“En un tarro de Nesquik conviven enemigos, fuertes, almenas y cuarteles. Duermen todos juntos, en una tregua enlatada / hasta que yo los despierte para la guerra”. El pequeño poemita pertenece a Daniel Greco y oficia de pie de foto. En la imagen en cuestión, se puede ver a un chico de no más de cuatro años, sentado en canastita sobre una silla roja, despintada y soportando los achaques del tiempo; de fondo, el paisaje está hecho de casillas de chapa y madera. Poema y fotografía son uno entre tantos, una página más del libro del taller de fotografía Los Pumitas, que se dictó en el Centro Cultural Qahuoqte, de la comunidad toba del barrio Empalme Graneros y acaba de salir de las imprentas.
El taller de fotografía Los Pumitas terminó hace aproximadamente dos años y medio. Duró cerca de cinco años, algunos con la formalidad de estar enmarcados en un programa del Distrito Oeste, pero los primeros desde la informalidad de los fotógrafos que se acercaron a dar y recibir. Cerca de 60 chicos, de entre 7 y 13 años, pasaron por el taller; aunque el promedio por encuentro era de12 a20 alumnos. El coordinador de Los Pumitas fue el fotógrafo Federico Tinivella, ahora encargado del área de Cultura del distrito. Cuando él comenzó con su actual trabajo, el taller de fotografía tuvo que darse por finalizado. “Para terminar, editamos postales, en conjunto con el área de derechos humanos. Nos parecía interesante que quede algo como cierre, más allá de hacer una muestra. La postal nos pareció algo piola como medio para difundir y para que los chicos las tengan en su casa, al igual que las fotos de las muestras”, explicó Tinivella.
Sin embargo, por sobre las postales, la idea siempre había sido editar un libro con esas fotografías, a modo de difusión y permanencia-resistencia en el tiempo y el espacio. Desde la última semana del año, esa idea es una realidad cien por ciento tangible. En efecto, y tras varias “intentonas” fallidas con empresas privadas para financiar la edición, Tinivella logró establecer contactos conla Fundación Minetti, desde donde “se coparon al toque”. El libro del taller de Los Pumitas tiene 25 fotos, editadas y seleccionadas por “el profe” Federico. La mayoría son imágenes de los propios chicos, que se han sacado entre ellos, en diferentes lugares del barrio y espacios aledaños. Cada fotografía está acompañada por una pequeña poesía perteneciente a escritores rosarinos, quienes fueron convocados para escribir “sobre la infancia”.
La consigna, para ellos, fue clara: pequeños relatos que no tengan relación unívoca entre texto y foto, sino que los propios poetas “vuelen y escriban algo”. Otra poesía, esta vez de Celeste Galiano, reza: “Jugar no es perder el tiempo / sino crear cada cosa / sumergirse en ella y volverla importante”. La foto que acompaña es la de dos chicas de unos ocho años. Las dos llevan puesto un gorro de lana de River Plate, y una apoya su mano sobre el hombro de la otra. A lo lejos, se ve a un pícaro colado, un chico que sale a lo lejos con los brazos extendidos, diciendo que ahí estaba también. Se nota que se ríe y que lleva un gorro similar.
Aunque el taller finalizó hace tiempo, el vínculo entre “los profes” y la comunidad continúa. “El libro hasta puede servirnos para reactivar el taller. Es como que al terminar vimos la posibilidad de hacer el libro. Está bueno porque lo pensamos como material para regalar, se harán micropresentaciones en los lugares que ahí se nombran, porque el eje es Empalme Graneros, pero también se hizo en Travesía y en el Barrio Toba del Oeste, o sea que se reprodujo la idea en dos lugares más. En cultura del Oeste empezamos a trabajar con pueblos originarios yendo a las escuelas y mostrando el video del taller de Los Pumitas, y todo el mundo nos pedía algo para tener del taller. Ahora, cuando comience el ciclo lectivo, y a partir de un proyecto del oeste, vamos a ir con Ruperta –referente de la comunidad – que visitará las escuelas, y también llevamos para pasar el video y el libro, que quedará para consultas”.
Cada vez que Federico pasa por la esquina de Oroño y Weelwright escucha que le gritan, lo abrazan y le preguntan: “¿Profe, cuándo vas a volver?” En esa esquina, Débora, que no pasa los trece años, pide monedas junto a sus hermanitos. “Tiene unos carozos azules así”, describió Tinivella, destacando únicamente lo llamativo de sus ojos. Que el taller continúe y que el libro comience a difundir sus ideas es la tarea pendiente que le quedó al “Profe”. Y es que, al contrario de varias otras historias, aquí nada mágico ha sucedido. Llegados a los trece años, los chicos y chicas dejaban el taller y la escuela. “Me hubiera gustado que al menos uno siga estudiando foto. La mayoría dejan todo, y eso es un bajón”. Y en ese sentido, el ahora coordinador de Cultura del Distrito Oeste reflexionó: “Es muy poquito lo que hicimos en el taller, lo ideal sería que haya un compromiso más general con estos pibes. Generalmente ir a verlos es lavarse culpas. La idea es que el cambio sea mucho más profundo y esté acompañado desde más lugares. No hay sólo problemas de pobreza y discriminación; hasta está el problema del idioma. Hay padres que aún no hablan castellano y los pibes sí, y además están con la compu y todo. Es una revolución para ellos también, un cambio muy grande de identidad”.
Federico Tinivella se acercó al barrio Toba siendo un estudiante de fotografía, que simplemente iba a tomar imágenes del lugar. “Ahí, nos dimos cuenta de que en general, esos trabajos con la imagen (que eran casi antropológicos) al único que influía era al fotógrafo. Había que ver cómo devolver. Y entonces la gente nos pedía fotos para mandar al Chaco, para tener en la casa, íbamos a hacer fotos de bautismos, ¡hasta empezamos a perder nosotros! Estuvo bueno porque fue un canje”. El taller de fotografía fue mutando con el tiempo: en un principio fue abierto a toda la comunidad, aunque después se transformó en un taller para chicos. También comenzó con diapositivas y clases teóricas, hasta que la cuestión cambió y la cámara comenzó “a ir con el juego”. “Para arrancar llevé diapositivas y empecé mostrando fotógrafos, contando historias, pero la gente desapareció. Recién cuando saqué la cámara, los pibes volvieron. Ahí apareció el elemento fundamental: el juego. Más allá del taller de fotografía, la cámara iba con el juego. Entonces, para un sábado se llevaba un burbujero, el otro se iba a donde estaban los trenes, otro día a buscar moras. Cada sábado se armaba la siguiente clase, que era más que nada una salida en el barrio y los barrios aledaños, donde ven a los chicos tobas como una amenaza. Al ir con el profe, ellos tenían una carta libre para salir de un barrio donde están bien, pero del que salen y los discriminan”.