*Por Paulo Menotti/Especial para El Ciudadano
Desde que Juan Álvarez escribió su Historia de Rosario en 1939 y luego Miguel Ángel de Marco y Oscar Ensinck también redactaron su título homónimo, no hubo escritos que hayan dado cuenta de una historia a largo plazo e integral de la ciudad. Los y las historiadoras se enfocaron en grupos, procesos, periodos y hasta coyunturas históricas pero aún faltan textos que reúnan a esa inmensa producción realizada durante los últimos años. Pablo Suárez se atrevió a afrontar ese desafío de reunir en un libro la historia completa de los rosarinos en La ciudad híbrida. Historia de Rosario, 1689 – 2021. El texto que tiene un estilo mordaz y que apunta a reflejar aspectos crudos de la sociedad rosarina y que, a la vez, fue escrito de manera sencilla para llegar a todo el público, será presentado este viernes (12 de noviembre), a las 19, en el Centro Cultural Fontanarrosa junto a Sandra Fernández y Nano Catalá. En una entrevista con El Ciudadano, el autor explicó su percepción sobre algunos conceptos expresados en su libro.
—¿Por qué ciudad híbrida?
—La idea era elegir un nombre que incomodara. No, mentira. Resultó así, pero no fue la intención original. A medida que iba escribiendo el texto me fui encontrando con que gracias a su composición poblacional y a las formas en que esa población fue haciendo la ciudad en que vivía (produciendo, organizando su espacio público, su espacio físico, sus organizaciones sociales, etc.) la ciudad fue dando cauce a varias identidades sociales que desbordaron a sus “actores naturales” para generar un entramado identitario complejo y diverso.
Así Rosario es obrera, pero aspiracional; burguesa, sí, pero chacarera; comercial pero industrial; portuaria y agrícola. En mi opinión, Rosario es una ciudad del Río de la Plata (por su tango, su fútbol, su rock), pero es también una ciudad del interior (por su odio a Buenos Aires, su relación los paisajes ribereño y agrario). Es una ciudad grande, pero nos gusta sentir que acá “nos conocemos todos” y efectivamente es así.
Entonces, la hibridez me pareció un buen atributo. Y tengo varias razones. En primer lugar, creo que la búsqueda de identidades esenciales o puras no ha dejado buenos ejemplos en la historia, ni argentina ni mundial. En segundo, ¿hay algo en el plano de lo social que no sea mezcla, mixtura, composición, sumatoria? No.
Y finalmente, había que levantar el tema de la “esterilidad” de lo híbrido. Pero está claro que ni todo lo híbrido es estéril, y sobre todo hay algo que me interesa más: la esterilidad no es patrimonio exclusivo de algunos organismos híbridos. Por el contrario, creo que en Argentina, han sido menos prolíficas las identidades “puras e incontaminadas” (si es que existieron, cosa que no creo). Qué sé yo, uno ve esas estructuras que se pretenden puras y militando esa pureza (ideológica, doctrinaria, racial) no sólo se reducen, sino que también se erigen en guardianes de lo que “debe ser”. Un desastre.
Además, mis años de trabajo en publicidad, me han hecho saber que un nombre que provoque dudas e invite a la pregunta, puede generar interés y ganas de saber algo más.
—¿Qué es lo más representativo de Rosario?
—Como dije la hibridez pero, si por representativo te referís a algo en lo que todos (o la mayoría de) los rosarinos estemos de acuerdo, pero no tanto a nivel intelectual, sino a nivel “sentimientos” te diría que un tema es la rivalidad con Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. No sé si eso se exacerbó por el fútbol o encontró en el fútbol un refuerzo a algo anterior (creo más bien esto último). Es un poco patético que sea así, pero creo que es algo que nos une.
También creo que la idea de que Rosario tiene un futuro de cierta grandeza, promisorio por delante fue una idea compartida hasta hace unos años. Creo que hoy -y me refiero a los elevados niveles de violencia y pobreza- la ciudad se percibe a sí misma como una sobreviviente diaria, en un proceso “fractal”, que va de cada ciudadano al colectivo. Cada día que pasa y un rosarino se entera de que no lo mataron, no lo robaron o mantiene su trabajo, siente un alivio que no alcanza para hacerlo feliz, pero le da un poquito de energía para mirar para adelante. ¿Y qué vemos allá adelante? Qué se yo. Lo que sí está claro es que desde la política no se logra ofrecer una visión de futuro no ya creíble y realizable, sino al menos un boceto, un planito, un garabato de cómo van a hacer una ciudad donde se corrijan los problemas actuales. Ojo, y no quiero quedar como “antipolítica”, simplemente digo que me parece que esos problemas exceden las capacidades de los políticos con posibilidades de ganar elecciones. Pero la solución (si existe) vendrá de la política.
—¿Por qué escribir la historia de Rosario?
—Me parecía que no había una historia de la ciudad que estuviera dirigida a un público interesado en el tema, pero que no está habituado a la escritura académica. Yo di clases en escuelas para adultos, conocidas como EEMPA durante unos años. Ahí intenté aprender a ser claro, a hacerme entender a la primera o a la segunda explicación. Entonces pensé que se podía intentar escribir ese libro, contar esa historia de una manera amable, casi coloquial. Al principio me aterró lo que pudieran decir algunos compañeros de la facultad, gente que se dedica a la historia, que vive de eso. Creo que el género divulgación está mal visto. Paveando un poco con la etimología vemos que en “divulgar” está la palabra vulgo que significa “pueblo” y hasta ahí todo bien, pero también hay una deriva de “vulgar” que nos lleva a lo berreta, ordinario o de baja calidad y ahí ya nadie quiere quedar pegado. Yo sí. No tengo problemas, asumí correr ese riesgo. Vamos a ver cómo sale.
Me ayudó mucho pensarlo como si fuera músico. A veces en la escritura se piensa que la publicación de un libro debe ser una cosa perfecta, canónica e inamovible. El músico piensa distinto. El músico dice “voy a grabar mi versión de este tema”, sabiendo que no es la única, ni la mejor y ni siquiera es su versión definitiva porque la puede volver a grabar en unos años con otra impronta, con otra formación, etc. Así lo pensé yo. Esta es mi versión actual de la historia de Rosario.
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