Mientras crece la protesta social y se multiplican las demandas de distintos sectores, el gobierno necesita mostrar más gestión y dar certezas de que el país volverá a crecer en 2017, algo en lo que hasta ahora viene fallando.
A su vez, necesita cambiar el humor de una población que sigue esperanzada en lo que puede venir a pesar de que la está pasando mal.
La disyuntiva de la hora emerge de una contradicción que puede transformarse en bomba de tiempo para la administración de Mauricio Macri. El sector que debe aportar las inversiones reclama un ajuste mayor al encarado por Cambiemos, pero aplicar esa medicina amarga podría convertir al país en un polvorín.
Esa amenaza quedó clara en el multitudinario acto en el que confluyeron por primera vez los movimientos sociales y la conducción de la CGT, para exigir la Emergencia Social, frente al Congreso.
Para cuándo, pregunta CGT
“Queremos saber si de una vez por todas va a arrancar la economía en este bendito país”, bramó desde la tribuna Juan Carlos Schmid, uno de los integrantes del triunvirato que conduce la CGT que cerró los discursos.
El discurso fue duro y tuvo ribetes dramáticos, como cuando habló sobre la necesidad de millones de argentinos de “llevar a la mesa un pedazo de pan” y denunciar que los “jubilados cobran un haber de miseria”.
Incluso, citó las palabras del papa Francisco, quien como arzobispo de Buenos Aires siempre alertaba sobre no caer en la “cultura del descarte”.
Schmid también le advirtió al gobierno que deje de denunciar la “herencia recibida”, algo que tras casi un año de gestión suena lógico.
Macri sabía que Cristina Fernández le dejaba una bomba de tiempo, pero hasta ahora hizo más por acelerar el reloj que por desactivarla.
Pecado de origen
La administración macrista debía saber que nacía con pecado de origen: el hijo de un millonario llegaba al poder rodeado del establishment y poniendo en los cargos más encumbrados a ex CEOs de grandes empresas.
Debía dar señales claras a amplios sectores sociales, con gran poder de movilización, de que se buscaba un cambio en serio.
Pero las primeras medidas adoptadas por Macri beneficiaron a sectores tradicionalmente ligados al poder económico, como los grandes holdings agropecuarios, a los que se les eliminó buena parte de las retenciones.
También a rubros siempre en la mira, como la minería, y al sistema financiero, que vio renacer el negocio de la colocación de deuda.
Estas señales poco hicieron para reconciliar al macrismo con la mitad de la sociedad que no lo votó en las últimas presidenciales.
El hombre que no está
Para disgusto presidencial, tampoco aportaron al proyecto las grandes empresas formadoras de precios, que lejos de ponerle el hombro al gobierno dispararon “fuego amigo” remarcando precios sin miramientos.
Con esa actitud mezquina, contribuyeron a sumir aún más en la pobreza a millones de argentinos.
Dicen que Macri está muy disgustado por la actitud de decenas de empresarios “amigos” de quienes esperaba “mayor esfuerzo” a la hora de contribuir en la constitución de un nuevo modelo económico, alejado del populismo.
“Me dicen que tengo su apoyo pero, a la hora de poner el hombro, no están”, maldice el presidente por lo bajo.
En el mundillo político se empiezan a preguntar si no habrían sido necesarias más “pruebas de amor” hacia los sectores populares por parte de Macri en el arranque de su administración.
Consideran que hubiese sido una manera de no hacerle el juego a los sectores afines al ultrakirchnerismo, que se relamen soñando con un regreso al poder antes de tiempo.
Son los mismos sectores políticos que cuando no están recorriendo tribunales buscan instalar, por ahora en voz baja, que “algo va a pasar” en diciembre.
Otra vez, sueñan que el caos los devuelva a la Casa Rosada para seguir haciendo negociados.
De la pericia de Macri y su equipo dependerá demostrarles que, esta vez, equivocaron su estrategia de “ir por todo”.