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Pancho Grieco, la jerarquía y el respeto por la profesión de una leyenda del arbitraje

El ex árbitro internacional rosarino repasó su trayectoria, el momento de su retiro y algunas de las anécdotas más llamativas de una vida en el referato. Imperdible charla

A la hora señalada, Pancho Grieco se acercaba a la mesa de control, saludaba y se disponía a comenzar el juego. Serio, pulcro, siempre correcto en sus modos a pesar del gesto adusto e intimidante, prolijamente afeitado y vestido. El respeto nacía desde la imagen pero se refrendaba en la acción. Si no los cedía por cortesía profesional, los saltos eran suyos, difícilmente en Rosario alguien pudiera discutir su condición de árbitro principal. Quizás desde su vocación y profesión de docente haya aprendido que primero hay que lograr la atención con el ejemplo para después enseñar y ser escuchado. Y él lo daba.

Hoy, tras años de retiro, Francisco Grieco no pierde las costumbres. Es puntual, gentil y enseña cuando habla. Y, aunque reconoce que no sigue demasiado los vaivenes del básquet en el último tiempo, tiene prodigiosa memoria para los momentos de su carrera, la que empezó como basquetbolista y terminó como árbitro. Es una leyenda en Rosario, porque ese rótulo no tiene por qué ser exclusivo para jugadores y entrenadores.

“No extraño el básquet, sí las reuniones a comer después de los partidos, después de la fecha. No sólo pasaba en Rosario sino que se daba a nivel nacional después de la fecha, nos juntábamos con los árbitros que habían dirigido por la zona y charlábamos”, reconoce Francisco, quien tiene una mirada particular sobre su profesión a pesar de no seguir actualmente el día a día de las competencias: “Desde que me retiré vi un partido de la NBA que fue cuando salió campeón Ginóbili con San Antonio y de la Liga bastante poco. La verdad es que por lo que seguí, por lo que veo y escucho, el nivel no me gusta y creo que falta renovación. En Rosario sigo los partidos de mi hijo y a veces estoy en Unión y Progreso comiendo pero me levanto y miro el resultado, no mucho más. Es que enseguida te empiezan a preguntar cosas o te terminan recriminando alguna determinación del que está dirigiendo. ¡Cómo si yo tuviera algo que ver!”

“Cuando veo a mi hijo jugar yo me voy a un lugar en el que no haya nadie, me mantengo al margen. Lo que veo en las inferiores es que falta mejorar, que no se rota, que quizás falte capacitarse y tomar la responsabilidad de sancionar. También cómo van presentados. De los árbitros de primera veo que García, Báez, Alfaro siguen manteniendo el nivel, sancionan las faltas, son impecables, seguros. Los más jóvenes deben aprender”, amplía Pancho, quien se mantienen en forma con otro pasatiempo: “Entré en un grupo de entrenamiento y me dediqué a correr maratones. No me perdía una carrera”.

—¿Cuándo decidiste retirarte del arbitraje?

—El 10 de octubre 2012 dirigí el último partido en primera. Fue un América ante Newell’s. La verdad ya lo venía pensando en ese momento y se lo había comentado a la familia y a algunos compañeros. Me costaba mucho cuando salía de casa y tenía más ganas de quedarme a comer con mi familia o mirar una película. Creo que el día clave fue en un partido en el que a cada rato miraba el reloj para ver cuándo terminaba. Me llamó mucha gente y me pidió que siga, pero ya venía aguantando y era lo mejor.

—Y de la Liga te fuiste en un gran momento, después de dirigir en los Juegos Panamericanos

—Me retiré de la Liga en 1999 cuando vine de los Panamericanos de Winnipeg. El último partido fue Olimpia con Deportivo Roca, por la permanencia. El 28 de julio fue a Canadá a vivir una experiencia hermosa, en la que compartí con grandes del arbitraje e incluso dirigí semifinales y quedé stand by en la mesa de control en la final entre Estados Unidos y Brasil, porque en aquel momento los que dirigían semis no podían estar en la final. Pero al mismo tiempo en la Liga estaban haciendo los rankings para la temporada y me enteré de que me habían puesto décimo en la categoría A1 (eran A, A1, A2, A3 y B) y por encima de mí había jueces que no habían dirigido en la categoría. Ahí decidí. ‘Hay que quedarse en casa’ me dije y se lo conté a mi mujer por teléfono y a algunos de mis compañeros. Yo creía haber tenido una muy buena temporada y ante esa decisión preferí irme por lo que yo consideraba era la  puerta grande. Obviamente me pidieron que lo reconsidere, me llamaron los encargados de las designaciones y me dieron varias oportunidades para ir a rendir, pero ya no fui. Les dije que respetaba el ranking pero no lo compartía. Y me quedé dirigiendo Rosario y en el Federativo.

El camino había empezado en 1978, en una carrera ascendente que lo llevó desde los más chiquitos hasta los más grandes en apenas un par de temporadas. “Yo jugaba, pero como los clubes tenían que mandar un árbitro, el dirigente Pautrier me dijo que represente a Unión y Progreso. ‘Nosotros te damos el pantalón y la camisa’ me dijo. Era el 78. Debuté el domingo en el que empezó el mundial de fútbol, en el estadio descubierto de Newell’s contra Universitario, que tenía ya en ese entonces de técnico a Hure. Pude dirigir ese año las finales de los infantiles y después en un partido de juveniles me tocó con Raúl Igareta y cuando terminó me contó que él había ido a calificarme. Ahí comencé a dirigir partidos de mayores, primero en amistosos y en ascenso y un día estoy en la rosarina y leo la designación: 24 de septiembre a las 21.30 Central-Sportsmen en cancha de Policial. Había tremendos jugadores y me tocó con Leonardo Mingrone, tipazo. Me dio toda una charla pre partido, me dijo que esté tranquilo que él me iba a ayudar. Me acuerdo que yo tenía una camisa gris oscura y él una gris claro. Me acuerdo que hice el salto en el segundo tiempo y la pelota fue directamente al de Central con lo mal que la tiré. Desde ese momento presté mucha atención a eso. Y ya en el segundo partido me tocó Horizonte, que tenía unos nenes. Eran difíciles, pero aprendí a hacerme respetar”.

—Y al tiempo llegó el mundo de la Liga

—Rendimos para ser jueces nacionales en cancha de Provincial en un cuadrangular amistoso con el Unión de Santa Fe de Flor Meléndez, el Argentino de Firmat de Chicho Porta, el Sport de Najnudel y el Provincial de Le Bihan. Reventaba el estadio y ahí pasamos a las categorías de la Liga con García, Settembrini, Flores, Bautista y Caglieris. Comenzamos en el 86 y en el 87 saltamos a lo que hoy sería la Liga Argentina, que era la B y después se llamó TNA. En el 88 se formó lo que llamaron el grupo de los 15 y como se fueron retirando árbitros empezamos a dirigir la Liga A. Debuté en la A en un Gimnasia con Estudiantes de Bahía y con Petete García.E se día debutó un tremendo tirador, Juan Espil. También debutó a los días el Negro García y también con Petete.

—¿Qué diferencias había a la hora de dirigir en Rosario y en la Liga?

—El reglamento es el mismo, pero los contactos que se permiten en la Liga son mayores y tenés que estar muy atento. Yo le tenía terror a las barridas porque los americanos eran muy altos y saltaban. En Rosario no pasaba. Lo que también se dio es que a veces los reglamentos cambiaban antes en la Liga que en la Rosarina y ahí tenías que tener todo demasiado presente para no desconcentrarte.  Por ejemplo, hubo un año en el que en la Rosarina se jugaba con dos tiempos de 20 minutos y cinco faltas por jugador, pero en la Liga eran cuatro cuartos de 12 minutos y seis faltas y en la Liga Sudamericana cuatro cuartos de 10 minutos. Y las reposiciones eran distintas. Y una regla que siempre tomé fue que cuando se sancionaba los tres segundos había que ser cuidadoso. Para los jugadores los tres segundos tenían que ser dos y para el árbitro cuatro. Ellos tenían que tratar de salir lo más rápido posible pero el árbitro demorar un poquito ara sancionarlo.

A lo largo de sus años en la Liga Pancho vio crecer a jugadores de la ciudad y en especial recuerda a Ariel Bernardini y Facundo Sucatzky. Y no todas son dentro de la cancha. “En Junín jugaba un amistoso la selección nacional con Uruguay y yo fui a dirigir. Como iba en auto con mi esposa lo llevamos al padre de Facundo que lo iba a ver. A la vuelta me quedé sin batería. No sólo no cobré por el partido sino que perdí plata. Al menos el padre de Sucatzky me ayudó a empujar”, rememora.

Son muchísimas las anécdotas y una fue en un televisado entre Independiente de Pico y Atenas, cuando llegaron a tirarle con un zapato. Pancho se animó a compartir algunas de las más difíciles que vivió en un rectángulo, con la complicidad de que el tiempo hizo prescribir algunas cosas.

“Fuimos con Daniel Delponte a dirigir Atlético Tostado contra Independiente de Rafaela. En el hotel el encargado nos dice que una persona nos quería hablar. Era un allegado al local que nos dijo que tenían que ganar, que si ganaban íbamos a comer y a viajar de lujo. Como le pedimos que se retire se puso como loco y nos gritó que si perdían íbamos a cobrar. Para colmo ganó la visita y recuerdo que estaban Carmelo Mendoza y el Yeti Gutiérrez y nos decían que estemos tranquilos, que apenas terminara el partido ellos nos iban a ayudar a salir, a proteger. Los hinchas ya nos escupían, tiraban manotazos. Al final, cuando terminó quedamos arrinconados, el Yeti y Carmelo desaparecieron y tuvimos que pasar por una puertita en la que nos pegaron mil patadas. La barra del club estaba parada frente al hotel porque sabían hasta qué colectivos nos tomábamos. La Policía nos tuvo que llevar para subir y con los autos los hinchas nos tocaban bocina y seguían el colectivo. Fue de locos”, repasa Grieco.

“En Ceres y también con el Pampa, que creo que me traía mala suerte, llegamos bastante cerca de la hora y en lugar de ir al hotel fuimos directamente a la cancha. Nos agradecieron que no le hiciéramos ese gasto y nos prometieron que íbamos a poder bañarnos en el club. Cuando perdieron no sólo nos dijeron que no quería vernos nunca más en Ceres sino que nos mandaron a lavarnos con una canilla en la estación de trenes”, recuerda Pancho con una sonrisa tras el paso del tiempo.

Había canchas más complicadas que otras y muchas veces hubo que agudizar el ingenio para salir de una situación complicada. “En Marcos Juárez, en el 90, era un partido entre San Martín y Pico Fútbol. Venía tranquilo pero empezó a levantar Pico y en la última pelota nos piden falta pero no la vimos así y ganó el visitante. Se vinieron todos a la mesa de control y la Policía nos tuvo que llevar a lo más alto de la cancha. Como se quedaron todos en el salón a la espera de que bajemos, a uno de los efectivos se les ocurrió la forma de sacarnos: nos dejamos las camperas azules que usábamos los árbitros en esa época y nos prestaron los kepi de ellos. Salimos entre ellos, nos hicimos pasar por policías”.

“Pero la vez en la que me pegaron fue en un partido entre Olimpia y Sport por la permanencia. Dirigimos con Petete García y recuerdo que nos arrinconaron y nos dieron para que tengamos y guardemos. Me pegaron hasta con la tablita que indica las faltas personales. Al tiempo miré el video y parecía en una pelea de box, mi cabeza iba y venía. Lo tremendo es que meses después me mandaron a dirigir un Estudiantes con Olimpia y ganaron como visitante en la última pelota. Los mismos que me había pegado y recriminado venían a felicitarme”.

La charla puede durar cien horas, los apellidos y nombres de equipos vuelan y se linkean de manera permanente. Grieco recuerda a todos, a los de acá y a los de allá, y de varias épocas, porque su jerarquía arbitral atravesó el básquet de Rosario con la estela de respeto brindado y recibido. Un señor del arbitraje que quizás haya tenido el mejor de los reconocimientos que se puede obtener en esa profesión: cuando entraba al club en el que iba a dirigir, hinchas, dirigentes, jugadores y entrenadores lo tomaban con alegría. No es poco.

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