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Pablo Díaz: «Lo revolucionario es el hombre bueno»

Esta semana declaró el sobreviviente de La Noche de los Lápices en La Plata por el juicio de lesa humanidad que se lleva adelante por los crímenes cometidos en los centros clandestinos Brigadas de Quilmes, Banfield y El Infierno.

Pablo Díaz es uno de los cuatro sobrevivientes de la conocida como La Noche de los Lápices, durante la última dictadura cívico militar. Fue el primero de ellos que declaró en el histórico Juicio a las Juntas en 1985 y esta semana, el martes 4 de mayo, declaró ante el Tribunal Oral Federal de La Plata por los crímenes cometidos en tres centros clandestinos de detención que pertenecieron al Circuito Camps: las Brigadas de Quilmes, Banfield y El Infierno.

Habló con El Ciudadano a casi 45 años de los secuestros que se iniciaron el 16 de septiembre de 1976 en La Plata. La Noche de los Lápices es una fecha emblemática en la agenda de luchas estudiantiles del país ya que se trató de un operativo conjunto de efectivos policiales y del Batallón 601 de Ejército para capturar a diez jóvenes que tenían entre 16 y 18 años. En su mayoría eran integrantes de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y uno de sus mayores reclamos era el boleto estudiantil secundario gratuito. De los diez secuestrados, María Claudia Falcone, María Clara Ciochini, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Daniel Racero y Francisco Muntaner continúan desaparecidos, mientras que Emilce Moler, Gustavo Calotti, Patricia Miranda y Pablo Díaz sobrevivieron.

Díaz tenía 17 años cuando el 21 de septiembre de 1976 fue secuestrado. Había formado parte de la UES pero en ese momento formaba parte de la Juventud Guevarista. Díaz fue llevado al Pozo de Arana, luego al Pozo de Banfield y a fines de diciembre de 1976 fue trasladado al Pozo de Quilmes. Después de un mes quedó detenido en la Unidad 9 de La Plata hasta que fue liberado en noviembre de 1980. Entre 1976 y 1983 hubo más de 230 personas de entre 14 y 17 años secuestradas.

El TOF 1 de La Plata juzga a 17 represores que actuaron en esos centros clandestinos de detención, entre ellos Miguel Etchecolatz; el ex médico policial Jorge Bergés y Juan Miguel Wolk, responsable del Pozo de Banfield. El juicio incluye a 442 víctimas, entre ellas 18 embarazadas y muchos de sus compañeros, y siete personas nacidas en cautiverio.

En 1986 la película «La Noche de los Lápices» dirigida por Héctor Olivera contó la historia de los jóvenes secuestrados en septiembre de 1976, que llegó así de forma masiva a la sociedad. Díaz contó que desde 1985 declaró 22 veces en distintos juicios y no solo en Argentina sino en otros países porque es un «testigo de concepto», es decir, su testimonio da cuenta de una práctica extendida y sistemática del genocidio argentino: el secuestro de jóvenes estudiantes y militantes.

—¿Cómo fue declarar en esta oportunidad?

En 1984 con la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas -CONADEP- se eleva a la justicia el centro clandestino del Pozo de Banfield. En mi testimonio hago referencia a que 37 años después estamos hablando de este pozo. Lo primero que muestro es este documento de 1984 y les digo que en cierta forma llego a esta oportunidad de testimonio por haber sido adolescente, porque tenía 17 años cuando me secuestraron pero el que era adulto en ese momento no llega. No puede haber una referencia a la justicia después de 37 años. ¿Qué pasó en estos 37 años? No es la primera vez que declaro.

Desde muy temprano en la democracia asumí el hecho de la denuncia. ¿Cuál fue mi obsesión? Cuando salí de la cárcel, que fui el que más estuvo, casi cinco años, empiezo a hacer denuncias. Hasta el 83 con la CONADEP no tuve un ámbito donde se escuchara mi denuncia, pero cuando tuve oportunidad ahí estuve. Y tuve que salir a buscar las pruebas, es lo que presento en los juicios, las planillas de peligrosidad de nosotros. Aún hoy la Justicia no está investigando nada. Una de las preguntas que les hice fue para qué están haciendo este juicio porque no entiendo, si no le van a sacar la prisión domiciliaria a los que están detenidos, si no van a abrir causas por los que no están detenidos y yo estoy nombrando como represores, decime ¿para qué es este juicio?

Estás desilusionado con el accionar de la Justicia o quizás ya no esperabas mucho

¿Treinta y siete años después? Otra cosa que digo en el testimonio es que recién hace dos años atrás dos fiscales me preguntaron si había visto violencia de género o había tenido abusos. Hace dos años atrás. Cuando se abren causas por estos delitos, ¿después de más de treinta años se prevé que el abuso o la violación son delitos para generar una condena en función de esos delitos? ¿Por qué hoy se genera? Indudablemente por ustedes, por vos o tus amigas o mi hija.

Declaré casi tres horas. Dije todo lo que tenía que decir. Me emocioné, dije de amor, de la mujer, de Claudia Falcone, de lo que me decía cuando me estaba separando de ella, cuando yo pedí verla. Creía que lo peor que Claudia estaba viviendo era el hambre, el abandono, la desnudez, el encierro. Y en realidad cuando ella me dice «ya no puedo ser una mujer» yo creí que era anecdótico lo que me decía. Hoy entiendo, por mi hija o por vos o por tus amigas y compañeras, que me hacía ver que lo más preciado que tiene una mujer es la decisión de con quién hacer el amor. Hasta en esto era de avanzada ella, en su propio liderazgo de poder ver eso mucho antes que todos nosotros.

Treinta y siete años declarando y nunca un juez me detuvo en el hecho de que yo estaba declarando sobre las violaciones y abusos y me dijo «pare pare que está diciendo un delito». Es una barbaridad y a su vez es una reivindicación de los jóvenes de hoy con respecto a esa instancia. Si vos me decís ¿con quién estás enojado? Permanentemente con los adultos.

¿Cómo ves las militancias de hoy de las juventudes?

Muy bien. La adolescencia en sí misma no se modifica a través de las generaciones. Pensá esto, el adolescente es el que tiene los besos públicos, los que vos te das en la escuela, en la calle, en la plaza, en la habitación cerrada. Los besos públicos son la instancia de la etapa primaria del amor que es lo que mantiene al adolescente. ¿Los adultos qué tienen? Besos privados. Y son los que han ido negociando, en el desarrollo de sus años, con el sistema. Porque, generalmente, la consolidación de la identidad es a los 15, 16 o 17. Eso no está en la sobremesa familiar, está en la calle, en la escuela, con los compañeros. Los secretos el adolescente los tiene afuera y nosotros los teníamos en función de nuestros padres más autoritarios de lo que hoy son. Porque nos discriminaban como adolescentes en la instancia de que nuestra identidad podía ser sobre una convicción buena. Cuando digo que nuestra militancia era clandestina no es solo por la dictadura, sino por nuestros padres. Los adolescentes y su sensibilidad social y el amor. Los cuadernos íntimos donde escribís tus sueños, lo que amás, tus poesías, lo hacés en la adolescencia. Pienso en el amor y la sensibilidad social que tiene un adolescente con respecto a otro compañero. Nosotros lo veíamos. La ciudad de La Plata es de clase media, pero en la periferia estaba la pobreza. La mayoría de nosotros éramos hijos de padres profesionales, o sea de clase media. Vivíamos en el centro urbano. Cuando el centro de estudiantes nos movilizó para ir a los barrios populares a dar apoyo escolar, ¿qué descubrimos? Que nos podíamos enamorar de esa compañera que vivía ahí, como hoy vos te podés enamorar de un compañero que atiende en un merendero en un bario popular. Porque ese es el amor que surge de la sensibilidad social y del adolescente. No hay una referencia de clase por quién te enamorás, sino que dejás plasmar el tema de con quién querés estar por muchos motivos pero no por el consumo. Y también vimos la vergüenza de la pobreza, la sentimos. Vos generalmente querés sacar siempre de la pobreza a quien amás. Ahora, si amás en general porque sos militante indudablemente nosotros éramos eso: sensibilidad social, amor y querer cambiar el mundo. Las oportunidades están donde se nace. Las oportunidades de trabajo y educación no son las mismas para todos. Estas contradicciones nosotros las veíamos y nos angustiábamos.

El que tiene mucha sensibilidad social, el que tiene mucho amor, ¿cómo termina en la militancia de una agrupación política? Porque necesita más, porque necesita estar organizado. Necesita no estar individualmente viendo la injustica, necesita ver cómo la puede cambiar.

De los 234 adolescentes que están desaparecidos de 14  a17 años, todas las compañeras tenían un diario intimo y todos los compañeros hacían narraciones o poesías o pintaban en su cuarto «te amo, ¿cuándo vamos a poder cambiar el mundo?». Esa era la culpabilidad nuestra con respecto a ser potenciales subversivos: la capacidad creativa de los sueños, la capacidad emprendedora como se dice ahora, desde el punto de vista del crecimiento y las igualdades. Esa era la base de nuestra peligrosidad.

—Desde mediados de los ochenta te convertiste en una referencia ineludible de La Noche de los Lápices, ¿cómo fue esa construcción?

Primero fue por un egoísmo personal. Nunca hice una película para vos, por así decirlo, fue una obsesión personal sobre mi juramento.

—¿Qué juramento?

De que iban a salir y que no la iba a olvidar a ella, a Claudia. En el centro clandestino el Pozo de Banfield me enamoré. ¿Ves la instancia del adolescente a diferencia de un adulto en un centro clandestino o campo de concentración? No la conocía de antes, o apenas nos conocíamos de las peñas pero nunca había reparado en ella. La conocí espalda contra espalda más de 90 días en un campo de concentración. Cuando salí, yo necesité decir, hablar de ellos, necesité nombrarlos. La contradicción que yo tenía es cómo los hacía salir, cómo podía hacer para que vos los conocieras y que no sigan desaparecidos. A veces al desparecido cuando lo nombrás pareciera que no tuviera identidad. Pero si hablamos de Claudia a vos te viene una idea de quién era, su foto y otras cosas. La película recupera sus identidades, los saca del Pozo de Banfield. Quería dar cuenta de que habían vivido.

Pero la tragedia de la desaparición la conocí diez años después del secuestro cuando fui a pedirle a la madre de Claudia filmar en su cuarto. Me hizo pasar y me dijo «mirá, está tal cual». Abrió el ropero y estaba la ropa de Claudia. ¿Cuántas veces le dije a la madre de Claudia que la habían asesinado? ¿Por qué todavía tenía su ropa? Porque sin prueba vos seguís esperando, por la expectativa y la esperanza. De alguna manera yo creo que ya no están ahí, salieron del pozo.

Te voy a decir una fantasía y un miedo. Cuando la naturaleza me lleve y pueda volver a encontrarlos y ellos estén jóvenes y yo no, quiero preguntarles si otro hubiera sobrevivido si hubiera hecho más de lo que yo hice. Somos débiles, las personas siempre vamos a poder hacer bien o mal, constantemente tenemos esta contradicción por la naturaleza del ser humano a pesar de que representamos la crueldad en monstruos o animales. Nunca debemos quitarle al ser humano la responsabilidad de lo que puede hacer. ¿Qué puedo trasladar yo hoy? La sensibilidad social para cambiar el sistema, el amor para tratar de que seamos buenas personas.

En sí mismo el testimonio tiene que encerrar la vergüenza de lo que somos capaces de hacer, del horror. Terminé en el juicio hablando de la banalización de si son 30 mil o no. Los negacionistas dicen son 9 mil. Lo dije: poné a 9 mil en fila y a la primera persona ponele picana en los pechos, en la vagina, violala, después dale un tiro en la nuca a corta distancia. Te quedan 8999 más. Después hacé lo mismo con cinco más y después vas a necesitar más gente para seguir y vas a terminar con una gran complicidad. ¿Cuánto vale la vida del primer ser humano al que le hacés eso? ¿Es una instancia cuantitativa la crueldad? 

—En un poema muy conocido que le escribís a Claudia, a principios de los ochenta, cuando termina decís: «¿Qué es esto de sobreviviente? ¡Por favor! Que algún día los encuentre». ¿Qué es esto de sobreviviente a más de 40 años?

Qué difícil esta pregunta. No lo sé… Qué difícil. Un hijo mío nació un 24 de marzo, no podía creer que naciera ese día. A lo largo de mi vida me fui haciendo esta pregunta. Los primeros años la gente me preguntaba por las torturas, quería saber más de lo que había pasado en ese contexto pero también, en estos años, en una charla con adolescentes en una escuela me preguntaron si la extrañaba a Claudia. Fui haciendo de La Noche de los Lápices una historia de amor o las generaciones fueron haciéndolo, porque es difícil trasladar muchas cosas. Y no está mal pensarlo así, no está mal, no está mal…

Un sobreviviente a veces es una instancia de culpa, a veces de disfrute, a veces es una instancia de resignación. Me he preguntado qué tendría que hacer, no lo sé. A lo largo de todos estos años seguí escribiendo poesía, tengo una memoria de amor, tengo muchas poesías relativas a esas ausencias y a esa ausencia. Creo que por mi forma de ser me fui enamorando más a lo largo de los años, tal vez por estar magnificando pero creo que en esa situación límite es así. He escuchado testimonios de otros sobrevivientes de otros genocidios que referencian el tema de lo que es enamorarse aún en el horror. Creo que llegué a entender que los organismos de derechos humanos los buscan porque los extrañan. Hay una instancia colectiva de buscar a todos los desaparecidos pero individualmente cada uno busca a ese ser humano, de lo que tuvo referencia cercana. Los hijos extrañan a los padres y por eso los buscan, los padres extrañan a los hijos y por eso los buscan, las abuelas extrañan a los nietos.

Me he hecho esta pregunta mil veces. Una vez en el 85 di una charla con un sobreviviente de Auschwitz que entró a ese campo de concentración nazi a los 17 años con todo su árbol genealógico. Yo lo miraba mientras él hablaba, ya tenía 70 y pico en ese entonces. Cuando terminamos le dije si le podía hacer una pregunta, me respondió que sí. «¿Van a pasar 40 años y yo voy a estar hablando de lo mismo?» Bueno, acá estoy hablando con vos. El hombre es potencialmente bueno o potencialmente malo, ¿qué responsabilidad tenemos como sobrevivientes? Consolidar el hombre potencialmente bueno. En mi adolescencia como adherente a la Juventud Guevarista creía en la conducción del hombre nuevo. Pero a lo largo de los años, después de ver tantas cosas en el mundo porque he podido viajar, sé que lo revolucionario es el hombre bueno. No hay hombre nuevo, es el hombre bueno.

Poema a Claudia Falcone, de Pablo Díaz

Hoy

me he quedado inmóvil observando en el recuerdo

el beso que se estrellaba en el muro.

Flor o acero. Ni ángel ni desángel.

Sólo la verdad desnuda.

La voz es un reclamo de amor y un instante duro.

Pero las manos no pierden el momento de tus manos.

¿dónde estás, en qué tiempo, en qué mundo te encuentro?

¿Hasta dónde estiro la mirada para verte?

Si me dieras una señal, el próximo 31 de diciembre

me llegaría hasta vos.

No creas que no te busco, no me olvido,

pues no hubo adiós; nos dijimos hasta luego.

Por favor, que las aguas del mar te traigan hasta mí.

O la soledad del otoño,

o las flores de la primavera.

Como quieras.

Pero no dejes de volver a lo que soñamos.

Si no es conmigo, ojalá que igual estés en paz.

¿Te acordás?

Habíamos quedado en ir de vacaciones

o de juntarnos todos los chicos a tomar cerveza.

Pero estoy solo, ni vos ni ellos han vuelto.

Y yo camino mirando a ver si los encuentro.

Me junto con sus madres, padres, hermanos,

tíos, amigos,

y no sé qué decirles, ¿dónde están las palabras para ellos?

Todavía no he aprendido a no desafinar,

¿y las idas a las villas?

¿Qué es esto de sobreviviente? ¡Por favor!

Que algún día los encuentre.

 

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