Qué es ficción y qué es realidad, cómo se reconstruyen, cuáles son sus parámetros, cómo un espacio y su historia, impregnada de un anecdotario maravilloso, se vuelven una aventura para un potencial espectador que gracias a una estrategia bien urdida por un nutrido y variopinto equipo artístico para viajar en el tiempo, signada por el humor, la nostalgia y la sorpresa, logra redescubrir casi como un hallazgo al entrañable Teatro Municipal La Comedia de Mitre y Ricardone, la “catedral del género chico”, el primer coliseo local que, con Pasaje a La Comedia, bajo la dirección de Juan Nemirovsky, festeja sus 130 años de vida.
Estrenada a comienzos de febrero, Pasaje a La Comedia, una propuesta sin grandes pretensiones pero muy bien lograda, que debería seguir en cartel al menos por un par de meses (incluso institucionalizarse a lo largo del año) porque nadie debería privarse de la posibilidad de disfrutarla, es una experiencia teatral-performática de recorrido, que parte de la premisa de darle carnadura a los fantasmas que habitan en el histórico teatro de Mitre y Ricardone (la cultura popular sostiene que fantasmas y teatros son casi un par dialéctico), a su interminable lista de historias, de pequeños momentos que la memoria reconstruye y que, en ciernes, pasan de generación en generación, se acrecientan y hasta se mitifican.
Con grandes nombres del espectáculo nacional que, como escapados de las fotos que esa sala sabiamente recuperada por el Estado municipal hace dos décadas guarda como una de sus mayores reliquias, quien recibe a cada grupo de visitantes en las funciones de los jueves es Bartolo Falcioni (en dos versiones, a cargo de los talentosos Federico Giusti y Mumo Oviedo), quien a lo largo de cuatro décadas fue el histórico boletero, utilero, apuntador, cómplice de muchos artistas y conocedor como pocos del anecdotario que guarda ese lugar, de diálogo directo con aquellos fantasmas, algo que naturaliza. Bartolo abre el juego a ese viaje inusitado y conmovedor por el que pasarán desde el dramaturgo uruguayo Florencio Sánchez (Germán Basta) y su disputa con un rosarino de alcurnia (Emiliano Dasso) por su postura anarquista, quien además estrenó allí el clásico Canillita cuando comenzaba el siglo pasado; el mismísimo Carlos Gardel (Alejandro García) y una particular asistente y maquilladora del teatro (María Eugenia Ledesma), aunque los momentos más altos quedan en manos de María Eugenia de Rosa como Libertad Lamarque, quien debutó en La Comedia siendo muy joven, y Gustavo Maffei como Narciso Ibañez Menta, dos instancias realmente inquietantes.
Sucede que la clave de este recorrido está en habilitar el ingreso del público a lugares poco habituales para cualquier espectador: el escenario, las bambalinas, el túnel lateral que conduce a camarines y hasta el camarín mismo. Y en ese tránsito, oponer puntos de vista diversos, disruptivos, poco habituales, que van de la mirada en perspectiva hasta el primerísimo primer plano, un juego que potencia cada momento del periplo y al mismo tiempo se vale de la belleza arquitectónica de esa valiosa sala y de una serie de artilugios escenográficos que de un momento a otro borran en el espectador la cuestión temporal y habilitan la sensorial.
Más allá del gran equipo que lleva adelante la propuesta y de un texto escrito por el dúo que integran Romina Tamburello y Daniel Feliú donde, de la primera se luce con su probada capacidad para producir teatralidad desde cada palabra escrita y del segundo su vasto conocimiento de la historia de las y los grandes referentes del espectáculo argentino, y entre ambos una saludable conjunción entre lo poético y ficcional y lo político y real, Pasaje a La Comedia posiciona a Juan Nemirovsky, uno de los actores más notables que ha dado la ciudad, como un director atento, sensible, minucioso, que sin estridencias sabe encontrar los lugares para la risa, la emoción y también cierta sugestión, por los que transita todo el recorrido que tiene varias postas y que finaliza con un atinado encuentro musical en la calle, en plena cortada, donde se puede comer y beber antes de la despedida.
Al mismo tiempo, gracias a esta experiencia, La Comedia les recuerda a todos y a todas que es el teatro en pie más antiguo de la ciudad, una reliquia que hay que cuidar y sostener en el tiempo, luego de soportar sucesivos cierres, cambios en su uso (en los 80 fue un cine donde la oscuridad, como gran paradoja, impedía ver su magnificencia, sus luminarias, su patio de butacas, su techo corredizo) y hasta estuvo en riesgo de demolición.
En un mundo distanciado, atestado de tecnología, con la cultura nacional al borde del abismo y el intento de destrucción del Estado, Pasaje a La Comedia, precisamente una propuesta de Cultura municipal con un gran equipo de gestión y artístico en esta nueva etapa que tiene al frente de la dirección de la sala a Carolina Garralda, resulta una experiencia reconfortante que, al mismo tiempo, con su factura artesanal, con mucho más ingenio que presupuesto, deja bien en claro que mientras exista un actor y un espectador el teatro seguirá vivo por siempre y que siempre habrá fantasmas y actores dispuestos a recordar viejas historias.
Para agendar
Pasaje a La Comedia se presenta los jueves desde las 20 con cuatro funciones diarias a las 20, 20.30, 21 y 21.30, con grupos de hasta veinte personas por función. El equipo de gestión se completa con la coordinación general de Gisela Sogne y la asistencia en la dirección de actores de Miranda Postiglione y Simonel Piancatelli, con la participación musical Los Siameses (Alejo Castillo y Pedro Jozami). Las entradas son gratuitas y se retiran en la boletería del teatro de 9 a 13. Las próximas funciones serán, más allá de este jueves 29, excepcionalmente, este viernes 1° y sábado 2 de marzo, a la espera de que la propuesta pueda extender su temporada dada la gran repercusión que tuvo desde su estreno, en todas las funciones con entradas agotadas.