El día que Alma Maritano conoció a Pablo Colacrai supo que iba a ser el heredero de su taller. Quizás la sorprendió su humildad. Había ganado un concurso de cuentos y decidió anotarse en el taller. A partir de allí compartieron un tiempo de estudiar autores, preparar clases e intercambiar correcciones de sus propios textos. Hoy, además de su taller, en el que no es fácil encontrar un lugar, dedica su tiempo a la escritura. Su primer libro, fue La noche en plena tarde.
El segundo, Nadie es tan fuerte, logró varios premios, recorrió varios países y marcó su estilo, que a pesar de los cambios en los formatos lo marcan y lo definen como escritor: ese bucear en las emociones de los personajes en situaciones límites. Su tercera obra Ese mundo ya no es nuestro, está compuesta por tres largos cuentos y una manera diferente a la hora de ser narrados. En esta nota Colacrai cuenta como produce sus textos, pero además habla de los talleres literarios a los que considera “la meca de la construcción colectiva”.
—¿Por qué el cuento como formato?
—Un amigo me dijo hace un tiempo que algunos somos fatalmente cuentistas. Borges decía que los hombres nacen platónicos o aristotélicos, bueno los narradores a veces son cuentistas o novelistas, sería una explicación. Me gusta el género. Lo estudio mucho. Lo trabajo mucho, pero también es cierto que he intentado describir cosas más largas y no me encuentro cómodo. Me parece que no consigo en otros formatos llegar a lugares que me interesa llegar, llevar al lector al lugar que me interesa llevarlo, pero no quiere decir que no lo busque.
De hecho, en el último libro de alguna manera intento no sé si romper con el cuento, pero si expandir las fronteras del cuento. Me propuse trabajar con tres elementos que no venía trabajando y que no es tan propio del cuento. Por un lado la extensión, son mucho más largos, el primero es casi una nouvelle. El segundo recurso que quería ejercitar y probar y ver qué pasaba, era la idea de la fragmentación. Trabajar el texto dividido en fragmentos, muchas veces con cierta independencia entre ellos. Y ver si podía a partir de una suerte de concepto como de friso, de fragmentos independientes que formen una historia, una única historia. Buscando de otra manera esa idea del efecto único a lo Poe. Buscar por otro camino, en lugar de cerrar el texto alrededor de un eje temático o un conflicto y que el texto rodee ese conflicto.
Y para producir ese efecto único, quise ver si podía estallarlo en un montón de fragmentos distintos, pero que al mismo tiempo formaran un efecto único, no que quedaran en la mera dispersión. Y lo otro que trabajé fue la digresión. El cuento es un género no digresivo por concepto, obviamente que hay un montón de formas de cuento y en general hay otros escritores que han intentado también así expandir las fronteras del cuento. Una de las formas es incorporar cierto tipo de digresión que abra el horizonte del cuento y la idea era ver si podía jugar con esa digresión, con esa fragmentación, y al mismo tiempo mantener los textos dentro del universo del cuento. De una sensación de cuento al final, como un gusto a cuento en la boca. La sensación de que “leí un cuento” a pesar de que estuvo conformado de una manera, no voy a decir no tradicional, hay un montón de cuentistas que lo han hecho antes, pero sí, por lo menos para mí, nueva.
Y el sabor en boca sigue siendo para mí el del cuento y es el que me interesa. Porque es un lugar en el que me siento cómodo, es un género que me atrae. Y también creo que como todas las decisiones que tomamos los escritores también uno está marcado por sus propios límites. El cuento es de donde salgo y el cuento es desde donde pienso.
—Y en cuanto a los temas que vos buscas para para los cuentos, ¿hay un buceo de lo emocional para construir esos personajes?
—Vargas Llosa dice que uno no elige los temas, sino que los temas lo eligen a uno. Los temas son los que nos atraviesan, una cuestión constitutiva. Para mí es el mundo de lo íntimo, el mundo del interior es lo que me atrae. Cierta contradicción inmanente del ser humano, es esa mezcla constante de deseo y de ver. A mí es lo que más me atrae. Más que las tramas argumentales. No me esfuerzo en inventar o imaginar tramas argumentales, sino en tratar de captar situaciones que me permitan señalar esos momentos en el que el personaje se enfrenta a un momento crucial desde lo existencial.
Hay algo ahí que lo trasciende, que cifra toda su vida, que cifra toda una existencia en ese momento. Como un límite, hay algo de una situación que a veces sucede sin que el personaje se entere. El lector detecta a veces que son situaciones que en la superficie parecen no ser nada, pero uno intuye como lector que ahí hay una marca que va que va a producir un efecto en ese personaje.
Pero siempre desde el punto de vista de lo íntimo, de lo interior .En general los textos que me seducen no son de anécdotas de lo exterior, la cosa que pasa afuera, es algo que rebota necesariamente en el interior de los personajes. Uno va como detectando situaciones y anécdotas que pueden cifrar eso, pueden encarnar eso. Es como una situación que tiene como una suerte de potencia de cuento. Decir, bueno, acá hay un cuento. Si yo consigo en esta anécdota inscribirle o insuflarle esa potencia de lo íntimo, que no puede ser dicho y que no tan fácilmente aparece, sino que remite a eso, por ahí hay un cuento.
—¿Cómo surge este último libro?
—Surge primero de una de una necesidad y un deseo de escribir algo distinto. Previo a eso tenía escrito casi una novela que abandoné en el momento, me di cuenta que no funcionaba. Y fue un verano que estaba leyendo un libro de Juan Gabriel Vázquez, que eran cuentos muy largos. Y pensé en probar con cuentos más largos. Entonces proyecté un libro con tres cuentos largos. Y después hubo otro elemento que pensé ahí. Yo coordino talleres hace muchos años, es una tarea fascinante, pero repetitiva. Y me pregunté “qué pasa si esto que todo el tiempo estoy diciendo, en lugar de aparecer como por debajo del texto aparece en el texto”. “Qué pasa si yo puedo hacer con mi experiencia diaria material temático de los textos”. Y en ese sentido aparecen en todos los textos escritores que de alguna manera repiten algunas de las cosas que yo digo constantemente en las clases. Y eso también fue una prueba.
El escritor que no puede escribir o el escritor como personaje es un tópico y hasta un cliché, decidí bancarme eso, saber que eso es así sabiendo que no era el eje de mi texto. El eje no es que sean escritores, el problema que tienen mis personajes en general, son de pareja, con los padres, con los hijos, tienen situaciones cotidianas que tienen que afrontar. Pero dije, bueno que sean escritores, que los tres de alguna manera sean escritores. Y de esa manera también mucho de lo que yo en general pienso, digo, que aparezca en los textos.
Increíblemente el libro se escribió en un año, cosa que no me había pasado nunca. También en este libro cambié la forma de escribir. Yo escribía en computadora, pero como libro está construido con fragmentos, los escribí a mano y entonces era como sentarse y escribir. Era sentarme a escribir fragmentos ideas que se me ocurrían alrededor del tema y como también juega con la dispersión, si había una idea que me venía de un recuerdo, de un libro, todo valía. Y después hubo un trabajo de montaje, que también es una cosa que no había hecho. En general en los cuentos no se trabaja tanto con montaje.
—¿Cómo es coordinar un taller literario?
—Voy a decir cómo es el taller al que yo fui y cómo es el taller que yo coordino. Los talleres son muy diversos, son muy amplios. Está buenísimo que sea así, me parece genial. Es un espacio súper libre para que el coordinador le imprima a su taller la marca que quiera, para que la gente que participa tenga la opción de si esa forma de trabajo no le gusta, tenga otra. Son muchísimos los talleres que hay en Rosario con dinámicas muy diferentes y a mí eso me parece valioso. No todas las personas que van a un taller tiene el mismo objetivo, no todos quieren ser escritores.
El taller es el espacio más abierto y más productivo del trabajo colectivo. Es una suerte de sinergia que produce literatura, produce lecturas, produce reflexiones, produce alegría, felicidad. Pero lo principal para mí es la idea de taller como trabajo colectivo. De acompañar ese trabajo de soledad que es el trabajo de la escritura, de ese momento que estamos solo con el texto, solo con nosotros mismos y esa esa dificultad de saber qué va a pasar con un texto, dónde va a ir, qué pasa con este texto cuando lee.
Es ese lugar en el que uno intercambia lecturas donde siempre está aprendiendo cosas, texto nuevo, autores nuevos. Donde uno puede llevar los autores que a uno le gustan y tiene un espacio donde dice “che lean a esto”, pero diría que es como la meca del trabajo colectivo.