en los periódicos norteamericanos de la época pese de la censura impuesta por las autoridades militares a la información procedente de Filipinas.
En mayo de 1900, el periódico Omaha World-Herald publicó una carta del soldado A. F. Miller, de un regimiento de voluntarios, donde revelaba el uso generalizado de la tortura contra los prisioneros de guerra y en particular, el uso de la “water cure” como práctica predilecta para obtener información de los filipinos.
Los “insurgentes” filipinos eran sujetados por varios soldados; luego se les colocaba una madera redonda en la boca para obligarlos a mantenerla abierta al tiempo que le echaban grandes cantidades de agua por esa vía y por las fosas nasales hasta provocarles asfixia.
Junto a la tortura y violaciones sobre vastos sectores de la población que resistían a la ocupación, comenzó un periodo de imposición en aspectos cruciales para los intereses norteamericanos.
Fue obligatorio utilizar el idioma inglés y se lo consignó como lengua oficial. El cónsul estadounidense en Manila, O. F. Williams, envió una serie de sugerencias al secretario de Estado, donde describía la política lingüística que debía usarse en el archipiélago.
“Cada empresa norteamericana en cada uno de los cientos de puertos y populosos pueblos de las Filipinas será un centro comercial y escuela para nativos dóciles conducentes a un buen gobierno según el modelo de Estados Unidos. El español o idioma nativo no es esencial. Nuestro idioma debe ser adoptado en los tribunales, puestos públicos, escuelas e iglesias nuevamente organizadas y que los nativos aprendan inglés”, escribió.
Más de un millón de muertos
El líder republicano Emilio Aguinaldo, casi en un exilio interior, bregó por sostener el castellano como lengua oficial y el idioma circuló pese a la presión de los ocupantes.
Cuando ocurrió su captura y arresto, ya que había sido declarado como “bandido fugitivo”, por las tropas estadounidenses, se le endilgó subvertir el que ahora era el idioma oficial: el inglés.
Otro líder en la resistencia, Macario Sakay, continuó, a duras penas, articulando una especie de guerra de guerrillas, hasta 1907, alentando a sus hombres y la población a sostener sus lenguas originales y el español. Luego fue capturado y ejecutado en el mismo momento.
Ahogados los últimos focos rebeldes, Filipinas se convirtió en una funcional colonia de Estados Unidos. El número de filipinos muertos como consecuencia de los enfrentamientos, torturas y ejecuciones, sobrepasó el millón de personas, más del 10% de la población (en 1899 el total en todos los islotes era de nueve millones), por lo que tal situación pasó a ser considerada como un genocidio.