Especial para El Ciudadano
“Los familiares los dejan lúcidos y ya no los pueden ver luego de internarse. Así mueren, solos. Nos han donado tablets, para que los pacientes terminales puedan despedirse por videollamada. Y después, el protocolo indica que tenemos que ponerlos en una bolsa de plástico y cremarlos, ahí mismo en el hospital. Su entorno no los puede ver ni siquiera luego de muertos. No están permitidos los funerales para los fallecidos por coronavirus. Es la parte más triste de todas. Yo trabajo en medicina paliativa hace años, pero nunca había vivido algo así. Gente que llegaba lúcida, muriendo tan rápido y sin que podamos hacer nada”. La que habla es la médica rosarina Mariana Amato, una de las responsables del área de Emergencias del Hospital de Mirándola, en la provincia de Módena, al norte de Italia. Y no puede evitar quebrarse, cuando intenta explicar a El Ciudadano cómo fueron las peores horas en la batalla contra el coronavirus en esta parte del mundo.
En Italia, la pandemia estalló a mediados de febrero, con un primer foco en el pequeño pueblo de Codogno, en la provincia de Bérgamo, a 125 kilómetros de donde vive y trabaja Mariana. En las primeras semanas, hubo una enorme subestimación de casi toda la sociedad y un fuerte lobby de los sectores productivos del norte del país, que hicieron campañas publicitarias con la consigna “Non Si Ferma” (No se cierra), instando a no detener la actividad económica. Un posicionamiento que a la luz del resultado posterior, sería dramático. Casi 200 mil contagios y más 26 mil muertos en dos meses, con un ritmo que sólo se alivió cuando se logró un confinamiento estricto en toda la península. Este domingo, por ejemplo, se registró la cifra más baja de fallecimientos en seis semanas, ya que murieron 260 personas en el día y se confirmaron además 2.324 nuevos casos. Actualmente, aunque parece haberse logrado el famoso “aplanamiento de la “curva”, todavía hay 106 mil personas con COVID-19 en el país; el 78 por ciento tiene síntomas leves y atraviesa la enfermedad en su casa. Las regiones más castigadas están en el norte.
Del Normal 1 a Módena
Amato, que está cada día en la línea de fuego desde la llegada de la pandemia, estudió en la UNR. Antes, había hecho jardín, primaria y secundaria en el Normal 1. Tiene contacto cotidiano con muchos amigos de entonces, aunque vive en Italia hace veinte años, desde que en el ‘99 se cruzó con Stefano, su actual marido, en un viaje de mochilera que hacía por Europa en tren. “Fue a primera vista, como en la película «Antes del Amanecer», que es una de mis preferidas . Y ese ‘ragazzo’ terminó siendo mi compañero y padre de mis dos hijos. Vivimos juntos desde entonces. Primero en Lucca, de donde es él. Y desde hace siete años en Mirándola. Nos vinimos después de un fuerte terremoto que hubo acá en el pueblo en 2012. Mi marido es ingeniero y le ofrecieron trabajo en una cooperativa de energía. Esta una pequeña localidad, con poco más de 20 mil habitantes, muy pintoresca. Hay mucha gente mayor, abuelos que en los días normales paseaban con sus nietos o los van a buscar a la escuela”, cuenta Mariana.
Especialista en emergencias desde que hizo la residencia en Rosario en el Sanatorio Delta, Mariana no tenía -como nadie en el mundo por ser una enfermedad nueva- recetas para atacar esta nueva variante de coronavirus, cuando llegaron los primeros casos. “Los primeros días, a mediados de febrero, cuando a través de las redes sociales nos comunicábamos con colegas de pueblos vecinos, que ya tenían casos activos y muertes, nos dábamos cuenta que no estábamos preparados para lo que se venía. Recuerdo ese tiempo con mucha angustia. Pasó hace dos meses, pero siento que fue hace un siglo, por lo intenso que vino después. Ya percibíamos que luchar contra algo que no conocíamos en términos clínicos iba a ser duro. Y lo fue. Estábamos todos muy desorganizados y con miedo. Por los pacientes, porque la situación era inmanejable, pero también por nosotros y nuestras familias”, señala a El Ciudadano.
La letalidad del virus
Un dato que en cada país ha variado en este tiempo es el índice de letalidad del coronavirus. En Italia, los números fueron muy elevados e hicieron dar cuenta al mundo lo que podía pasar si no se actuaba a tiempo, a nivel comunitario y con los pacientes contagiados.
Amato hace para El Ciudadano un rápido repaso de lo que en realidad significaron muchas horas de dramatismo, de leer protocolos y establecer nuevos: «Leíamos al iniciarse la pandemia lo que había hecho clínicamente China. Y fuimos en la práctica viendo cosas nuevas. Fuimos el primer país occidental en tener el virus. Lo primero que vimos es que claramente produce algo que no es una gripe normal, que es muchísimo más letal, porque no tenemos la cura, ni la vacuna. No obstante, en lo terapéutico, puedo decir que en el trato con los enfermos, fuimos aprendiendo algunas cosas. Por ejemplo, entender cómo se da la letalidad del virus nos hizo dar cuenta que con antireumáticos y corticoides podíamos en algunos casos –y de acuerdo al momento de la enfermedad en que intervenimos– lograr buenos resultados. Como otros del tipo SARS, este coronavirus provoca una reacción inflamatoria llamada coagulación intravascular diseminada (CID) que te lleva a una insuficiencia multiórgano, el primero de ellos el respiratorio. Por eso al comienzo, el trabajo se basó mucho en la terapia respiratoria. Con los días, nos dimos cuenta que hay varias fases y que si empezamos a ventilar al paciente antes de la fase inflamatoria, con un antiviral que es la hidroxicloroquina, que es muy económico y se aplica contra la malaria y el reuma, más anticoagulante, en determinado tipo de pacientes, podemos resolver de forma positiva».
«Es fundamental –sigue Amato– estar atentos a los primeros síntomas. También, debemos señalar que no puede recetarse la hidroxicloroquina a todo el mundo, cuando alguien tiene fiebre, falta de olfato y sabor, que es lo primero que aparece, porque este fármaco puede causar otros problemas en aquellos que tienen lo que se llama «alargamiento del QT» . Sin entrar en tanto detalle para quienes no conocen de medicina, esta es una característica de la conducción eléctrica del impulso cardíaco que tienen algunas personas. Tenerlo en la vida cotidiana no te trae mucho inconveniente, pero combinado con un medicamento que produzca más alargamiento, como sucede con la mencionada hidroxicloroquina o con la azitromicina, que fue otro medicamento que usamos, puede traer efectos colaterales muy nocivos. Por eso, antes de dar hidroxi, se hace un electrocardiograma. De todos modos, como está visto no sólo en Italia sino en el mundo entero, aún con estos aprendizajes terapéuticos que vamos haciendo, si el paciente tiene patologías previas o si llega a un cierto nivel de desarrollo de la enfermedad, no hay tratamiento posible. Por eso sigue habiendo cada día cientos de muertos en tantos países”.
Entre los momentos más tristes, Mariana recuerda el caso de un paciente que llegó “con valores malísimos y le dije que íbamos a poner un casco de ventilación no invasiva, que es lo que hacemos antes de intubar, ya que tuvimos en ocasiones muy buena respuesta. Me dijo que no se lo hiciera, que ya sabía que no iba a poder salir. Y 48 horas después se había muerto. Fue durísimo. Pero además de lo que pasa en el hospital, está lo que se vive afuera, que es como un efecto colateral, el pánico de la gente, todos muy vulnerables. Esta semana, un anciano de 82 años se tiró del segundo piso del hospital. Tenía sospecha de coronavirus, aunque al final el hisopado le dio negativo. Pero se suicidó. Y vimos varios suicidios”.
Una luz de esperanza
El reto de los alcaldes a los vecinos que salían a la calle, el himno cantado desde los balcones mientras flameaba la bandera tricolor y una cuarentena que finalmente se cumplió, empezó a dar resultados. Hoy Italia parece controlar gradualmente la pandemia. Por ello, el primer ministro italiano, Giussepe Conte, presentó este domingo el plan de desescalada del país. Una salida del confinamiento nacional que comenzará el próximo 4 de mayo, de forma gradual hasta el 1 de junio, cuando se prevé un retorno a cierta “normalidad”, si es que no hay repunte de contagios y se mantiene la baja en cantidad de muertes diarias. “Cuando el sistema sanitario estaba colapsado, apareció la solidaridad. No sólo eso lo del himno que era muy emotivo, sino lo comunitario, que es un pilar de la sociedad italiana. Hay tanta gente en pequeños pueblitos, que están uno pegado al otro, está lleno de asociaciones, voluntariados, cooperativas. Al mundo se dio a conocer el caso de una ambulancia que donó a un hospital público Ferrari, que tiene su fábrica acá cerca. Pero hubo muchos más, todos los días, que no salían en los diarios. Los campesinos venían y donaban peras o manzanas, los hoteles alojaban gratis a las personas que no tenían camas para internarse. Me quedo con esas imágenes”, finaliza Mariana Amato que seguirá dando batalla diaria por la vida aquí en Mirándola, un rincón de Módena.
Como testimonio de lo que cuenta esta médica rosarina a El Ciudadano, la bandera que unas familias de Medolla, un pequeño pueblo a 8 kilómetros pequeño hospital en que trabaja: “Son nuestros héroes. Gracias médicos y enfermeros”.