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Para exportar más no basta sólo con devaluar

A pesar de la mejora en términos de competitividad que generó la depreciación del tipo de cambio, al abaratar nominalmente los productos nacionales respecto de los extranjeros, el nivel de exportaciones de 2018 tardó en reflejar un esperado repunte

Fundación Pueblos del Sur (*) / Especial para El Ciudadano

En los últimos días el Indec publicó el resultado final del intercambio comercial para el 2018. Una revisión preliminar arrojó que las exportaciones crecieron 5,1% con respecto a 2017 y las importaciones cayeron 2,2%. Esta combinación permitió que el déficit comercial se redujera un 54%, pero hay que decir que durante el 2018 no se logró revertir la tendencia negativa.

A pesar de la mejora en términos de competitividad que generó la depreciación del tipo de cambio, al abaratar nominalmente los productos nacionales respecto de los extranjeros, el nivel de exportaciones de 2018 tardó en reflejar un esperado repunte; recién en los dos últimos meses del año se registró un crecimiento interanual del 15% en promedio impulsado, principalmente, por los productos relacionados con el agro y los combustibles y energía.

Por su parte, las importaciones sí evidenciaron una respuesta negativa inmediata al salto en el costo de la divisa estadounidense y a la depresión en el consumo interno. Desde el noveno mes de 2018 las compras al extranjero comenzaron a desplomarse: en septiembre cayeron 21%, en octubre 18%, en noviembre 29% y en diciembre 27% con respecto a igual mes de 2017.

Los últimos datos expuestos por el Indec en comercio exterior muestran que las exportaciones totales ascendieron a 61.621 millones de dólares, apenas un 5,1% por encima de lo registrado en 2017. Mientras que las importaciones cerraron en 65.441 millones de dólares, cifra que manifestó una leve caída con respecto a lo comercializado el año previo. Por la diferencia entre ambos saldos, el déficit comercial fue de 3.820 millones de dólares, bastante inferior a los 8.309 millones de dólares de 2017. Pero, como ya se mencionó, a pesar de las mejoras en el frente externo no se logró revertir el saldo negativo de la balanza comercial.

Como se observa, las importaciones se contrajeron según lo esperado, pero no así las exportaciones, sobre las que el gobierno espera que crezcan un 20% durante el 2019. Sin dudas, esta situación reveló que no sólo se necesita una mejora en términos de precios con respecto al resto del mundo, sino que, fundamentalmente, se requiere un cambio estructural que permita dinamizar las ventas al exterior y proyectar un crecimiento sostenido de las mismas.

A partir de la fuerte depreciación cambiaria de septiembre, los rubros que mostraron mayor dinamismo fueron aquellos compuestos por productos primarios, por manufacturas de origen agropecuario y por combustibles y energía. El crecimiento de las exportaciones de los bienes relacionados con el agro coincidió con la recuperación del sector tras el impacto negativo que generó la sequía de principios de año. Por su parte, el aumento en la comercialización de combustibles y energía coincidió con las inversiones realizadas en Vaca Muerta.

En efecto, no podría afirmarse que el mejor posicionamiento en términos de precios mejora por sí solo el perfil exportador de un país. Esto ocurre porque no existe un solo factor que explique o impulse por sí solo las exportaciones. Lo ideal sería que para analizar la dinámica exportadora y planear una reactivación se tengan en cuenta todas las variables que entran en juego. Por tal motivo, no debe pasarse por alto que la estabilización de mercado cambiario se logró a costas de la productividad del país.

Otro elemento a considerar es que en septiembre pasado entró en vigencia el nuevo esquema de derechos de exportaciones (las ya conocidas retenciones) que alcanzan a todas las exportaciones (ya sean agrícolas o industriales, bienes o servicios). Este nuevo gravamen puede generar un desaliento a las exportaciones en general y más aun a aquellos sectores que no tienen mucho peso o recién comienzan a abrirse camino en el mercado de bienes y servicios transables. También, debe tenerse en cuenta que, luego de la aplicación del nuevo programa monetario, el mercado cambiario se estabilizó y el tipo de cambio se ubicó, en promedio, en 38/39 pesos por dólar. Esta situación en conjunto con el repunte inflacionario producto de la depreciación disipó parte de la mejora en competitividad que había ganado el país.

En resumen, teniendo en cuenta el presente que transita el país, y los antecedentes en la materia, la competitividad generada por la depreciación del tipo de cambio no alcanza por sí sola para dinamizar a las exportaciones y contribuir al crecimiento del ingreso nacional en el mediano y largo plazo. Indudablemente, esta fenomenal depreciación cambiaria colaboró con el empeoramiento de todas las variables económicas del país, así como también mejoró nominalmente las ventas del sector externo. Sin embargo, el estancamiento de las exportaciones no se explicó únicamente por una desventaja en precios, sino también por un pobre y primarizado perfil exportador que la Argentina acarrea desde hace tiempo.

La Argentina tiene una tarea pendiente: buscar nuevas alternativas de exportación teniendo en cuenta que una mejora de competitividad por la vía de la variación del tipo de cambio no alcanza por sí sola para impulsar el crecimiento de las exportaciones. El país debe buscar nuevos productos y servicios que otorguen valor agregado. No debe solamente focalizarse en la exportación de productos derivados del sector agropecuario, que mucho dinamismo no presentaron en el último tiempo a pesar de la quita y/o baja de retenciones que obtuvieron con el recambio presidencial de 2015.

Si no queremos repetir los errores del pasado, lo mejor será mirar el futuro con otra mirada y eludir los atajos que siempre terminaron favoreciendo a unos pocos, en detrimento de las grandes mayorías y las aspiraciones de crecer y desarrollarnos de madera sostenible.

 

(*) fundacion@pueblosdelsur.org

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